el maestro de periodistas e inspirador de viajeros, Manuel Ángel Leguinetxe Bollar (Arrazua, Bizkaia, 1941-Madrid, 2014), más conocido con Manu Leguineche, aprendió el oficio de la mano del gran Miguel Delibes en El Norte de Castilla. Con 19 años y sin decir nada a sus padres se embarcó en un ferry desde Alicante rumbo a África para informar sobre la guerra de Argelia. Quedó atrapado por curiosidad vital que supone abandonar las fronteras propias y se especializó en conflictos internacionales, sin dejar de lado su pasión por el cine, el deporte y el mus. Prodigó la honestidad.

El Kapuscinski en castellano fue pedagógico al explicar la desgracia humana en guerras como la de Vietnam o Camboya y vivió en primera persona la revolución sandinista en Nicaragua y el terremoto de Managua en 1972. No tuvo más remedio que emular a Julio Cortázar para describir las catástrofes y las desdichas. Sufrió a Pinochet y siguió de cerca el encuentro de las superpotencias entre Reagan y Gorbachov en el 85. Estuvo muy relacionado con Vitoria-Gasteiz, donde tenía familia y un buen y selecto grupo de amigos. Aquí hizo la mili y trabajó en la redacción del diario vespertino El Norte Exprés, sito en la calle Manuel Iradier. Su amistad con Juan Ramón Madrid, nacida al albor de aquella redacción, le convirtió en visitante asiduo de Laguardia y en catador y defensor de sus mejores caldos. Lo hizo in situ y desde Brihuega, corazón de La Alcarria y paraíso de lavanda, donde se afincó en su etapa definitiva.

Leguineche finalizó su brillante trayectoria de miles de artículos y una cincuentena de títulos con el libro El club de los faltos de cariño, Premio Euskadi de Literatura 2008. Lo que aquí sigue toma el todo por la parte a modo de recuerdo y reconocimiento al periodista y escritor admirado y lo adapta con otro título: El club de los grandes olvidados.

A menudo siento y percibo el olvido de los rectores y de muchos aficionados de un club que nació a modo de sección en un equipo de fútbol y que pulula inmerso en el día a día de la temporada, sin identificarse con lo que fue. Al menos, como nos gustaría a tantos. Memoria es lo único que somos.

Que no exista en la actualidad una asociación de exjugadores, directivos y entrenadores en activo me parece una falta de sensibilidad por parte de la entidad, pero también por los que fueron y fuimos en algún instante -aunque fuera nimio- protagonistas. Existir, existió, y buena parte del mérito la tuvo José Antonio Rivera. Pero ahora ya es pasado. Reactivarla debería ser obligado patrimonio y condominio institucional. El Baskonia llegó incluso a tener un equipo de veteranos que se batía el cobre con otros equipos viejunos de uno y otro confín. Llegó la Final Four de la Euroliga a la capital alavesa y se trajo a sus estrellas del ayer. Vitoria-Gasteiz tuvo y tiene las suyas, pero están esparcidas por el espacio. Faltan coleccionistas de astros.

De ahí procede todo. Eso somos. Gloria, honor, remembranza, alabanza y reconocimiento a quienes tanto dieron y se merecen desde estas líneas humildes y, seguramente, imprecisas, aunque nunca contribuidoras al olvido ni exentas de cariño.