iete almas en 90 metros cuadrados. Personas y bichos cumpliremos dos meses de confinamiento y compartiremos el mismo espacio vital cuando se cumpla la última prórroga anunciada por Sánchez. El círculo familiar permanecerá más unido que nunca obligado por las circunstancias. Mínimo hasta el 9 de mayo. Ya con excepciones. Con menos rigor. Lo duro no duró tanto. Digo, lo de ¡que no salga nadie!, el par de semanas aquel en los que todo permaneció en suspenso. Trabajaban cuatro. Salían a la calle cuatro y el del tambor, un tramposo. Eran los sanitarios y los cuerpos de seguridad, dispensadores y gente de guardia. Todos esos pocos y otros cinco -aunque el número ha ido en aumento- de entre quienes están al mando en palacio. Demasiado palacio.

DeNiro, en la divertida película Meet the parents, dejaba claro a su futuro yerno, lo difícil que iba a resultarle entrar a formar parte de su círculo. De ese hablamos hoy. Un círculo íntimo y de confianza que se ha blindado y del que dependemos de verdad. Entrelazando entre sí todos esos círculos es como salimos adelante. Batimos palmas, nos damos moral y aguantamos todos juntos. Hacemos canciones, recaudamos dineros, y, sobre todo, alimentamos la llama que brillará de nuevo cuando toque. La ciudadanía es el motor y la máquina de la sociedad y las familias, el corazón.

“Los padres no tienen por qué saber de todo”, decía IñakiEizmendi en éste diario el pasado lunes. Pero no les queda otra debió añadir. No nos queda otra. En casa de María y Sergio, en la mayoría de los domicilios, más cuando hay niños pequeños, los padres, en situaciones extremas sí saben de todo. Son padres, claro, y amigos, profesores, médicos, colegas, y músicos, payasos, conductores de ganado, amas y amos de casa, vigilantes de seguridad, jueces de paz, santones y druidas…

MaríaSáezArzamendi y SergioCiriloLozán viven juntos y lo comparten todo. Son deportistas, son pelotaris y, ambos han asumido un papel principal durante la crisis. También son esenciales. Ama de casa y profesora ella, amo de casa y fontanero él. Con ellos vive Edgar, un chaval que cumplirá 21 en mayo -“el habilidoso de la familia y maestro de los ordenadores”, nos dice la madre-, que quiere ser bombero. Aimar, de 19, que hizo Artes Gráficas y trabaja en McDonald’s, cuya plantilla se ha visto afectada por un ERTE, un virus económico de este tiempo que ha infectado a decenas de miles de empresas en el Estado. El menor de los chicos recién llegó de Perú para confinarse en Vitoria. Y Aroa, la benjamina. Cumplió los 18 el pasado 3 de abril. El covid-19 ha interferido en su segundo curso de bachiller y en las pruebas de selectividad que la llevarán a la universidad. Quiere ser maestra como la madre. Con los cinco, dos más del clan, dos perros mestizos, con rastro aristocrático los dos, “que nos vuelven locos y nos dan felicidad”: Tom y Troy.

María es maestra en Toki Eder y trabaja con niños de 6 y 7 años, los de primero de primaria. Desde el pasado 9 de marzo, en coordinación con Kattalin y Txus, dos compañeras, “tratamos de sacar adelante nuestra labor lo mejor que podemos”. Con herramientas y métodos diferentes “pero sin el cara a cara del día a día”. “Creo”, resalta María que “el tú a tú, verlos y tenerlos cerca es la mejor manera de trabajar con niños”. Que la tecnología está muy bien, sí, pero el contacto “es más importante”. Lo simplifica todo, trabajas sin intermediarios y los resultados son mejores. El correo electrónico echa chispas. Qué hay que hacer, cómo se hace y las dudas que plantea el grupo recorren las redes “a lo largo de todo el día”. Es vital, claro, “la vigilancia de los padres”. Pero se pierde cercanía, “ese es el problema”, y tiempo. “Nos reventamos”, reconoce, “nadie nos había enseñado a trabajar así”. Las horas se multiplican y “acabamos trabajando de manera individual con cada chaval”.

Sergio tiene “menos trabajo” que antes. Pero ahí está, “no he parado”. El trabajo importante se acumula para cuando termine todo. Los clientes prefieren estar tranquilos en casa, “solo si es necesario, urgente e inevitable nos obliga a salir de casa”. Es fontanero. Si antes hacía entre ocho o diez veces, ahora le sobran siete. “Son urgencias u obras menores”, reconoce. Es autónomo; “lo vamos a pasar mal nosotros, Ramón”, me dice. Disponible de 8.30 de la mañana hasta las 19.00 de la tarde y, cuando le toca -esta semana, por ejemplo- 24 horas de guardia.

María estuvo en el Mundial de Pelota en 2009, ha ganado provinciales, Liga Vasca y GRABNI, estatales de squash de joven, y “el Green Capital con mi hija, inusual y muy satisfactorio, ponlo, por favor”, me ruega. No puede parar quieta. Le gusta salir y correr. A los 45 es una deportista total. Su compañero Sergio, de 53, argentino de Punta Alta, empezó a jugar a pelota a los 14 en la provincia de Buenos Aires. Ha ganado seis veces el Provincial y, con Ariel Musri, otro compatriota, ha sido finalista en Liga Vasca y GRABNI. Con ese bagaje, acostumbrados al entrenamiento, la casa se les hace pequeña. “Cuando acabe esto, echaré a correr”, dice ella. Mientras, estas semanas, se conforman con un circuito en casa con pesas, esterillas y bancos donde ejercitar, glúteos, abdominales, piernas y brazos y “estar activos” y aprovechan la terraza -“un lujo”- para continuar “enganchados a la paleta”. Realizan controles y sencillos, algunos juegos… Aunque a menudo “te entran ganas de pegarle con toda tu alma y enviar la pelota a tomar…”.

María se encarga de los perros. “Yo no tengo necesidad, ya salgo a la calle”, dice Sergio. Los niños sacan la basura. Cocinan ambos, de todo, “casi siempre un par de menús, que aquí hay de todo”. Edgar y Aroa no comen carne ni pescado. Ensaladas, pizza, arroces, pasta, guisos. A la manera argentina, a la de aquí, a la internacional…

Esencial el maestro, más que nunca. Esenciales todos los profesionales que nos echan una mano urgente. Y esenciales los padres y madres que están con sus hijos mientras dura el confinamiento. En su círculo. Un círculo cerrado y más comunicativo que nunca. En esta entrega, siete seres vivos, cinco personas y dos bichos. O cinco bichos y…