fueron estrellas, grandes deportistas y adelantadas a su época. Marcaron una línea a seguir e hicieron camino. Títeres y vedetes. Unas artistas. Y las grandes olvidadas. Por la moral de entonces, por los miedos, por el mal uso y una autoridad incompetente de doble rasero, las raquetistas volaron alto y se estrellaron. Vivieron libres, se mostraron y tuvieron que esconderse. Fueron pioneras. Unas valientes, inconscientes, jóvenes echadas para adelante que rompieron con todo, se atrevieron y compartieron un lugar de privilegio junto a ellos. Las Señoritas Raquetistas fueron las primeras deportistas profesionales de España y se codearon con príncipes, políticos, artistas, así como con lo más bajo de la escala social. Jugaron alrededor del mundo como lo hicieron los hombres. La cesta punta vivió su época de apogeo a comienzos del siglo pasado y viajaron por los mejores frontones del orbe. Desde Barcelona a Málaga, de Nápoles a El Cairo, de Filipinas a Cuba o desde Canadá a Brasil, entre otros. Casi a la par, ellas también lo hicieron. Como después los pelotaris de otras modalidades. Desde 1917 en el viejo Madrid, Cedaceros, luego en el frontón nuevo hasta que, en 1980 se disputó el último partido. Ganaron mucho dinero, gastaron lo mismo, vivieron muy bien y, al final, se encerraron en casa. Y la historia se olvidó de ellas. Hoy, la Asociación de Mujeres Pelotaris trabaja para igualar los derechos entre hombres y mujeres y devolverles lo que una vez tuvieron. La Asociación de Raquetistas trata de hacerlas visibles, sacarlas del oscurantismo y salvarlas de “la vergüenza” que muchas familias nunca debieron sentir por lo que aquellas mujeres consiguieron antes que nadie. Normalidad, igualdad, presencia y visibilidad. El franquismo y las nuevas ideas las borraron del mapa, aunque sigue habiendo quienes las prefieren “en las cocinas y en casa”, según dijeron, secamente pero bien alto, algunos mensajes en los whatsapps de pelotaris no tan mayores. Pelotaris de nuestro entorno.

Casi la mitad de las fichas federativas de los años 40 eran de mujeres. 700 pelotaris de las que, al menos 200, jugaron como profesionales. Las mayores pasan de los 90 años, “las mexicanas Julita y Juanita, con las que no hace mucho departimos”, me dice Jon Juanes Iragorri, “acaban de fallecer”, y las más jóvenes, entre las que estaba Coro Iragorri, madre de Jon, rondan los 70. La Asociación Raketistak Lehen eta Orain trabaja desde hace cinco años para devolverlas a la vida y desenterrar un pasado del que nadie quiso hablar. Que llegó a avergonzar a algunos y que las mismas pelotaris decidieron mantener en el olvido. “Buscando una foto de mi madre, fallecida cuando yo tenía ocho años”, cuenta Juanes, “tiró de nosotros para investigar y desenterrar la verdad”.

El 8 de diciembre de 1955 nació en Villarreal de Álava, Legutiano hoy, Maribel Aldasoro Albizuribe. De niña, como el resto de la chavalería, jugaba a mano, a pala y con la raqueta en el viejo frontón donde estaban las escuelas. Tuvo cinco hermanos, tres chicos y dos chicas. Viven dos, la mayor, Merche, y Lorenzo, el hijo menor. Así se llamaban los padres también, una familia de agricultores que también regentaba el bar La Bodeguilla en el pueblo. “Yo no podía”, me cuenta Merche, “pero Maribel se escaqueaba del bar todo lo que podía”. Era una niña que echaba una mano “pero se pasaba el día en el frontón”. A Maribel le tiraba el frontenis, “mezclaba poco”, cuenta su hermana. Armentia, gurú de la pelota en Legutiano unas décadas atrás y Arrizabalaga, prohombres ambos de la pelota alavesa, la convencieron para pasar una prueba en Madrid. Aldasoro e Isabelita Azpiazu, las dos, superaron la traba. Maribel Aldasoro se quedó en la capital, mientras que Isabelita, de familia pelotazale por los cuatro costados, regresó a casa. Aquel era un paso difícil “y la familia no estuvo por la labor”. En aquel grupo de mujeres del pueblo también estaban Isabel Unzalu, de Arkesto -“una jugadora excepcional”, recuerda Merche- y Conchi Sáez de Zaitegui Isasi. A comienzos de los años 70 “las mujeres jugaban casi todos los días”, cuenta Merche. Cada festival se componía de cuatro partidos, mixtos muchas veces y de modalidades diferentes, “Ogueta pasó por allí y los mejores de la cesta y de la pala”. Todos mezclaban. Todos ganaban bien. Juntos vivieron a lo grande. Ellos sin disimulo, ellas bajo sospecha siempre, sujetas a las miradas de una sociedad machista, de moral doble y rasero “a conveniencia”. En el frontón las trataban como a los hombres, sujetas a insultos y vejaciones aún más fuertes “por ser mujer y haber dinero de por medio”, mientras “hacían de tripas corazón”. Muchas, las más, mientras saltaban y soltaban los raquetazos -las pelotas eran de cuero- conscientes de ser objeto de miradas “a veces inapropiadas”, se echaban la mano sobre la falda para evitar que ésta volara y dejara “demasiada pierna al descubierto”.

Extraordinarias deportistas, sujetas a la opinión pública, expuestas y, a la vez, observadas, de frente y de reojo, en el mismo frontón y en la calle. Y hasta en casa “sus propias familias pudieron salir adelante en épocas de guerra y posguerra gracias a la ayuda económica de estas pelotaris”, resalta Juanes.

Jugó de delantera y de zaguera en alguna ocasión. “Recibió más de un pelotazo”, tal y como asegura su hermana que pasó alguna noche junto a Maribel en el hospital. Tenía un revés a dos manos “realmente espectacular” y se le conoció como la Pastora, porque era de pueblo y tenía ganado. Como la mayoría, no volvió a casa “hasta que le llegó la hora con 30 años recién cumplidos en la cama del hospital Santiago de Vitoria”.

Ganó mucho dinero, que gastó y regaló por su buen corazón e inexperiencia. Se murió joven y tras sufrir, tanto como deportista como mujer, los vaivenes de una sociedad que la reclamaba para luego criticarla. “La moral franquista cerró los frontones para ellas”, llegó a escribir Carmelo Urdangarin. Los mismos que las disfrutaban, a veces, con los mismos ojos censores de quienes miden con desigual rasero a hombres y mujeres.

Pudieron haber sido las grandes referentes -primer colectivo deportivo que cotizó en la Seguridad Social- y se fueron sin hacer ruido, casi olvidadas. “Han sido noticia el día de su muerte”, concluye Juanes. Juzgadas y condenadas, criticadas y amadas. Las primeras. Las pioneras. El concepto mujer pelotari es viejo. Es suyo. Algunas son de las nuestras.