los niños que al pintar se salen de las líneas, de mayores son más creativos. Me desperté una mañana con esta idea rondándome la cabeza. La anoté en un cuaderno y ahí permaneció. Mi intuición me decía que tenía sentido; que había salido de mí por alguna razón. Hace poco, viendo un torneo de diferentes edades y deportes, esa idea guardada salió a flote otra vez. Viendo cómo actuaban, cómo se comportaban los entrenadores, los padres, qué tipo de mensajes lanzaban a sus pupilos, aquella idea cobró sentido.
Esta es mi interpretación: ¿Qué es lo que habitualmente les decimos a los niños al salirse de las líneas cuando están pintando? “No, así no; no te salgas de las líneas, las líneas están para que pintes dentro; si te sales, bórralo y empieza de nuevo; hazlo bien”. Algo así más o menos, ¿no? ¿Qué les estamos transmitiendo? Reglas, normas y límites.
Estoy convencido de la obligatoriedad de poner normas y límites. Deben saber dónde están y hasta donde les vamos a dejar llegar. Trabajando con todo tipo de entrenadores llegamos casi siempre a la misma conclusión. La mayoría nos sentimos más cómodos en un lenguaje negativo. “No pierdas el balón”; “no arriesgues en ese pase”; “no ataques si no estas convencido”; “no hagas lo que no sabes hacer”... ¿Qué cambiaría en el receptor si el mensaje fuera en positivo? ¿En qué ayudaría a nuestros hijos, alumnos y jugadores? “Protege el balón”; “asegura el pase”; “sé valiente si lo ves claro”; “sigue creciendo para mejorar”... ¿Qué es lo que cambia? Un lenguaje positivo les ayudaría a afrontar miedos. Aumentaría su autoestima y la seguridad en ellos mismos y crearía adultos con una alta inteligencia emocional, importantísima para afrontar sus retos vitales.
En el caso de pintar sobre dibujos marcados entre líneas, soy de la opinión de que hay que dejarles libres, de que no hay que limitarles su campo de acción. Estoy convencido de que en la mente de los niños la línea que se están saltando no la entienden como la entendemos nosotros, que estamos decidiendo qué está bien y qué no.
He hablado con una persona que me contaba que desde pequeñita su madre y su abuela le decían esto mismo. “Bórralo y hazlo bien”. Una vez había pintado con un bolígrafo y que al intentar borrarlo rompió la hoja. Entonces, relataba, entre palabras de tristeza y pena, que creía que le iban a gritar y que había hecho algo malo. Cuando ahora le pregunto cómo se sintió y cómo le afectó aquello, lo primero que me cuenta es que no sabe hacer nada de nada. No sabe bailar, no sabe cantar, no escribe bien... Yo no sé si hay una conexión entre aquello que le pasó y lo que piensa y siente ahora. La conexión la hizo ella, no yo. Su mente ha decidido conectar ese recuerdo con lo que siente que es ahora. Con sus limitaciones. Le ha salido de forma inconsciente y automática.
Una vez leí que en los primeros ocho años de vida se le dice a un niño una media de 100.000 veces no. ¿Cuántos son necesarios? Estoy convencido que unos cuantos sí son necesarios. También que muchos de ellos son automáticos. Que nos salen sin más. A veces sin siquiera entender qué preguntan, qué piden o qué hay detrás. El primer no es paralizador. Nos detiene en la acción e impide que sigamos desarrollando nuestra creatividad. Tengo por costumbre observar las conductas de los padres en los campos de juego. Escucho atentamente las indicaciones que hacen a sus hijos. Y ocurre tres cuartos de lo mismo: el primer no es la voz de alerta que paraliza al niño y, a partir de ahí, en muchas ocasiones los niños están más pendientes de lo que les dicen sus padres que del juego.
Me acabo de leer un libro que se titula ¿Y por qué no? Trata del empeño de un escritor errante, como se define él, por conocer a sus lectores. Cuenta su historia como escritor y su búsqueda incesante de lectores. Desde sus inicios decidió eliminar sistemáticamente los noes encontrados para atesorar esos síes tan escasos como apreciados. Apareció un día en mi puerta contando su historia. Iba promocionando su obra casa por casa. Después de escucharle le compré su novela y estuvimos charlando un rato acerca de sus anécdotas en este proceso suyo de darse a conocer. Leí su libro y me preguntaba, ¿qué fortaleza hay que tener para sujetar, manejar y gestionar los continuos noes que le decían a diario? Él mismo hablaba de sus sensaciones después de un montón de noes y el subidón que le producía un sí.
¿Cómo habríamos reaccionado cada uno de nosotros? ¿Cuántos no te salen de forma automática? ¿Cómo te has sentido al oír un no? ¿Cómo está tu creatividad? ¿A qué le pondrías un sí?
* El autor es socio de Sport&Play