el manual dio paso al electrónico y entró en escena Fulgen, que se hizo con el puesto de titular. Anselmo estaba más seguro con el nuevo al lado. Permanecieron juntos hasta que a Anselmo Ruiz de Garibay le tocó subir el cartón con el 22 al cielo. Casi ocho años después de que, un 25 de julio del año 2000, el viejo anotador en la cancha del Ogueta, buscara un sustituto para cubrirle en el frontón mientras él se acercaba a la plaza de toros. Coincidían en Santiago los festivales, taurino y pelotazale, y le fallaba el amigo y popularísimo Lechuga, quien solía cubrirle el puesto en días como ese. “Quiero ir a los toros -me dijo Anselmo-, hazme el favor, vente”. Fulgen estaba en casa. Era la una de la tarde, y el festival comenzaba cuatro horas más tarde. “Me tendrás que enseñar qué hay que hacer”, le dije yo. Se vino del pueblo, hizo el festival y debió hacerlo bien, porque, desde entonces siguieron juntos. “Anselmo”, confiesa Fulgen, “no estaba tan seguro con el cambio a electrónico y prefería que estuviera con él”. Luego Asegarce le propuso continuar y, hasta hoy. Es el encargado del marcador en el Ogueta en los partidos grandes.

Fulgencio Fernández de Lezeta Sagasti nació en Alda, en el valle de Arana, el 19 de febrero de 1954. El famoso guerrillero que se las hizo pasar canutas al ejército francés en Arlabán, en las guerras napoleónicas, Sebastián Fernández de Lezeta Dos pelos fue su antepasado. Natural de Ullibarri Arana, su figura ha sido recuperada por, entre otros, nuestro historiador local Isidro Sáenz de Urturi, la Manuel Iradier y los vecinos del valle, cuya capital es Alda, el pueblo más pequeño. Una figura ecuestre con el guerrillero comparte el espacio y el día a día con los vecinos del pueblo desde 2017. Merecido guiño al azote de los franceses.

El pequeño Fulgen jugó en el pórtico de la iglesia de San Pedro Apóstol con la chavalería del pueblo, el único sin frontón de todo el valle. Le apodaban Chichán, como al abuelo de Ruiz, pelotari navarro. Dice que fue, “de los de mi edad, de los más adelantados”, pero enseguida nombra a Amable Abajo Alda -que ni era amable, ni bajo, ni de Alda- y a Luis y Jacinto porque, “eran los mejores”. Los domingos, claro, “nos íbamos a jugar a Ullibarri, que para eso tenía frontón y pórtico más largo que el nuestro”. Con once años ingresa en los Carmelitas de Amorebieta. Cinco años más tarde, observa el clero -“yo mismo me cercioro”- que se adelanta en los rezos a todos los demás, “que aquello no iba conmigo”, desliza. Y vuelve a casa, aunque “con no muchas ganas de dedicarme a las cosas del campo”. Interno con los frailes coincide con Rufino Satrustegi, pelotari en ciernes, profesional años después y corredor hoy en día. Fulgen, además de a estudiar y jugar a pelota, se encarga de la custodia del material deportivo y de fabricar las pelotas de juego. Los frailes compraban el material (cuero, núcleo e hilo) “y yo me encargo del relleno con la lana de los calcetines viejos de los estudiantes”. Aquellos años tropieza con el fútbol y, vuelto a casa, olvida la pelota y se vuelca con el balompié en el juvenil del Huracán.

Hace un paréntesis, obligatorio en aquella época, para cumplir en Araca como voluntario. Le esperan dos años de mili, iniciándose la década de los 70, época dura, que precisa para buscarse un trabajo “con los deberes cumplidos”. Coincide y conoce al artillero Juan Mari Bengoetxea, tío de Oinatz, luego Bengoetxea III y gran campeón. “¡Lessseta! -me exhortaba, marcando una ese larga en lugar de la zeta-, no bajes hoy a Vitoria, ¡quédate y me tiras unas pelotas en el frontón!”. De algo le serviría al bueno de Juan Mari restar tanto saque de nuestro Fulgen. Al poco se proclamaría campeón de España de aficionados y con el tiempo lograría dos campeonatos del manomanista. Al terminar la mili vuelve al fútbol. Le llaman Sagasti. Juega de portero en el Esmaltaciones San Ignacio, en el Huracán y en el Salvatierra, con Evaristo “el de la Polla”. También estaban Isidro, Rodolfo y Luis Miguel Rioja, “un artista, puro nervio y gran delantero”. En un amistoso en Agurain, Fulgen es el portero local, y Zubizarreta el visitante, “un chaval joven y alto, de pelo rizado y negro que luego destacaría algo más que yo”, añade jocoso. Lo de llamarle por el segundo apellido es cosa de Uriarte, compañero en el Huracán, “un follonero, chaval increíble y figura del equipo? aunque la pausa y el orden los ponía Segura”.

Al aproximarse a la treintena deja el fútbol y se retorna al frontón. Se convierte en Lezeta. Venancio, Viloria y Carmelo Asurmendi le acogen en Adurtza. Una vez, Carmelo, que se apuntaba con los fuertes, y Lekue lo era, estaba a un paso de la final pero debían dejar atrás a Gobeo y Lezeta. Lo tenían casi hecho, ganaban 21 a 13, pero “le dimos la vuelta y nos impusimos, 21-22, y le metimos el diablo en el cuerpo al bueno de Asurmendi. ¡Qué partido!”, remata Fulgen. Sin embargo, en otra ocasión las tornas fueron diferentes. Lezeta jugaba con un “magnífico José Miguel Crespo, joven y exmundialista”, en la final del social de Adurtza. Enfrente, Macario y Apellániz, dos veteranos. Crespo podía con los tres juntos pero, “a Crespo se le había hecho larga la noche”. Ni que decir tiene que la última copa, la buena, “se la bebieron ellos”. El triunfo más reseñable llegaría en el Torneo por Cuadrillas de Álava. Elorza y Lezeta habían ganado la previa de la Cuadrilla de la Montaña y jugaban la final del Torneo contra el dúo de la Rioja Alavesa que formaban dos chavales de Laguardia. Lezeta me cuenta que, “sin apenas dormir -llevaba el bar de Agurain en fiestas- lo teníamos más que crudo”. Con ventaja en el marcador, 18-14, “los de Laguardia”, no recuerda sus nombres, “nos empataron a 18 y me sentí morir”. Tirando de veteranía, corrió hasta el final del vestuario, que conocía bien, y se metió debajo de un chorro de agua antes de que los jueces le pillaran; “me salvó la vida”.

Admira a Irujo, “puro talento e imprevisible”, dice, y a Andoni Aretxabaleta, pelotari serio y “muy majo”, aunque? “la mayoría lo son”. De los de aquí, apunta a Alvarado y Pérez. No entiende que no pasaran a profesionales. En este sentido aún rezuma en sus adentros la “amargura que pasamos cuando Jauregi no dio el paso. Estábamos locos con él”. “Y con Prado”, añade. La nobleza y el ambiente de la pelota “te atrapan”, sentencia. Y echa atrás los recuerdos y destaca dos, la final del cuatro y medio del 97, el partidazo del Ogueta con victoria de Retegui II, 22-21, ante Titín y la semifinal de este año en el Adarraga con triunfo del dúo Altuna III-Imaz ante Bengoetxea VI-Martija por 22 a 19. Cuando el Ogueta esté en condiciones Fulgen volverá. Con toda su pelambrera.