las sopas siempre han sido un básico presente en nuestra gastronomía, y en la comida del día a día de nuestras casas. Antes se consideraba que este tipo de platos eran comida de aprovechamiento para recuperar energía y entrar en calor en otoño e invierno. Y también en cierta manera para engañar al estómago por las noches. Todo este savoir faire de la cultura popular ha caído en el olvido, y es una pena que no se mantenga hoy en día. Nos centramos constantemente en nuevos productos, técnicas y consejos nutricionales, cuando lo que deberíamos hacer es echar un vistazo a la forma de guisar de nuestros abuelos, adaptándolo a las necesidades actuales, claro.

A una sopa o caldo le podemos echar un sinfín de elementos: desde verduras (puerros, zanahorias, cebollas o la parte verde de las cebolletas, apio?) hasta carnes (pollo, zancarrón de ternera, cerdo?), pasando por productos que consideramos de desecho (carcasas de pollo, huesos, las partes menos nobles del jamón?). Todo ello se prepara cociéndolo a fuego lento en abundante agua, siempre desde frío, desespumando cuando se requiera y a un fuego medio-bajo. El tiempo de cocción dependerá de la dureza de los elementos que estemos utilizando, pero en la mayoría de los casos, cuanto mayor sea, mejor (excepto cuando usamos raspas de pescado). Lo que buscamos siempre es un caldo sustancioso, es decir, buscamos pasar los sabores de los ingredientes que usamos al caldo. En eso se basa la técnica de un buen caldo.

Esta preparación es muy interesante para la alimentación del día al día de un deportista, ¿queréis saber por qué?

1. Es una preparación baja en grasa, y rica en todo lo bueno. Si enfriamos durante una noche en la nevera el caldo una vez está hecho y colado, la grasa quedará en la parte superior del recipiente, así que se puede retirar muy fácilmente, y como resultado tendremos un producto prácticamente sin contenido graso, y no le habremos quitado los macronutrientes y micronutrientes que más nos interesan.

2. Es un alimento muy saciante y bajo en calorías. Una vez desgrasado, es un producto rico en agua y bajo en calorías, por lo que nos quitará esa ansiedad que muchas veces a los deportistas nos ataca. El caldo calmará nuestro apetito, nos sentiremos satisfechos y calentitos, y no nos supondrá un aporte extra de calorías.

3. Se puede guardar durante días en el frigorífico e incluso congelar. Es un alimento que podemos preparar en grandes cantidades, porque no pierde ni con la refrigeración ni con la congelación, por lo que es muy versátil.

4. Sirve de base para muchas otras preparaciones. Si necesitamos una fuente de hidratos de carbono, podemos añadir arroz, pasta, patatas o boniatos. Si necesitamos proteínas, unos dados de magro de cerdo, pollo, algo de marisco, tofu, huevo? Y todo aderezado con verduras y alguna especia, da como resultado una serie de platos exquisito.

Claramente debemos huir de los tetrabricks llenos de E-, algunos con glutamato monosódico y bien de grasita sabrosona. La clave es que hagamos nuestro propio caldo. Un tazón de sopa para nuestras cenas diarias es algo absolutamente saludable, sin duda.

* El autor es socio de Sport&Play