hay momentos en la vida en los que todo se mueve. El cambio asoma y no queda otra que tirar por la tangente, ser flexible y acompañar tu propio proceso. Se quiera o no, la existencia tiene muchos momentos transaccionales en los que el sujeto pasa de un estado a otro, bien a favor o en contra de su voluntad. ¿Evolución? ¡Quién sabe!.

Acompaño en estos días a dos Amigos que el baloncesto me dio -hace tanto que no me acuerdo (mal asunto)-, en un proceso de pérdida. A su alrededor ha aparecido de inmediato la cuadrilla que se formó en torno a un puñado de líneas blancas sobre el suelo. La fragua del básquet surge cuando el fuego más calienta. También han tenido otros territorios como soporte. No todo comienza ni acaba en un aro. A más red, más pescado.

En estos procesos de cambio situacional hay constantes que nos acompañan y que inconscientemente nos sujetan a lo que fuimos, sirviéndonos de soporte por muy oscuro que se torne el callejón. Cuando entiendes el baloncesto como algo propio, el deporte de la canasta (o cualquier otro que se precie) siempre acompaña.

A lo que vamos. ¿Por qué une tanto el baloncesto? ¿O el fútbol, el balonmano, el rugby o el volley?. ¿Por qué estas estructuras dejan un poso para la posteridad?

Asisto como invitado de gala todos los años a una comida de reunión y encuentro entre quienes fueron artífices y valores futbolísticos del gran Aurrera de Vitoria, que llegó a ser campeón de grupo de Segunda división B. Entre sus integrantes siento la construcción sólida de un equipo de personas que han crecido como deportistas y amigos al mismo tiempo. ¡Y eso no lo para ni el tranvía! Me siento un privilegiado a su lado. A veces sueño que me visto de rojillo y formo parte de su esencia de juego y de sus logros. En cualquier caso, me han adoptado y yo me siento suyo. Gracias.

Todos y cada uno de los equipos que entrené y todas las personas que tuve el honor de dirigir las considero “propias”. Con mis torpezas y seriedad mal entendida no sé si cumplí sus expectativas, pero para mí todas ellas fueron importantes. Las recuerdo como únicas.

Me pasa lo mismo con todos los compañeros de viaje que estudiamos en su día en el colegio Santa María Marianistas de Vitoria. Hay algo común que subyace. Territorios comunes de crecimiento y valores, aunque el hecho de creer en lo divino se haya convertido en una quimera. Algo queda.

Es curioso que no me pase lo mismo con José María Aznar y todos los potentados y poderes fácticos, políticos, empresarios y ministros que estudiaron en el colegio El Pilar de Madrid. Pero comprendo que se unan para hacernos la vida un poco más difícil, incluso imposible. Entre ellos se fían. Es lo que tiene el sentimiento de pertenencia.

EL ESTADO DE LAS COSAS Cuestionamientos aparte, el baloncesto sigue su curso en forma de competiciones. Parece que el Baskonia no acaba de encontrar su camino, pero todavía le queda por echar condimentos al cocido. Lo importante es que haya buena materia prima y buen cocinero, al menos, hasta que no se demuestre lo contrario. Y que las lesiones no sigan pasando factura, aunque ellas también forman parte del todo.

Por su parte, el Araski ya sabe lo que es cortar una mala racha. Y además, a lo grande. Venciendo con un sistema ganador a falta de cinco segundos y a domicilio en Zamora. Las de Made Urieta vuelven así a la zona cómoda que dan los triunfos. Pero todos los días no sale el sol por Antequera. Hay que seguir convirtiendo un conjunto de jugadoras en un equipo.

El camino es largo para los que se buscan a sí mismos. Es entonces cuando el baloncesto ejerce de apoyo, notario y testigo.