l pasado día 8, marzo, domingo, cuando todavía nuestra vida era normal y mucho menos monótona, Mikel dejaba escapar aliviosamente un suspiro en cuanto apareció el 25 en el electrónico del frontón de Adurtza. Una sonrisa amplia y una magnífica dentadura a mostrar ante las miradas cómplices de Peral, el compañero, y del clan familiar, de los Berrueta, de emoción contenida y lagrimilla delatora, a la conclusión de la final de la Liga Vasca de clubes de EH de goma masculina. Una txapela “inesperada”, me confesó el padre, sorprendido, “porque ha llegado después de tanto tiempo. ¡Quién lo iba a imaginar!”. Padre e hijo se abrazaron sin articular palabras. Ya hablaban sus ojos por ellos. “Eso fue lo mejor, Ramón, ver feliz al aita”, me dijo Mikel a los pocos días. En 2014, en fiestas de Samaniego, joven aún -24 años-, “decidí que ese partido que estaba jugando era el último”.

Los masajistas no terminaban de arreglarle las manos, llevaba una racha interminable de malos resultados “y ya no estaba a gusto”. Debió pasarlo tan mal aquel día, jugó con Asteasuinzarra, que, nada más salir de la ducha, mientras veía el segundo partido del festival junto a sus padres soltó de pronto, lento, en bajo: “creo que ya no sigo”. Una decisión así no iba a ser sencilla de tomar. Era un mar de dudas. “No sabía de qué manera iban a reaccionar mis padres”, me cuenta, aunque “yo lo tenía claro”. Luis y Puy reaccionaron como debían hacerlo, muy a su pesar quizá. “Me dejaron decidir y asumieron mi decisión”. Con pena, seguro. Al fin y al cabo, la pelota les había permitido vivir una pasión los últimos veinte años. Juntos, desde que Mikel era un crío. La última txapela, en pleno renacimiento, en otra modalidad, cerró ninguna herida. O alguna no cerró. Y Mikel la tomó como un regalo para su padre. Carpetazo a la temporada 2019-20 junto a Unai Peral. En un principio el club le había emparejado con Asier Esnaola. Pero apareció Unai. Sólo perdieron un partido en la primera fase, lo que les permitió pasar directos a la final. En ésta, se encontrarían con los hermanos Salvador, de Pamplona. El partido fue un toma y daca de principio a fin. Dominaban los alaveses, que conseguían ventajas que luego reducían los navarros.

El marcador subía y bajaba, acercaba y alejaba a cada una de las parejas, pero les era casi siempre favorable a los nuestros. Con 24 a 18 todo parecía hecho. Faltaba un tanto, pero no llegaba. Paso a paso, los Salvador se acercaban. “A ver si nos cogen y no somos capaces de hacer un tanto”, se dijo Mikel… mientras le venía a la memoria lo que años atrás le había ocurrido en el frontón de Lakua, cuando una victoria segura se diluyó hasta convertirse en una dolorosa derrota “de la que me acuerdo sobre casi todo lo demás”. Pero no, en esta ocasión llegaría el último tanto, un fallo no provocado de los rivales cuando ya se habían acercado a dos de diferencia, 24-22, y “el miedo apenas nos permitía respirar”. En Lakua había sido distinto años atrás, los últimos -“de los que apenas recuerdo victorias o finales“- mientras jugó a pelota mano. “Aquella fue una gran decepción”, recuerda. Era la final del torneo Txukun Lakua.

La disputaba junto a Joseba Sáez de Asteasu. “Creo que en la otra pareja estaba Iruarrizaga”, dice recordar, vagamente. “Ganábamos 21 a 17 y no hicimos un tanto más. No hubo forma”. La pena “la apagamos en cuanto nos fuimos todos juntos a comer en grupo”. Mikel Berrueta Apesteguia nació en 1989, el 30 de enero. Hace constar, “con orgullo”, que él es de Oteo. Natural de Oteo. Allí está la casa familiar, en la que viven los tíos Juan Miguel y Asun. En Oteo hay frontón. Y el ayuntamiento de Kanpezu es zona de pelotaris. Jugó el abuelo Miguel y “también mi padre, hasta muy tarde”, me dice Mikel. Los dos a mano. Luis continúa ligado a la pelota en su papel de juez. Un juez serio. Como el hijo, es tímido, reservado… pero no tanto. Es un hombre afable, que le gusta conversar, un tipo simpático y sonriente que lleva tres años quitándose de encima, de quiebro en quiebro, la posibilidad de salir aquí un día y protagonizar una historia de pelota. El abuelo materno, Jesús “también debió gustarle mucho la pelota”, me cuenta. No le dio por ahí a la madre, Puy, de Estella, y a Leire, la hermana. Empezó de muy crio en el pueblo. Con el primo Iñaki y los padres de ambos. Pero más en serio, en la ikastola, junto a Iker Chasco. “No andábamos mal en Gasteiz”, me cuenta, “hasta que nos encontrábamos con Ibai Jauregi -primo- y los gemelos de Roitegui, con Jon Ladrón de Guevara de Agurain y los chavales de Amurrio Guerrero y Vadillo”. Del primer partido de blanco, en Olabide, “tengo la sensación que regalamos el partido”.

Aunque perdieron ganó su “primera medalla”. Pasó enseguida a Zaramaga, donde “había mucho crío, mucha gente y mucha seriedad”. Le tocó jugar con Gómez, un delantero “muy vistoso” con el que se entendió bien. Y coincidió con Unai Alvarado. “Formamos una pareja muy compensada”, dice Mikel. Alvarado era un delantero “fino y valiente, uno de los mejores junto a mi primo Ibai”. Unai le ponía la pimienta y el remate, cuando el juego de Mikel , un chaval alto y fuerte, “con muy buena derecha, serio y trabajador”, apunta Unai, marcaba tendencia entre los zagueros.

Ganarían juntos el torneo de Zaramaga, el Provincial y el Casco Viejo. Unai, que alaba de Mikel su buen carácter: “era muy tranquilo, majo y muy noble… pero le costaba soltarse”, recuerda cuando ganaron el Campeonato de Álava infantil y debieron enfrentarse luego a los mejores de otras provincias. Estaban Urrutikoetxea e Iturrioz, “los mejores de entonces”. Una gran experiencia.

Luego bajó de nivel. Era alto y fuerte, aunque flaco, de poco falló “y con pegadita, me decían”. El físico importaba menos. Importaban otras cosas. “Yo era duro… pero no valía sólo con eso”. Compañero de Aitor Asteasuinzarra y Joseba Sáez de Asteasu. Jugó provinciales, el Virgen Blanca y campeonatos de fuera: Usurbil, Añorga, Burlada y Barañain. El padre le hacía de taxista.Le exigía “el 100 por 100, que lo diera todo… Si me esforzaba y no me mosqueaba ya estaba contento”. “Pocas broncas me echó”, recuerda “otra cosa es que me descentrara o hiciera muchos regalos… ¡ahí sí!”.

Cuando lo dejó en 2014, una reunión familiar le devolvió a su sitio. Pero con la pala. Primero con la familia. Luego con Araico y Garrido, más en serio. Más tarde con Nagore Martín e Iker Cortazar. Hoy en Errekaleor, con el orgullo y la timidez intactos.