ientras Zinedine Zidane reitera que aún no han ganado nada, el madridismo se relame de gusto. Depende de sí mismo para lograr el tercer título de liga de una década dominada por su gran enemigo, el Barcelona, con siete. La parte más difícil del trabajo está hecha, le falta la guinda. El Real Madrid es el único equipo de Primera que ha resuelto con triunfo la media docena de jornadas celebradas desde el regreso del fútbol. Su inmaculada trayectoria le ha supuesto sumar seis puntos más que el conjunto azulgrana, al que ahora aventaja en cuatro y era el líder en marzo, en el momento en que se interrumpió el campeonato.

Con semejante colchón y vista la debilidad que transmiten los dirigidos por Quique Setién, será difícil que se registre un nuevo relevo en la cima de la clasificación, aunque el técnico francés prefiere abonarse a la prudencia hasta ver qué ocurre mañana al mediodía en San Mamés, donde encara uno de los dos partidos más comprometidos que debe disputar. El otro es la visita del Villarreal a su ciudad deportiva en la penúltima fecha. En la agenda blanca figuran además los cruces con Alavés, Granada y, para concluir, el descendido Leganés. Aunque puede permitirse el lujo de conceder una derrota, la sensación de tranquilidad que hoy se respira en el seno del Madrid dejaría paso a la inquietud en el supuesto de que su verdugo fuera el Athletic. Al menos, por espacio de unas horas, las que separan su cita de la del Barcelona, que en horario nocturno visita La Cerámica, el escollo más serio en su calendario, pues sus siguientes adversarios son Espanyol, Valladolid, Osasuna y Alavés.

Las inercias de los dos únicos aspirantes invitan a apostar por el Madrid. El pleno de 18 puntos en vísperas de viajar a Bilbao constituye una credencial ciertamente sólida. Claro que siempre cabe escudriñar en el impecable argumento que ofrecen estos números y hallar algún resquicio que relativice la pujante imagen que destilan los merengues. No entraría en este apartado el favor arbitral que la nueva normalidad continúa dispensándoles. Con o sin virus, hay cosas que nunca cambian. Sin duda, la serie de penaltis que el Madrid se ha cobrado o los que se fueron al limbo en el área propia, sin ir más lejos el jueves frente al Getafe; así como goles anulados, del tipo del que no subió al marcador local en el Reale Arena, poseen su importancia en la escalada protagonizada. Con el comodín de los colegiados resulta más sencillo disimular carencias, pero si las maquilla es porque existen. Zidane ha logrado que su equipo compita. Y alguien dirá que eso es lo mínimo exigible a una plantilla de lujo. Sin embargo, no todos están en condiciones de afirmarlo y para muestra el Barcelona, la Real, el Getafe o el Valencia, que partían convencidos de recoger lo sembrado durante dos tercios del campeonato. El gran mérito de Zidane ha consistido en persuadir a sus hombres de que, ante su incapacidad para dar realce o brillo al juego e imponerse por calidad, adopten el perfil de una caja registradora y saquen adelante los encuentros, uno detrás del otro.

Para ello ha prescindido de bastantes piezas, que si intervienen es por aquello de que se han de administrar esfuerzos. Zidane ha armado una estructura con siete elementos fijos y con la prioridad de asegurar un buen balance defensivo. Sus elegidos son: Courtois bajo palos, Carvajal, Varane y Ramos, en la zaga, Casemiro y Kroos por delante y Benzema, el único en la actualidad con un registro distinto y válido para desequilibrar arriba, pues los Hazard, Bale, Vinicius, Isco, Rodrygo, James o Marco Asensio, cada cual con su problemática a cuestas, no han dado la talla. El descuidado Marcelo, un Modric en decadencia y el poderoso Valverde, también acumulan una alta participación. Con esos mimbres, el Madrid ha tenido la inmensa fortuna de medirse, por este orden, a un Eibar que, consciente de que nada iba a rascar, le rindió visita con el bloque de los suplentes; el ruinoso Valencia, del que poco hay que añadir; una Real en franco retroceso, huérfana de la osadía y la precisión que le condujo a opositar a la Champions; el Mallorca que hace nada deambuló por San Mamés; un Espanyol condenado de antemano a perder la categoría; y por último, el Getafe, que sin estar lo fino que estaba, le plantó cara y perfectamente pudo quebrarle la racha. En fin, que el calendario le ha deparado una serie de enemigos asequibles, unos lastrados por sus trayectorias y el resto, acusando los efectos del confinamiento.

En ninguno de estos partidos asomó una versión que remitiese al equipo campeón, prestigioso, intratable, que formaliza su candidatura a todos los torneos en que participa. Y sin embargo, el Madrid va camino de ganar la liga. Es el tuerto en el país de los ciegos y está en racha. Por mucho que en la actualidad pueda ponerse en tela de juicio su competencia, está crecido y amontona razones para creerse que habita en un plano superior.

Este Madrid que vence y no convence, tiene ahora que pasar el examen del Athletic mejor armado de la temporada, el que viene de sacar los colores al Valencia con un fútbol engrasado, exultante en lo físico y con las pilas anímicas recargadas. Un Athletic que cuenta con un día más para recuperar y que si rentabiliza el factor campo apuntalará definitivamente sus opciones continentales.

Solo Benzema se muestra capaz de establecer diferencias en una propuesta basada en garantizar un buen balance defensivo

Es el único equipo de la categoría que ha hecho pleno en las seis jornadas celebradas, pero frente a rivales de capa caída