vitoria - A lo largo de las últimas temporadas el estadio de Mendizorroza se ha convertido en una especie de templo sagrado que quincenalmente derramaba su protección sobre quienes vestían de albiazul para ayudar al Deportivo Alavés ha sumar una buena cosecha de puntos con los que asegurar la consecución de sus objetivos. Así sucedió en los ansiados ascensos desde la Segunda B y en las no menos trabajadas permanencias en la máxima categoría de las tres temporadas más recientes. Una línea que se mantuvo de la misma manera en el inicio del actual ejercicio.

El plantel de Asier Garitano se convertía en un triste náufrago a la deriva cada vez que se alejaba del coliseo del Paseo de Cervantes pero, cuando comparecía al calor de su afición, recuperaba la versión competitiva que le llevaba a engordar su casillero de victorias. Con esos puntos casi como único argumento ha logrado mantenerse fuera de las posiciones de descenso -y disfrutar además de un mínimo colchón de seguridad- durante la primera mitad del campeonato.

Sin embargo, el epílogo de 2019 parece haber dejado algún peligroso virus en la casa albiazul. Porque la realidad es que lo que hasta entonces era una aparentemente indestructible caja fuerte ha comenzado a presentar serias fugas.

Una realidad que, desgraciadamente, confirmó la visita del Villarreal el pasado sábado. Después de haber superado a domicilio al Levante la jornada anterior, El Glorioso afrontaba la cita como una gran ocasión para comenzar a confirmar su recuperación y sentar las bases para una segunda vuelta más cómoda. Sin embargo, todo se frustró al desaparecer la piedra angular sobre la que se había edificado este particular castillo en el aire.

De esta manera, el Submarino amarillo no se encontró con demasiados obstáculos para profanar el templo alavesista y llevarse los tres puntos en liza dentro del maletero en el viaje de regreso a casa. Un resultado que podría entrar dentro de la categoría de simple anécdota o accidente si no fuera porque forma parte de una serie de tropiezos que ya deben comenzar a preocupar a los responsables del equipo.

Y es que resulta harto complicado en estos momentos argumentar la condición de fortín del estadio de Mendizorroza. Lejos quedan esos tiempos cuando el conjunto vitoriano acumula nada menos que cuatro jornadas consecutivas sin ser capaz de disfrutar de una victoria ejerciendo de local. Concretamente desde el pasado 9 de noviembre, cuando rubricó su triunfo más cómodo del curso (3-0) ante el Valladolid, el cuadro de Asier Garitano no ha vuelto a disfrutar de ese dulce sabor.

Casi dos meses de ayuno en los que ha sumado dos derrotas (contra Real Madrid y Villarreal) y otros tantos empates (frente a Leganés y Betis). Un balance sin duda insuficiente si se mantiene este ritmo hasta la conclusión de la campaña.