el retrovisor del ciclismo cuelga el goteo del dopaje. Siempre presente. La mancha de la trampa asoma intermitentemente, acosadora e inquietante, como ese camión del Diablo sobre ruedas que persigue sin motivo alguno a un conductor en el estremecedor relato cinematográfico de Steven Spielberg. Ocurre que en el ciclismo, tan proclive a chapotear en la ciénaga del dopaje, sobran los motivos. Recientemente se supo que debido a la operación Aderlass -una trama de dopaje dirigida por el doctor Mark Schmidt y en la que se descubrió una red clientelar que surtió entre otros a los ciclistas Denifl, Preidler, Koren, Lang y Durasek, todos ellos sancionados, además de a otros deportistas- serán reanalizadas las muestras de sangre congeladas de los Tour de 2016 y 2017 para hallar productos dopantes que pudieron esquivar el radar del antidopaje de aquellos años pero que podrían ser detectadas con la tecnología actual. Los laboratorios de Seibersdorf (Austria) y Colonia (Alemania) serán los encargados de desentrañar el misterio, que bien podría suponer un vuelco en la reciente biografía del ciclismo. Al parecer se busca una sustancia de origen estadounidense que resultaba indetectable, aunque se desconocen más detalles.

El carácter retroactivo de la investigación surge en medio del cruce de acusaciones y reproches que ha suscitado el documental Lance, el que narra la historia de Armstrong, la del auge y caída del mito norteamericano, y la publicación del libro Billete de ida, de Jonathan Vaughters, actual mánager del Education First y excompañero del texano. Eran los años salvajes de la EPO, cuando los ciclistas eran cohetes y consumían “combustible de gran octanaje”, según Armstrong. Vaughters reconoce sin ambages en el libro que narra su paso por el ciclismo que se dopó tras comprobar que sin la ayuda de sustancias prohibidas solo le quedaba sufrir en cada palmo de la carretera. “Fue como encontrar agua en el desierto”, cuenta Vaughters en su historia, en la que hace autocrítica y carga contra los usos y métodos de aquella época que “casi arruina el ciclismo”. Se refiere, cómo no, a la era Armstrong. Vaughters fue gregario durante dos campañas del gran capo del ciclismo. Una vez concluida su carrera deportiva, decidió transitar al lado opuesto y desde entonces, no sin voces que le reprochan su pasado y le cuestionan su actitud ahora, enarbola la bandera de la lucha contra el dopaje en sus discursos.

Enrarecido el ambiente, sin competición debido a la pandemia del coronavirus covid-19, las cuestiones derivadas del dopaje pretérito se agolpan en la plaza pública, donde se han cavado las trincheras y se dispara con munición de grueso calibre para saldar cuentas pendientes. En esa escalada armamentística, Johan Bruyneel, quien fuera director de Armstrong, su mano derecha y principal valedor, defiende sus posiciones ante, lo que entiende, un ataque con el olor a la pólvora de la hipocresía. “Nosotros aparentemente somos los culpables de todos los males del ciclismo, pero expliquen qué diferencia hay entre Bjarne Riis y yo. Competimos en la misma época y no hubo diferencias en cuanto al dopaje, yo al menos no tuve un hematocrito de 60”, aseveró Bruyneel en la revista belga Humo respecto al danés campeón del Tour de 1996 y que venció cargadísimo de EPO, con la sangre espesa como el chocolate a la taza. A Riis le apodaron Míster 60%

En una conferencia de prensa de 2007, el danés reconoció que empleó sustancias prohibidas. Riis dijo que se dopó desde 1993 hasta 1998. Aquella onda expansiva, empero, tuvo un alcance limitado porque se trataban de hechos prescritos. El danés, que justificó el uso del dopaje porque era parte consustancial de la cultura ciclista de la época, sabía lo que se hacía. Riis dirigió al CSC, al Saxo Bank y al Tinkoff antes de abandonar el WorldTour. Ha regresado al ciclismo de élite como mánager general del NTT en enero de este año. Bruyneel no entiende que personajes como Riis puedan continuar vinculados al ciclismo y él o Armstrong sean rechazados como apestados, proscritos de por vida. “Como directores deportivos también seguimos una trayectoria similar. Yo trabajé con Michele Ferrari y él con Eufemiano Fuentes. Sólo hay una diferencia legal. En el caso de Riis la Agencia Antidopaje de Dinamarca respetó la prescripción de los hechos. Por eso él puede ejercer como director mientras yo estoy suspendido de por vida y a él le reciben con los brazos abiertos”, se queja Johan Bruyneel.

El belga, al que le gusta pasar de puntillas sobre el masivo uso de sustancias dopantes cuando dirigió al inabordable e imbatible Armstrong, -“ganamos esos siete Tours con talento, visión, estrategia y una preparación muy meticulosa”, se vanagloria Bruyneel- atizó a Greg LeMond, campeón de tres Tours. Lemond siempre se mostró muy crítico con el corredor texano, al que no creyó. Fue su némesis. Del mismo modo, el belga también apuntó sin disimulo contra el ciclismo francés, que tiende a mostrarse puro y limpio en la charca del dopaje. “LeMond siempre dice que es el único ganador limpio. ¡Y una mierda! Casi siempre ha competido con equipos franceses, que eran los reyes de la cortisona. No puedes imaginar que nunca tomó nada. Ganó a Hinault y Fignon, que admitieron que lo habían tomado. No puedes vencer a ciclistas de talla mundial que se han dopado sin que tú mismo te hayas dopado”, establece Bruyneel, que sin embargo remarca que “LeMond fue el mejor de su generación, al igual que Merckx, Hinault, Anquetil, Indurain... y también Lance Armstrong”. Regreso al pasado.