Vitoria - 3,8 kilómetros de natación por el pantano de Ullíbarri-Gamboa, 180 de bicicleta por la llanada alavesa, 42,2 kilómetros de carrera a pie por el corazón de la ciudad y miles de participantes procedentes de distintos lugares del planeta dan margen para que sucedan historias de todo tipo. Iñigo Ortiz recuerda con humor situaciones que le dieron más de un dolor de cabeza en su momento.
Tres años como director técnico en el triatlón de Vitoria, una participación y varias ediciones como voluntario deben dar para anécdotas de toda clase.
-Desde luego. Por ejemplo, hay mucha gente que no tiene relación con el deporte y se ve sorprendida cuando se encuentra con las calles cortadas y con todo lo que mueve la prueba. Alguna vez hemos tenido algún problema con coches que se nos colaban en el circuito o con la típica señora con su andador que quiere cruzar por en medio de la carrera para ir a misa y tenemos que explicarle de qué va la carrera y por qué tiene que ir por otro camino. Con el nombre de Ironman al menos habrá más gente que sepa de qué va la historia.
¿Cuál es el momento más irrepetible que ha vivido en el triatlón de Vitoria-Gasteiz?
-Sin duda la llegada a meta de Iván Álvarez en la carrera de 2017. Había sido padre la noche anterior pero su mujer no le quiso decir nada para que se centrara en la prueba que tan meticulosamente había preparado. Álvarez cruzó la meta en primera posición tras casi ocho horas y media de durísimo esfuerzo y en la llegada le esperaba un sobre con dos fotos de su segundo hijo. En cuanto abrió el envoltorio le cambió la cara, se dejó caer de rodillas y rompió a llorar. Fue muy emocionante tanto para él como para todos los que estábamos en la meta. Fue de esos momentos imborrables que hacen de la carrera algo especial.