n Carlos Lasa convivían en perfecta armonía el eco del pelotari con la imaginación del visionario; el chiquillo que bajaba desde el barrio de Cadegal al meollo de Ortuella para hacer recados y que los olvidaba para adentrarse en el frontón y el hombre que apostó por la pelota desde la vertiente federativa. El cordón umbilical de Lasa, nacido en Ortuella y que jugó su último tanto con la vida ayer en el Hospital de Basurto, donde falleció a los 63 años, siempre estuvo cosido al frontón, su paraíso en la tierra.

Porque Carlos Lasa, narra su sobrino Andrés Llosa a DNA, siempre fue muy terrenal. "Un apasionado de la pala, de la pelota, del deporte y de su familia, que adoraba. Un apasionado de la vida, en realidad". De su tío recuerda Llosa su ojos achinados, la sonrisa pícara y la barba a veces hirsuta que le acompañaba a todos lados y que era su tarjeta de presentación para "exprimir la vida".

Lo mismo rastreaba el sonido de la pelota golpeando el frontis, que planeaba excursiones con la familia -"su gran debilidad"- relata Llosa, o se juntaba con la cuadrilla para jugar al tute o al mus en el bar Mendata. "Era bueno en las cartas", desliza Llosa. Las de Carlos Lasa, que deja mujer y un hijo, estaban boca arriba desde que amaneció al mundo en Ortuella. "Carlos jugó a pala desde pequeño, siendo un chavalito".

El imán del frontón sedujo a aquel chaval de Ortuella de inmediato. Fue un flechazo. "Bajaba a por pienso para el burro y se le olvidaba comprarlo porque se metía al frontón y allí era feliz, jugando". Era su mundo. Lasa creció con la pala en la mano. Asiendo el leño como aficionado, sostuvo la escuadra el cartabón y el compás. Estudió delineación y trabajó en la Naval para después montar su propia imprenta, negocio que mantuvo durante muchos años hasta que el peso de la tecnología acantonó a la imprenta, un modelo de otra época.

Después saltó a la empresa privada. Sin embargo, nunca pudo renunciar a la pelota, un apéndice de su cuerpo. La pelota le había hipnotizado por completo desde pequeño. Inquieto, -"dispuesto a ayudar y a echar una mano al que lo necesitara"- establece Llosa, Lasa quiso empujar en favor de la pelota desde el timón. Primero, fue presidente del club Danok Lagunak de Ortuella. Abierta la brecha, Lasa hizo palanca en la vertiente federativa, que le acompañó toda su vida. Se convirtió en presidente de la Federación Vizcaina de Pelota y fue uno de los ideólogos de Asfedebi, la asociación de federaciones vizcaínas, entidad que aglutina y promociona el deporte del territorio histórico.

"Pionero y emprendedor", según destaca Llosa, Lasa también fue uno de los precursores del Consejo Mundial de pelota, creado para promocionar las distintas modalidades más allá de las fronteras de Euskal Herria y promover la pelota con otros países. Lasa fue el presidente del organismo. Hincha del Athletic, Lasa también encontró un lugar en Ibaigane. Lasa fue uno de los directivos del club bilbaíno durante la presidencia de Fernando García Macua.

Sin embargo, nada le hacía más feliz que la pelota, preferiblemente en la modalidad de pala, que amaba con descaro, sin disimulo. Infatigable, vitalista y curioso por naturaleza, -"capaz de responder a una traición con una sonrisa", añade Llosa- Carlos Lasa miraba con el mismo entusiasmo el devenir de una gran final del Manomanista o un partido de infantiles.

El frontón era su casa y la pala, que veneraba, su refugio. "La pala, si sigue viva, es gracias a él", subraya Llosa, que acompañaba a su tío, un personaje poliédrico, a todas partes. "Le encantaba ir a Azkaine y luego visitar a Ander Ugarte, el pelotero de Punpa, y elegir el material con el que luego jugarían los palistas". Esa fue siempre su senda, perseguir el bote de la pelota. La gran pasión de Carlos Lasa, que será despedido hoy a partir de las 18.00 horas en la capilla del tanatorio Funetxea de Basurto. Goian bego.