vitoria - Desde que el mundo existe tal y como lo conocemos, cada haz de luz -por pequeño que sea- genera inevitablemente una sombra siempre que algo se interpone en su camino. La oscuridad y la claridad caminan de la mano formando un círculo perfecto que empareja realidades aparentemente opuestas. Una metáfora perfecta de lo que sucede también en el deporte profesional, en el que el día y la noche protagonizan un matrimonio indisoluble. El recién concluido Mundial de baloncesto es un gran ejemplo de ello. Porque, más allá de la obviedad que muestra la clasificación final, las dos últimas semanas de competición en China dejan para el recuerdo grandes luces pero también sus inseparables sombras.
Dentro de las primeras y liderando el capítulo de vencedores se encuentra, lógicamente, la selección española. No tanto por la inesperada consecución de su segundo campeonato mundial como por la manera en que lo ha logrado. Aunque varios nombres propios destacan por encima del resto, esta victoria ha sido más que nunca la del colectivo. Huérfana de muchas de las estrellas que le habían conducido al éxito en anteriores citas, la selección comparecía, a priori, varios peldaños por debajo del resto de candidatos al título. Un grupo de perfil bajo en el que casi nadie confiaba.
El inicio del torneo no hizo precisamente que la fe en sus posibilidades aumentara pero el paso del tiempo se ha encargado de demostrar cuán grande era el error. Con el sentimiento de grupo y el orgullo como principal combustible, España fue incrementando sus revoluciones hasta terminar distanciando a muchos metros a todos sus adversarios.
Y en eso, sin duda, tiene mucho que ver uno de los grandes triunfadores de la cita, Sergio Scariolo. El italiano, casi permanentemente cuestionado pese a su excepcional palmarés, se ha reivindicado a lo grande ofreciendo una lección magistral de cómo conducir a un equipo hacia el éxito dejando por el camino a rivales mejor dotados. Marcando los ritmos con maestría, explotando al máximo las virtudes propias y tejiendo impenetrables redes en las que todos sus oponentes fueron cayendo, el extécnico del Baskonia consiguió convertir lo imposible en realidad.
Para ello contó con un núcleo duro de colaboradores compuesto por el MVP Ricky Rubio, Marc Gasol, Rudy Fernández y Llull pero también con una segunda unidad de guerreros como Pau Ribas, Claver, los Hernangómez u Oriola y los meritorios de las ventanas Colom, Beirán y Rabaseda que remaron al máximo de sus posibilidades fuera cual fuera su función.
Pero si sorprendente puede considerarse el oro español, mucho más todavía lo es el subcampeonato argentino. Y de nuevo aquí destaca el trabajo del seleccionador y la condición de equipo de la albiceleste. Con un increíble Scola de abanderada rozando la cuarentena, fue derribando muros contra todo pronóstico hasta que no le quedó más remedio que ceder ante España.
Dentro del capítulo de luces también aparece una emergente República Checa que, en su estreno en un Mundial, ofreció algunos de los mejores minutos de baloncesto exprimiendo al máximo sus escasos mimbres y con un Satoransky ejerciendo de líder absoluto. Los cuartos de final se convirtieron en su límite pero sin duda fue una de las sorpresas agradables del torneo.
debacles Todo lo contrario que otras con muchos más argumentos que, sin embargo, deambularon por el Mundial como un espectro. Entre ellas, por ejemplo, Grecia, Lituania, Alemania, Rusia o Turquía. Todas ellas rindieron por debajo de lo esperado y ni siquiera fueron capaces de colarse entre los ocho mejores. Algo que sí lograron otros dos combinados pero que, sin embargo, deben cargar con el peso de las mayores decepciones del torneo.
Se trata, claro está, de Estados Unidos y Serbia, señalados antes del inicio de la competición por todos como claros candidatos a disputar la final. Ambos cayeron inesperadamente en los cuartos de final y demostraron que la acumulación de buenos jugadores no siempre es garantía de éxito. Es cierto que en el caso de los americanos la plantilla de Popovich estaba muy lejos de ser la mejor posible pero no lo es menos que, aún así, era más que suficiente para, al menos, acabar en el cuadro de honor.
Por último, de este Mundial de China deben extraerse dos conclusiones muy claras. Por un lado la clara derrota de la FIBA en su particular guerra. El traslado del torneo al año previo a las Olimpiadas y el sistema de clasificación mediante las ventanas ha provocado la ausencia de selecciones de enorme potencial y la renuncia de infinidad de jugadores de primer nivel lo que, evidentemente, se ha traducido en un evidente descenso del nivel de la competición.
Y, por otro, la demostración de que el colectivo está por encima de las individualidades. España y Argentina han abrazado el éxito a través del grupo, mientras que las grandes estrellas han pasado sin pena ni gloria. De nada le ha servido a Grecia disponer del MVP de la NBA (Antetokounmpo) o a Serbia del mejor pívot de la Liga americana (Jokic). Tanto ellos como otras selecciones construidas alrededor de grandes figuras se han demostrado ineficaces ante el trabajo coral de oponentes cualificados.