ayo es el mes del alpinismo vasco. El mes en el que se celebran los aniversarios del primer ochomil de Juanito Oiarzabal y del último de Edurne Pasaban. El mes en el que Alberto Iñurrategi dedicó a su fallecido hermano el éxito de su expedición al Annapurna, aquella que le convirtió en el décimo escalador de la historia en coronar las 14 montañas más altas del planeta. Pero, sobre todo, mayo es el mes en el que se recuerda el triunfo de Martín Zabaleta. Porque hace 40 años, el hernaniarra fue el primer vasco que consiguió domar al Everst y, junto a sus once compañeros de cordada, abrió una nueva vía para el alpinismo euskaldun, una nueva ruta que en las décadas posteriores fue cuidadosamente cuidada y equipada por grandes nombres como Oiarzabal, Pasaban, Iñurrategi, Juanjo San Sebastián, Juan Vallejo o Alex Txikon.

Y es que Oiarzabal tenía 24 años cuando se clavó por primera vez la ikurriña en el techo del mundo, así que se acuerda a la perfección: “Aquello se vivió con muchas ganas. Habían pasado seis años del anterior intento y era un grupo muy vinculado a Euskadi, por lo que fue muy especial para nosotros”. De hecho, el gasteiztarra reconoce que la primera expedición vasca con éxito en el Everest se convirtió en “un referente” para los alpinistas venideros como él. Y eso que Oiarzabal es el alpinista vasco por excelencia. Es el primero que consiguió coronar los 14 ochomiles, una gesta que comenzó en 1985 en el Cho Oyu, que acabó en el Annapurna en el 99 y que se le quedó tan corta que intentó volver a repetir. Hacer otra ronda. Conquistar por segunda vez cada uno de los picos más altos del mundo. No lo consiguió, pero su ambición -o tozudez- le volvió a llevar al Everest para, junto a Juan Vallejo, ascenderlo sin oxígeno y completar la colección de los 14 a pulmón libre. En 2012, la falta de patrocinadores y un edema pulmonar le llevaron a abandonar el proyecto 2x14x8000; pero todavía en la actualidad puede presumir de ser el alpinista no sherpa con más ascensiones a un ochomil, con un total de 26 expediciones exitosas.

Sin embargo, cuando Zabaleta gritó desde el balcón del Everest, Alberto Iñurrategi era demasiado joven como para que le importara. El de Aretxabaleta se recuerda aquel mayo de 1980 “entretenido con el fútbol”, aunque la fiebre por la montaña no le tardó mucho en llegar. De hecho, doce años después y tras probar las mieles del ochomilismo con una primera ascensión al Makalu, el alpinista guipuzcoano se dirigió al Everest junto a una expedición en la que también se encontraba su hermano Félix. Así, el 25 de septiembre de 1992, los Iñurrategi no solo tuvieron el honor de formar parte del único equipo que consiguió hacer cumbre ese día; sino que, con 23 años, Alberto se convirtió en el alpinista más joven en conquistar la montaña más alta del mundo sin oxígeno artificial -hito que sigue manteniendo entre los no sherpas-. A pesar de todo, Iñurrategi no cree que “nuestra expedición tuviera más mérito” que la de Zabaleta; sino al contrario, considera que “ellos iniciaron el camino”. “Les debemos la experiencia, el planteamiento y la técnica”. Y también la vía y la inspiración.

Porque Alberto no se contentó con dos ochomiles y el 16 de mayo de 2002 ascendió el Annapurna para colocar el último cromo en la colección de los 14 e inscribir su nombre en el selecto grupo -diez alpinistas en todo el mundo- que puede presumir de una gesta así. “Me parecía bonito poner fin a aquella idea que había compartido con mi hermano -que falleció en septiembre del 2000 tras caerse por una grieta en el Gasherbrum II-: terminar los 14, pero a nuestra manera, sin hacer nada original, pero de forma interesante. También era una forma de quitarme una mochila muy pesada porque todavía no estaba repuesto de la pérdida de Félix”.

En esa expedición que encumbró a los altares a Iñurrategi también estaba Juanjo San Sebastián. El bilbaino, experto en el lado menos conocido de los ochomiles, no acudió sin embargo como alpinista, sino como periodista. Y es que, miembro habitual del equipo de Al filo de lo imposible, tenía en su palmarés la apertura de nuevas rutas, aristas secundarias y la conquista de montañas como Makalu, Cho Oyu y Shisha Pangma; pero fue el K2 quien le fue alejando poco a poco de las grandes cumbres. Y es que el 4 de agosto de 1994, el segundo pico más alto del planeta le ofreció su cima para después arrebatarle a su amigo Atxo Apellaniz, que murió de agotamiento tras sufrir una avalancha. “La montaña que marcó una época en mi vida fue el K2, pero ahora la veo como una montaña lejana”, reconoció San Sebastián en su día. Para el ahora escritor de altura no fue casualidad que fuera Zabaleta el primer vasco en hacer cima en el Everest porque “es un personaje al que admiro muchísimo, capaz de hacer frente a todo desde la más absoluta soledad”. Sin embargo, desde ese 14 de mayo de 1980 hasta la actualidad, el bilbaino reconoce que el alpinismo ha cambiado tanto, que ya “no me interesa”: “Se ha tecnificado, se ha creado una metodología del aprendizaje, pero se ha perdido la parte de descubrimiento. Nosotros no descubríamos mucho, pero no era fácil tampoco conseguir información”.

Esa primera cumbre vasca, esa expedición al Everest, tuvo tanto alcance y trascendencia que su influencia llega hasta la generación actual de alpinistas, cuyo referente es Alex Txikon. El lemoarra ha reconocido en más de una ocasión que “intento acercarme a la filosofía del Himalaya de Martín Zabaleta”. “Antes no escalaban por ser famosos, tenían otros objetivos. La montaña significaba libertad y patriotismo”. Y es la búsqueda de lo desconocido y esa necesidad de intentar algo que nadie ha conseguido antes las que llevaron a Txikon a la cima del Nanga Parbat. Cumbre que erigió a la expedición del lemoarra, formada por Ali Sadpara, Simone Moro y Tamara Lunger, como la primera en coronar la cima en invierno.