No cabe duda de que en el mundo del deporte tanto profesional como semiprofesional (o incluso en el amateur), la alimentación cada vez tiene más y más importancia. Hace treinta años el físico de los deportistas era totalmente diferente al actual y lo mismo ocurría con el nivel de exigencia deportiva. Hoy en día la competitividad en cualquier campo es mayor, siempre queremos más: mejores tiempos, mejores resultados, jugar más partidos, superar nuestros retos, alargar nuestra carrera deportiva... Ese querer más y más parece muy bonito, pero puede dar lugar a lesiones y a problemas de salud derivados de la actividad física excesiva. Es por eso que una correcta alimentación y nutrición resultan indispensables si queremos hacer frente a todo esto.

Pero, ¿cuál es el problema? Que cuando hemos llevado una dieta no excesivamente saludable y queremos sustituirla por las directrices que mandan los nutricionistas deportivos, a nuestro paladar le cuesta muchísimo acostumbrarse a ese nuevo cambio. El otro día leía en un artículo unas declaraciones del base del Real Madrid, Facu Campazzo, que decía que ahora su frigorífico era una pena, que cuando lo abre no hay nada que le guste, pero que las cosas eran así y había que hacerse a la idea. Es una pena tener que dejar de disfrutar del placer de la comida. Si eres profesional y te pagan por ello, obviamente es una obligación, pero hacerlo por gusto me parece pagar un precio inasumible.

Pero, ¿hace falta llegar a esta situación? ¿Pueden los alimentos saludables despertar ese placer en nuestro paladar? Mi respuesta es un sí rotundo, pero también requiere de un entrenamiento y de unos buenos hábitos alimenticios. Si nos acostumbramos a comer productos como helados de vainilla con cookies y salty caramel, embutidos varios, hamburguesas con miles de ingredientes y su rico pan de brioche, snacks súper sabrosos y pizzas a domicilio como base de nuestras dietas, entonces será complicado. Las grasas saturadas, unidas al exceso de sal, a los puñados de azúcar y a los aditivos saborizantes tipo glutamato monosódico, está claro que llenan nuestras papilas gustativas prácticamente hasta el éxtasis, y los sabores más humildes, menos procesados y más saludables poco pueden hacer frente a los que vienen de tan poderosa industria alimentaria.

Solo nos queda entrenar a nuestro paladar lo antes posible (desde pequeños a poder ser) con comida de verdad, con real food como se dice hoy en día, con alimentos naturales y cocinados en casa con materias primas de calidad. Debemos acostumbrarnos a disfrutar de estos sabores limpios, sutiles, poco recargados, pero a la vez maravillosos. No digo que ciertos productos procesados no deban formar parte de nuestra dieta, sino que nunca deben ser de consumo habitual, siempre de consumo ocasional. Pequeños pecados que no está mal consumir de vez en cuando.

Bajo mi experiencia, si nuestro paladar no es capaz de disfrutar con la comida saludable y está continuamente deseando que llegue ese día del pecado, nunca seremos capaces de llevar una auténtica dieta saludable. Por eso os invito a preocuparos desde lo antes posible a hacer de los buenos alimentos platos increíbles. Vamos, que nos pongamos manos a la obra y que cocinemos y nos preocupemos de qué es lo que compramos y qué nos metemos en el cuerpo..