SE prevía una clásica en la tercera etapa del Tour, repleta de cotas entre viñedos para vinos y champán en los últimos 60 kilómetros de la jornada, que fue muy dura y complicada. En este caso el champán se lo bebió Julian Alaphilippe, que era uno de los favoritos para hacerse con la victoria en Épernay. En realidad era un etapa ideal para sus características, pero el modo de lograr el triunfo fue lo sorprendente. Lo suyo fue una auténcica exhibición. Nadie esperaba que arrancara de tan lejos y que pudiera llegar a meta. Era su día y él mismo reconoció que había reconocido al detalle la etapa antes de que comenzara la carrera. El recorrido, sin duda, le beneficiaba. Yo pensaba que resolvería en un grupo reducido, pero el corredor francés no quiso esperar a nadie y se la jugó desde lejos. Solo queda aplaudirle después de semejante actuación. Además de vencer la etapa, Alaphilippe se vistió de amarillo. Doble premio para el francés y también para Francia cuando la carrera entró en territorio galo tras las dos primeras jornadas belgas. Venció su corredor más carismático. ¡Chapeau por Alaphilippe!
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