En voz de papuchi, el doctor Julio Iglesias Puga, Fidel sería “ruaro, ruaro, ruaro?”. Gonzalo Antón sólo dijo: “no recuerdo a otro tío tan raro como tú”. Y yo le miro y no me parece raro sino especial. Distinto. Entre tímido y nervioso. No sé, no le conozco mucho, pero sí hace muchos años. Y creo que disimula con el nervio y los prontos la timidez. Merche sabrá. María de las Mercedes, que no le gusta, su mujer, podría decirme. Si, seguro que ella trata de apaciguar su nervio y espabilarle el ánimo y las decisiones. Así les he visto mil veces en el Olave, al cruzármelos por la calle. De los dos nacieron Oscar y Víctor, hoy Bittor, y años después la nieta, Garazi. “Al fútbol ni se te ocurra”, le dice la nuera a Fidel? “Si quieres a la pelota? la llevas”. Y sí, más de una vez ya han ido juntos al frontón de Zaramaga el abuelo y la nieta. Fútbol y pelota han sido y son sus dos pasiones. El Glorioso y la paleta a goma. Y el trabajo lo que le trajo a Vitoria.

Fidel González Pereda nació en marzo del 51 en San Andrés de Luena. Cántabro y montañés. A este lado del río Pas, “que al otro están los pasisegos” aclara. A los 17 salió de casa. Narcisa y Vicente tuvieron otros cinco hijos, pero el penúltimo “se nos fue pronto”. Luego nacería la pequeña, Rosario, “y a la mayor le tocaría coger las riendas enseguida”. De ocuparse del maíz, las patatas, de coger hierba y cuidar vacas y ovejas, con 17 años apenas, Fidel salió al mundo y apareció por Bermeo, en la cantina de la estación, donde le llevara Constantino Perea, un empresario gallego. Bellísima persona, “y su mujer una bruja”. Tenía el Artza bien cerca, y solía frecuentarlo. Allí vio jugar al Txo de BermeoTxo, pelotari del que luego “supe ya estando en Vitoria”. Digo que sería ese, que en Bermeo hay mucho txo, de los bajitos y de los que crecieron por encima de la media. Ahí recibió la primera caricia y tuvo su original devaneo con nuestro deporte. Primero que nada fue espectador.

En 1969, dos años después, llegó a Vitoria. Se invitó a casa de unos primos que trabajaban en Aranzabal. La madre de éstos, Ángela, era su madrina. Aterrizó en la estación de trenes aquel verano y se encontró una calle Dato atestada de gente, una circulación salvaje y mucho ambiente; “la gente hablaba castellano”, recuerda que se sorprendió, porque en Bermeo “sólo hablaban en español los albañiles, el jefe de la estación y el guardia civil”. Alucinó. Al día siguiente lo tenía decidido: “si encuentro un trabajo me quedo”. Al tercer día de reintegrarse a la cantina vizcaína soltó de sopetón a la dueña; “me voy a Vitoria”. Los primos de Quintanilla de Valdebodres le habían allanado el camino. “Buscan un aprendiz de camarero en un sitio muy elegante”, le dijeron. Y de cabeza que se vino. Le recibió en su despacho el gerente del establecimiento, Juantxo Gorospe Bernaola, ex jugador albiazul, ex presidente y gerente del Restaurante Carey Bar. Pasó de servir vinos con un mandil en una taberna de pueblo a tratar con lo más selecto de la sociedad vitoriana en la barra whiskería del mejor establecimiento de entonces. Jesús Cenea le abrió la puerta de clientes y le pasó al despacho de Gorospe que, tras la pertinente inspección y una breve conversación, le soltó de golpe: “ven mañana a las ocho y aprende? y córtate las uñas”. Rojo por tímido, de miedo y respeto, estirado y feliz -“aquí vengo a otro nivel”, pensó- salió raudo y feliz. Por la mañana calentaba el local, recogía el vidrio y rellenaba las cámaras. Por la tarde, hecho un pincel, se colocaba tras el camarero a mirar qué y cómo lo hacía. “Si en 15 días Tino Ramón -el encargado- da el o.k. entras en la barra. Si no, a la calle”, resumió el gerente. En tres años aprendió el negocio, se hizo profesional y adquirió los valores y modos de quien sirve una buena barra.

Tres años después desembarca en el Keys, en una manzana próxima, al lado del Vitoriano. Segundo encuentro y decisivo con el frontón, donde solía pasar los pocos ratos que le quedaban libres. Con Santi, Jesús y Pedro le pegó los primeros manotazos a la pelota que el tocho Txuski les prestaba para irla moldeando en el rebote. Luego, “tenía que coger los vasos con las dos manos y meter éstas en el hielo para recuperarlas de tamaño”. No era plan. Con otro compañero se decidieron por la pala pero el cuero volaba y “no había quien le pegara a la pelota”. Un desastre. Y llegó la paleta a goma, con la que aún sigue, desde mediados los ochenta. Gonzalo Antón, un año mayor, con quien había coincidido en el viejo Carey, ya jefe y empresario, se lo lleva al Dickens. Y al negocio, casi diez años después, un incendio y el humo envenenado, que arrastró la vida de dos compañeros y a un chaval “que vino de apoyo”. Un destino fatal y “el alma desgarrada para siempre”, recuerda emocionado.

En los noventa “toca empezar de nuevo”. En el Zaldiaran de los banquetes, las bodas y también de la referencia gastronómica alavesa. Fidel compagina paleta goma y carrera a pie, donde sólo necesitaba un par de zapatillas. Tras la edición del 78, la primera media maratón disputada en el País Vasco, en la que se impuso Atilano de la Fuente, Fidel corrió otras 24 de manera consecutiva. Desde entonces no ha dejado de pegarle a la pala. Al principio con los compañeros, casi siempre mano a mano con Jesús Aguillo. Hoy con los jubilados de oro de Zaramaga, actividad impulsada por Emilio Ona a través del Centro de Mayores del barrio para que la gente de más edad se mantenga activa. Arturo, José Luis El Rioja, Lucas, Eugenio, Jesús y Pedro son algunos de los compañeros con los que coincide dos veces por semana en la cancha. Conoce cada frontón de la ciudad. En Gamarra era más fácil encontrar compañeros, aunque siempre entre los “del pelotón de los torpes. Me ganaba cualquiera”, me dice. Y me cuenta cuando el viejo Antonio, dueño de una tienda de deportes en la calle Cuchillería, iba y venía desde el casco viejo hasta Gamarra y “me daba unas palizas que me mataba”. Era mayor pero muy bueno y, además, “me enseñaba y me decía: no quieras romperla siempre, llévala, métela dentro y cuando estés solo entrena con las dos manos”. Se ve que no tuvo mucho éxito como maestro, pues Fidel sigue dando golpetazos al aire de cuando en cuando y necesita de un mando a distancia para que la pelota no vuele a su antojo.

Risueño pero serio, recto más que estirado, flaco y con genio? un hombre sencillo con mucho bagaje a la espalda. Jugador amateur y muy aficionado. “Puedes poner que de los del vagón de cola”. En el primero andaban Eusebio Vélez y los hermanos Cortázar, “donde no llegué a jugar nunca”. La pelota y el Alavés continúan siendo su pasión. Socio del Glorioso desde 1974, conoció a Pancho Puskas y tuvo al hijo, a Oscar, de fisioterapeuta en el club desde el antepenúltimo ascenso a primera hasta la final de Dortmund. Otro vitoriano. Un tipo de aquí tan normal. Un buen tipo.