martino di castrozza - La última vez que se supo de Esteban Chaves, un hombre a una sonrisa pegado, fue en el Etna. De eso hace un año. Entonces tenía fuego en las piernas y escupía lava. Venció sobre el volcán. Después se apagó. Las lesiones y una mononucleosis le borraron la sonrisa de la boca. De cuajo. Se le cosieron los labios, amordazado por la tristeza. Ni las tazas de Mr. Wonderful y los mensaje que beben de los manuales de autoayuda podían rescatar a Chaves de su caída a los infiernos, lejos de lo que se imaginaba que podía llegar a ser y a un viaje lunar de lo que era. Así que en San Martino di Castrozza, en el corazón de los Dolomitas, su festejo retumbó felicidad y alivio entre unas montañas magníficas. De vuelta a casa. Al colombiano de la sonrisa perenne le recibió el amor y el cariño de sus padres en una abrazo eterno, que lloraron la resurrección de su hijo en meta. Lágrimas de felicidad en el reencuentro. Bienvenido al hogar. La felicidad acampó en los Dolomitas, donde hubo paz entre los favoritos, que amagaron y fintaron en un puerto tendido, solo alterado por la irrupción de Miguel Ángel López y la dicha de Chaves. “Es increíble, realmente no tengo palabras para definir lo que siento. Se ha trabajado mucho, toda mi familia, mi equipo, mis amigos, todos saben lo duro que hemos trabajado, pero nunca me di por vencido”, analizó Chaves tras “un hermoso día”. Son después de las tinieblas.

El ataque Miguel Ángel López, al que le penalizó una avería en la etapa de Lago Serrú y le arrancó del club de los nobles, fue el único instante de algarabía y desorden entre los favoritos en el tendido San Martino di Castrozza, donde se subía a puro esprint, como en una autopista. A la montaña le faltó brusquedad y chicha para causar heridas entre los mejores, que se decantaron porque nada pasara, hamacados en sus pensamientos. Carapaz, custodiado por el indisoluble Landa, subió en carroza. Vincenzo Nibali contó con una par de mozos de carga y Primoz Roglic no padeció en su soliloquio. En rampas suaves, sin apenas voltaje, se sostuvieron una docena de corredores sin arquear las cejas. Movistar tomó la batuta hasta que Landa se subió al atril para pastorear el grupo y cuidar de Carapaz, que descontó otra jornada sin fisuras. El ecuatoriano sabe que Landa le soluciona los problemas. Es el señor Lobo. Por eso, cuando Superman López, que viste la capa blanca del mejor joven del Giro, entró en trance a cinco kilómetros de la cima tras el acelerón del Astana, Landa se lanzó a por él. Al rebufo reaccionaron Nibali y Carapaz. A Roglic, más cuarteado en la montaña, le costó un palmo más erizarse.

el control de landa López, de natural testarudo, sintió la presencia de Landa y continuó apretando. En ese momento, Landa desistió. Probablemente pudo viajar con López, pero su misión consiste en arropar a Carapaz. López, en su búsqueda de lo imposible, rescató 44 segundos en meta. Reasignado Landa al blindaje de Carapaz, los patricios de la carrera se amontonaban entre miradas y desconfianza. Se atropellaban entre ellos, como si todos quisieran pisar la misma baldosa al mismo tiempo. Un quítate tú para ponerme yo. Extasiado en meta Esteban Chaves después de noquear a Bidard y Serry, acompañantes suyos de la fuga que se coló en los Dolomitas a través de los lazos del Passo di San Boldo, lo intentaron Majka, Carthy o Sivakov. Landa les colocó las esposas. No hay mejor centinela que el alavés. Nadie fue capaz de despegarse de Landa, que protege con el kevlar de sus piernas la maglia rosa de Carapaz. El de Murgia gobernó la subida a su antojo.

A la espera de la sentencia del juicio final en el Giro, Roglic, en un final amable, sin el cuello elevado de almidón, en una paraje chato a pesar de su hipnótica belleza, abrió gas en un par de ocasiones. Gaseosa. Aún así, el despliegue tímido del esloveno generó una reacción inmediata. Los escaladores, -Carapaz y Landa son los más fuertes, y Nibali, el más astuto-, no se fían de Roglic. Landa le colocó los grilletes porque aún calculan un repunte de Roglic en la crono final, que todos repudian menos él. Entre tanto, Nibali ni asomó. Il piacere del dolce far niente. El Tiburón nadó en aguas tranquilas. Flotó. No mostró filo ni intención. Cómodo en una ascensión en chaise longue. Ante un puerto de escasa energía, Nibali activó el modo ahorro para lo que resta. El siciliano tratará de inventar algo si las fuerzas le acompañan.

Hoy, entre las fastuosas montañas dolomíticas, se resolverá el dilema del Giro: el ser o no ser. El juicio final. La cita aguarda en el alma de los Dolomitas con una jornada terrorífica de más de 5.000 metros de desnivel acumulado, apenas resuello y solo diez kilómetros llanos. Los otros 184 son una montaña rusa. De sopetón asomará la Cima Campo (2ª) y tras un largo descenso emergerá una mole extraordinaria, el Passo Manghen (1ª, 21 kilómetros de subida con rampas del 10%), donde el calvario tomará altura y nada será como antes. Después aguardará el Passo Roile (2ª) y el Croce d’Aune (2ª), cuyo descenso conducirá hasta el final en la cumbre de Monte Avena (1ª). Ante semejante rosario de moles, Carapaz reza para que nada suceda y por la salud de Landa, su ángel de la guarda. Nibali querrá lanzar su apuesta definitiva y Roglic, resistir. Huele a napalm tras un día de sonrisas y fogueo en los Dolomitas. Hoy se esperan sonrisas y lágrimas. Y ahí estará Landa para mimar a Carapaz.