- Es como si Leo Messi decidiera en verano poner fin a su eterna y exitosa unión de dos décadas con el Barcelona para recalar en otro conjunto de LaLiga Santander. O como si en su día Michael Jordan hubiese cambiado su uniforme de los Chicago Bulls por el de los Washington Wizards de golpe y porrazo tras su conquista de los seis anillos, sin la existencia de los casi tres años de paréntesis entre su segunda retirada de la NBA y su segundo retorno a la actividad. La marcha de Tom Brady de los New England Patriots de la NFL, la liga estadounidense de fútbol americano, abre un antes y después en la historia de la competición porque pone fin a un matrimonio perfecto en el plano deportivo, una unión de película en la que con el paso del tiempo fueron surgiendo grietas hasta saltar por los aires. A sus 42 años, tras veinte temporadas de cuento de hadas y todavía con combustible en su depósito, el quarterback (pasador) californiano decidió ingresar por primera vez en su carrera en el mercado de agentes libres y solo horas después anunció al mundo su decisión de cambiar de aires. En cuestión de días, firmó un contrato con los Tampa Bay Buccanneers a cambio de 50 millones de dólares garantizados y otros nueve en posibles incentivos por dos temporadas.

Considerado por muchos el mejor jugador de fútbol americano de la historia, Brady y los Patriots han establecido en la NFL una dinastía de dos décadas prácticamente imposible de emular por la férrea política de límite salarial de la competición y un relato deportivo digno de guion de Hollywood. Porque Brady llegó a la liga por la puerta de atrás, siendo elegido en la sexta ronda del draft de 2000 por New England en el puesto 199, y en su primer curso solo tuvo un puñado de minutos de juego en un partido. Pero la lesión de Drew Bledsoe, QB titular, la siguiente campaña cambió la historia. La franquicia apostó por él y ese mismo año arrancó una dinastía sin parangón que le ha llevado a ser el mascarón de proa de un equipo de leyenda que ha sido capaz de ganar 17 títulos de división y de llegar nueve veces a la Super Bowl, ganando seis de ellas, algo que ningún jugador había conseguido jamás, mientras en el plano individual firmaba también gestas siderales como sus tres MVP de la temporada, sus cuatro elecciones como mejor jugador de la Super Bowl o su infinidad de plusmarcas de yardas de pase y asistencias de touchdown tanto en temporada regular como en el choque que pone el título en juego.

La trayectoria de Brady es imposible de entender sin dos figuras que le han acompañado desde su inicio hasta la pasada semana. Por un lado, Robert Kraft, propietario de la franquicia y que sigue considerando al californiano "como a un hijo". Por otro, Bill Belichick, el arquitecto de la dinastía de los Patriots desde la banda, el técnico que apostó por él y junto al que ha cosechado todos sus éxitos. ¿Qué se ha roto en esa relación a tres bandas para que Brady, a sus 42 años, haya decidido cambiar de aires y recalar en una franquicia que no es, ni de lejos, de las más exitosas de la historia reciente de la NFL? Según diversos medios estadounidenses, las discrepancias y los roces nacieron en 2017, poco después de ganar su penúltima Super Bowl con una histórica remontada ante los Atlanta Falcons. Por aquel entonces, Brady ya declaraba alto y claro su deseo de mantenerse en activo hasta los 45 años y en una reunión con Belichick pidió una extensión de contrato que le asegurara retirarse a esa edad como patriot, algo a lo que no accedió el veterano entrenador, conocido por poner siempre los intereses del grupo por encima de los particulares, aunque se trate del mejor jugador de la historia. Tras buscar mayor cariño en Kraft, consiguió una mejora económica en su contrato, pero no su prolongación.

Pese al enfriamiento en la relación entre Brady y Belichick, los Patriots siguieron funcionando como un reloj, ganando la penúltima Super Bowl a Los Angeles Rams. Arrancaron el pasado curso como un avión, con una defensa al nivel de las mejores de la historia, pero la retirada de Rob Gronkowski, los cortes de receptores de campanillas como Antonio Brown y Josh Gordon por problemas extradeportivos y problemas en la línea ofensiva dejaron sin argumentos ofensivos al equipo porque tampoco Brady, aunque sobrado aún para liderar a un equipo, tenía ya edad para obrar los milagros de antaño. Tras la eliminación en primera ronda del play off, Brady pidió tener voz en la reconstrucción de la plantilla y mando en las jugadas a elaborar en el campo. Kraft delegó en Belichick la negociación y este solo le ofreció un año más de contrato y menos sueldo. Así se acabó rompiendo el matrimonio perfecto.

Tampa Bay Buccaneers. Pese a los rumores de un posible regreso a su California natal para jugar con los Chargers, Brady firmó por Tampa Bay, una franquicia cuyo único título data del año 2002, que no se clasifica para los 'play off' desde 2007 y que no presenta un balance positivo desde 2010. A su favor para hacer resurgir al equipo de Florida, un técnico experto y de garantías como Bruce Arians y dos receptores estelares: Mike Evans y Chris Godwin.