- Respiró aliviado el Tour, sin positivos por covid-19 en el segundo día de descanso, designado para testar la salud de la carrera. Acordonada la amenaza del corononavirus por las burbujas, Christian Prudhomme, director del Tour, regresó entusiasmado a la rutina tras la cuarentena. A su vuelta, Prudhomme comprobó que a Bernal le ejecutó el Jumbo en el Grand Colombier y desde entonces deambula por el Tour. El campeón del pasado año desconectó camino de Villard de Lans. También constató que Roglic y Pogacar continúan con su debate de color amarillo. Pogacar no dará tregua al líder. Incluso en un final blando y acaramelado quiso incomodar a Roglic. "He tratado de recortar unos segundos, pero la situación no estaba a mi favor", reconoció Pogacar. No lo consiguió, pero la amenaza sigue latente en la semana que desembocará en los Campos Elíseos de París. Tras el segundo día de descanso, donde los favoritos se apartaron de cualquier discurso revolucionario, salvo por ese calentón en los estertores de Pogacar, el pelotón se dio un capricho y decidió hamacarse una jornada más. Puso las piernas en barbecho para dorarlas al sol de septiembre.

El reciente recuerdo de la masacre del Grand Colombier y el futuro inmediato de la Madeleine y el Col de la Loze, dos colosos por encima de los 2.000 metros de altitud que aguardan con una hoz y un martillo, logró apelmazar el día, empalagoso como el algodón de azúcar. Día de feria en el Tour. El Jumbo, despótico cuando lo requiere, se comportó de un modo muy tierno. Cuando ante sus ojos cándidos confraternizaron una veintena de dorsales para descubrir el recorrido, la muchachada de Roglic conectó el piloto automático y cerró los párpados. A sestear. Dejó que la fuga marchara feliz y en armonía en el bautismo alpino, donde Lennard Kämna festejó la victoria golpeándose el corazón dos veces. Por mí y por todos mis compañeros. "Esta victoria es un alivio para mi equipo", dijo el alemán. Kämna celebró lo que Sagan no puede.

El Jumbo concedió el permiso. No serían ellos los que impidieran la excursión. Se trataba de descontar otro día en la oficina. Al fin al cabo, el paisaje era estupendo y la temperatura, ideal. El equipo de Roglic se desentendió del estrés y pastoreó la trashumancia del rebaño hacia las tierras altas del Tour, al verdor de los Alpes. Los lobos corrían por delante sedientos de triunfo. A sus espaldas ganaba espacio la cháchara. Se competía lo justo, pero aún así, Bernal, dolorida la espalda, aún astillado, a un viaje lunar de lo que se le supone, padecía en el cierre del pelotón, reclinado en su diván. La ambición se escalonaba entre los fugados. Allí se enroscaron Mikel Nieve e Imanol Erviti. El de Leitza se agarró como pudo en una ardua persecución. Erviti se incrustó para la general por equipos, el plan de fuga del Movistar. El grupo de expedicionarios se puso a dieta en la subida Saint Nizier. Alaphilippe, Carapaz, Reinchenbach y Kämna se quedaron a solas. A un cuarto de hora de distancia, se ordenó para la cota el Jumbo. En ese ambiente de sosiego, Guillaume Martin se lanzó gritando orgullo junto a Edet. Un canto a la autoestima.

De eso sabe Richard Carapaz. El ecuatoriano, reclutado para el Tour cuando desaparecieron del cartel Froome y Thomas, se afiló en Saint Nizier. Acuchilló a Alaphilippe, el invitado que ninguno quería en Villard de Lans, un lugar de culto para Pedro Delgado. Kämna y Reinchenbach soportaron la descarga voltaica de Carapaz. El del Ineos sostuvo el voltaje. Desvencijado, el suizo se hizo la cruz. Kämna no se arrugó. Derrotado por Daniel Felipe Martínez en el Puy Mary, el joven alemán se tachonó al ecuatoriano. Cuando la pareja parecía indivisible, Kämna eligió el divorció exprés. A dos brazadas de la corona, el longilíneo germano doblegó a Carapaz, que se quedó colgando en la bisagra de Saint Nizier. Kämna le dio con la puerta en las narices. Esos metros se convirtieron de inmediato en derrota. Mal negocio para el ecuatoriano, incapaz de trazar en el descenso con el pulso de neurocirujano de Kämna. El alemán, repleto de arrojo, continuó su soliloquio plegado sobre su montura. Pose de contrarrelojista. Llanero solitario. "Sabía que tenía que llegar solo para ganar", apuntó.

Por detrás, los favoritos prefirieron la unión sin desgarros, aspavientos ni desafíos. Así alcanzaron el perímetro de Villard de Lans, con el Jumbo señalando el rumbo. En eso, De la Cruz, lugarteniente de Pogacar, alborotó el cónclave sereno que se respiraba. Jadeó el grupo, del que se descascarilló Quintana, laminado el físico en aquella caída que eliminó a Mollema y provocó el abandono de Bardet por conmoción cerebral después de alcanzar la cima el Puy Mary. La agitación de Pogacar la anestesió Roglic, encaramado a su sombra. El líder no pierde de vista a su irreverente vecino, siempre dispuesto a guerrear, molestar, arañar e incordiar. Poseído por el espíritu de Cato, el mayordomo del inspector Clouseau, al que atacaba en cualquier momento. También cuando dormía. "No puedo quitarle el ojo de encima", apuntó el líder. Apagado el chispazo del joven esloveno, se impulsó Miguel Ángel López con la idea de pellizcar algún segundo para el podio de París. Al de Villar de Lans subió Kämna, feliz con el peluche que ganó en un día de feria.