Una de las principales formas de agresión verbal es el insulto y lo que busca realmente es denigrar, aunque deshonra más a quien lo pronuncia que a quien lo recibe. El insulto gratuito y fácil es una de las actividades privativas de gente falta de inteligencia y de razón. Recientemente se han producido una serie de sucesos, relativamente similares, protagonizados por personas intrínsecas al fútbol pero con reacciones diferentes.

El primero, y no por orden cronológico, el ataque a Caparrós en el derbi femenino de la mañana anunciando su muerte para el derbi nocturno avergüenza a cualquiera que tenga dos dedos de frente. Otros fueron los insultos proferidos por José María Calzón, delegado del Espanyol, y los recibidos por el impertérrito entrenador del Valencia en Vallecas. Hay que tener aguante para escuchar lo que le dijeron al técnico valencianista y mantener las formas. Es digno de elogio. Como también es de alabar que dos de los que le ofendieron se presentaran voluntariamente en el club y reconocieran su falta; aun así les han retirado el abono hasta final de temporada. En cambio, un jugador del Amiens francés no tuvo la misma flema y se fue directo hacia el público para recriminarle su comportamiento. La intermediación de jugadores y árbitro favoreció que la cosa no fuera a mayores.

En cuanto al delegado espanyolista, él sabe que actuó mal, que cometió un error gravísimo, más aún por insultar a quien insultó; pero estoy seguro de que si hubiera sido a otro de los provocadores (por ejemplo, a uno con label de calidad gerundense cien por cien) no habría tenido tanta repercusión mediática, como si el insulto fuera peor o mejor según a quién vaya dirigido. El primer paso para solucionar un problema es reconocerlo. Y lo que ha hecho el ofensor es asumirlo, pero el injuriado, muy digno, no ha aceptado las disculpas. Si no fuera suficiente con eso, ha puesto el cargo a disposición del consejo de administración, que todavía no ha decidido aceptar su renuncia al puesto. Pero, por lo pronto, en el encuentro ante el Alavés, Calzón padre, de forma pactada con el club, no ejerció las funciones que ha realizado durante cuatro décadas a la espera de la resolución de la Comisión Antiviolencia. A una acción inconveniente ha seguido una admirable reacción que conviene resaltar.

Conocí a Calzón hace muchos años ya y durante el tiempo que mantuve relación con él tengo que decir que fue muy cordial; lo consideraba un hombre cabal. Llevaba tiempo en el cargo y me ha sorprendido negativamente su modo de proceder, impropio del hombre que yo recuerdo; aunque debo reconocer que no es lo mismo insultar que responder al insulto. De otros personajes que pululaban y pululan alrededor del fútbol no me hubiera extrañado en absoluto si hubieran obrado de esta manera u otras semejantes. Al igual que Calzón, he vivido (solo y en compañía del equipo) el mismo ambiente hostil desde Bilbao a Sevilla y desde Valencia a Gijón, en los estadios y fuera de ellos. Creo que no ha habido un lugar en el que no me haya encontrado a cuatro tontos que, no teniendo otro pito que tocar, se han dedicado al singular deporte del insulto. He sufrido acoso en forma de improperios, escupitajos, lanzamiento de todo tipo de objetos y bebidas. Y a aguantar, porque nadie hace nada contra estos energúmenos que pueblan calles y estadios, lo que propicia que se sientan impunes. Creo que en cada casa se debería hacer limpieza más a menudo y exhaustivamente para que la suciedad no se agarre fuerte y luego dificulte su extracción.

La paciencia del ser humano puede llegar hasta límites inimaginables, lo voy viendo con el paso de los años. Unos aguantan mucho más que otros, por supuesto, tragan saliva lo indecible durante largo tiempo e infinidad de veces hasta que un buen día, hartos de tanta inquina, se sueltan el pelo y lo mandan todo a paseo. Claro que hay otras respuestas posibles, pero no siempre los mismos tienen que actuar desde la mansedumbre y el sometimiento y soportar pacientemente carros y carretas. En el mundo del fútbol sobran los descerebrados y cafres y falta ecuanimidad y respeto, entre otras cosas.

Me pregunto si yo puedo, porque tengo esta posibilidad semanal de contar lo que me apetece, insultar, faltar al respeto a quien me dé la gana solo por el hecho de que me apetezca. Poder puedo (me atendré a las consecuencias), pero no sé si debo. Así que lo mejor es tener cuidado con lo que uno escribe porque siempre hay alguien que se siente herido en su sensibilidad.