- El coronavirus ha motivado el regreso a casa de muchos deportistas alaveses que competían o trabajaban en otros países, pero esto no sucederá en el caso de Iker Romero. El vitoriano, casado desde 2016 con Laura Steinbach -balonmanista de éxito que en su día jugó en España, ingeniera y con la que tiene dos hijos pequeños-, está cada vez más asentado en Hannover, donde cumple su tercera temporada que se suma a los cuatro años vividos en su día en Berlín en su última etapa como jugador del Fuchse. “Voy renovando año a año porque estoy muy a gusto, el club está muy a gusto, Carlos está muy a gusto... Estamos muy bien y seguiremos aquí con la familia”, desgrana Iker, que está viviendo “un confinamiento algo más relajado” en Alemania sin perder de vista lo que sucede en Vitoria.

En la capital alavesa ha golpeado con fuerza la pandemia y a menudo no llegan noticias alentadoras por culpa del elevado número de fallecimientos y contagios, por lo que su intranquilidad es evidente. “Por supuesto que sigo el día a día de cómo está la crisis en España. Todo es complicado, no lo vivo en primera persona porque aquí la cosa está más tranquila, pero teniendo a mi abuela en la residencia, a mis padres por ahí, mi hermanos Aitor y Beatriz y los amigos estoy muy encima”, remarca Romero, cuyos tres sobrinos (Pablo, Jaime y Katalina) siguen sus pasos y juegan actualmente a balonmano en Corazonistas.

“Aquí está la cosa mucho más flexible. Debemos mantener la distancia de dos metros. Podemos salir a la calle pero siempre un máximo de cinco personas que sean de la familia o vivan en el mismo piso. O un máximo de dos en pareja. Si vamos más de dos, siempre hay que mantener esa distancia de seguridad. Lo mismo que en los supermercados, donde una persona no entra hasta que salga la anterior. Los alemanes cumplen a rajatabla estas medidas. Son normas de sentido común que se aplicaron antes que en España. Nunca sabes si puede haber un rebrote, pero sí hay un halo de más seguridad y de estar las cosas más controladas que por allí”, subraya.

Cada vez que pasea junto a su familia por las calles de Hannover, el vitoriano nota el calor de unos aficionados que le distinguen rápidamente y le muestran “afecto, cariño y respeto” debido a su dilatada trayectoria en el balonmano y sus incontables títulos. “Los cuatro años que jugué en Berlín fueron maravillosos, me hice un hueco y un nombre en la Bundesliga. Eso hay que ganárselo día a día, ya que no se queda de por vida”, matiza el ayudante del cuarto mejor equipo teutón.

Iker ya está completamente adaptado a las costumbres que imperan en el país y domina a la perfección un idioma tan difícil como el alemán, sin el cual resultaría imposible ejercer su profesión actual. “Mi mujer es alemana, hace tiempo que estoy aquí y me he empapado de todo. Comemos más pronto que en España, pero cambiamos el chip rápido cuando vamos de vacaciones allí. Con los niños tan pequeños es más fácil acoplarse a los horarios de aquí que a los españoles. Soy un tío que paso muchas horas en el pabellón, hay constantes viajes y partidos, pero cuando llego a casa y estoy con la familia, intento tener otros temas de conversación. El balonmano siempre está ahí, aunque no es algo que me coma la vida”, destaca de forma tajante.

El gasteiztarra también ha recibido “ofertas” para ser ya primer entrenador, pero esto no es algo que le obsesione en un momento de su vida donde no quiere dar pasos en falso ni precipitarse. “Estoy bien así y creo que esperaré el momento adecuado. Por ahora estoy muy contento con Carlos, he aprendido un montón a su lado y no tengo ningún tipo de prisa para coger las riendas de algún equipo”, concluye Iker, a punto de alcanzar las 40 primaveras.