- Estos días, un filme recuerda la figura de Marco Pantani, un ciclista impreso en el tuétano de Italia. El Caso Pantani, el homicidio de un campeón se exhibe en los cines aprovechando que en 2020 Pantani hubiese cumplido 50 años. Murió antes. A los 34. A Pantani le agarró la depresión y la desgracia. Falleció solo y abandonado de sí mismo en una habitación de hotel. ¿Se suicidio o le asesinaron? Una nebulosa recorre su final. La película mezcla su leyenda deportiva, su gloria, con los claroscuros de una personalidad compleja y la investigación de su muerte. El Giro rodó ayer por la huella eterna de Pantani. El Pirata continúa siendo un icono, un personaje de la cultura popular italiana. En el latifundio de Pantani, en una jornada de invierno en otoño, venció Jhonatan Narváez. El ecuatoriano bailó sobre la lluvia en una etapa infernal, ateridos los cuerpos, empapados y dolientes bajo las ráfagas de grueso calibre que disparaban las nubes. Frente a cinco altos puntuables y otros tanto sin cartel, se oxidaron los ciclistas, hostigados entre dientes de sierra en un recorrido de 200 kilómetros que fotocopiaba la Gran Fondo Nove Colli. La lluvia descargaba furia y rabia. Tiritaba el Giro en un ambiente lúgubre, gris oscuro. Dolían las manos, frías, la circulación sanguínea espesa, los músculos tiesos, congelados por las fauces heladoras del frío. Piernas de madera. Patas de palo. Piratas tratando de cobijarse donde no había consuelo. Ni paz. Tierra hostil, abrupta, repleta de subidas y bajadas. Un calvario en medio de una jornada atroz. Durísima.

Entre los fugados, Narváez y Padun sobrevivieron a la miseria, hasta que a Padun le visitó una avería y a Narváez se le abrieron las aguas y la gloria en Cesenatico. A falta de una manta y un fuego bajo, los chubasqueros y la ropa de abrigo fueron los estandartes para resistir el tortuoso camino sobre los paisajes de Pantani. En su mejor Giro de siempre, a Pozzovivo le sobraba la ropa de agua. Caliente. Puro fuego. Trató de incendiar la carrera el pequeño italiano sacando chispas en una cota a 26 kilómetros de meta, pero en un día tan húmedo no prendió del todo y los favoritos, aunque pálidos, se reunieron juntos en Cesenatico, territorio Pantani. Allí, los patricios se miraron de cerca, arrugados por la lluvia, con los ojos hinchados en un día de perros, golpeados por los puños del frío, apaleados por un otoño enfurecido. En el Giro de la hojas muertas y las espaldas mojadas, Pello Bilbao sigue tercero, a un palmo de Almeida, un líder sin grietas. Almeida, joven e inexperto, gestiona la carrera con calma, como si hubiese nacido líder. Desde que se pintara de rosa en el Etna, el portugués no ofrece fisuras. No tiene goteras ni cuando llueve el portugués. Impermeable en la tormenta.

En Cesenatico arrancó otra hoja al almanaque del Giro, que quiso honrar a Pantani. Todo conduce irremediablemente al Pirata en Cesenatico. Mito absoluto, ídolo caído, la ciudad italiana bien podría llamarse Pantanigrado si respirara en el Unión Soviética. Cada recoveco de ese lugar de peregrinaje enraíza con la figura de Pantani, un ciclista genial y un hombre atormentado; devastado por la soledad, la depresión y la drogodependencia en sus últimos días. Pantani, el ciclista amado por Italia, murió solo, huyendo de sí mismo, en una habitación del hotel Le Rose en Rimini el 14 de febrero de 2004 a los 34 años. Aún se debate si el genio de Cesenatico se suicidó o fue asesinado. El informe forense de la época, realizado por Giuseppe Fortuni, decía que su fallecimiento se debió a causa de una "intoxicación aguda de cocaína, causante de un edema pulmonar y cerebral".

Esa conclusión fue puesta en duda y aún hoy son muchos los que sostienen que Pantani fue asesinado. Esa fue siempre la teoría de la familia. Ese pensamiento lo fortaleció el testimonio reciente de Fabio Maridossa, traficante de drogas napolitano, que el pasado año aseguró que el corredor "no murió por la cocaína. Fue asesinado". Maridossa era el camello de Pantani. La muerte de Pantani siempre estuvo rodeada de misterio. Su desgracia tiene fecha. Pantani comenzó a morirse el 4 de junio de 1999, en Madonna di Campiglio, dos días antes de sumar su segundo Giro de Italia consecutivo, cuando un control antidopaje reveló un índice de hematocrito del 52%, superior en dos puntos al límite permitido. Señal inequívoca del consumo de EPO, la sustancia que nutría el ciclismo. Algunas voces sostienen que las muestras del ciclista las alteró La Camorra. La eliminación de Pantani del Giro reportó enormes beneficios para las apuestas puesto que era impensable que nadie superara al italiano en lo que restaba de Giro. Pantani fue expulsado de carrera, del paraíso. Una tragedia para Pantani, que cayó a los infiernos. El Giro lo honró en la tempestad.