cuando decidimos qué comer, muchas veces nos surgen infinidad de dudas. Los expertos nos dicen que la comida ha de estar compuesta más o menos por un 50% de hidratos, un 25% de proteínas y un 25% de grasas. Eso sí, todo esto siempre tiene que venir de alimentos saludables. Lo que ocurre es que esta afirmación la solemos mezclar con otra frase muy común que está en boca de todos, y que dice así: “Hay que comer un poquito de todo”. Os puedo decir sin miedo a equivocarme que esta frase es una auténtica estupidez, teniendo en cuenta la oferta alimentaria actual y cómo se alimenta una parte de la población. Porque claro, ¿qué entra en ese “todo”? ¿Entra todo de verdad?

Cuando estás acostumbrado, como yo, a preparar y a conocer todo tipo de alimentos, te das cuenta rápidamente y sin necesidad de ser muy avispado de una gran verdad: la comida procesada (que en realidad forma parte de ese “todo” de alimentos que existen) es un cúmulo de ingredientes aditivos y técnicas de preparación que indudablemente distan mucho de formar parte de una alimentación saludable. Pongamos algunos ejemplos, a ver cuántas ampollas levantan.

El jamón de York. Ni es jamón, ni viene de York. Eso seguro. Lo que también es seguro es su bajísimo porcentaje de carne, y la presencia de almidones, soja y aditivos a mansalva.

Filete de hamburguesa. ¿Por qué una hamburguesa recién preparada se oxida (se estropea) en apenas un día, y sin embargo las del supermercado duran una semana? ¿Milagro? ¿Atmósfera protectora? ¿O más bien es que llevan aditivos a puñados? Pista: la respuesta correcta es la última.

Cereales azucarados. Por alguna oscura razón, parece ser que nos invitan a que cada mañana nos pongamos un tazón de bolitas de azúcar procesadas a las que la industria ha decidido llamar “cereales” (y que no tienen nada que ver con lo que es un cereal en realidad). ¿La razón será que son bonitos, vistosos, y a veces tienen formas de animales?

En realidad tenemos miles de ejemplos. Los supermercados están llenos de productos de este tipo. Así que si vamos a hacer la compra y en la cesta metemos “un poquito de todo”, acabaremos con un poquito de todos estos productos ultraprocesados. Es decir, acabaríamos teniendo una dieta variadísima compuesta de alimentos (por llamarlos de algún modo) que no valen para nada.

Dicho de otro modo, si llenamos la despensa con alimentos que en realidad deberían ser de consumo muy ocasional, ¿dónde metemos los alimentos saludables que sí que deberíamos consumir? Me refiero a carne, pescado, marisco, fruta, verdura, frutos secos, lácteos, grasas de origen vegetal? Productos donde los ingredientes son el propio producto. (Y ojo, porque por ejemplo con lácteos no me refiero a natillas, yogur griego con stracciatella, o queso para untar con sabor a chocolate, ya me entendéis).

Aplicando todo esto al mundo del deporte, hay que decir que está cada vez más enfocado en esta dirección, es decir, en consumir alimentos saludables, en cocinar, y en preocuparnos en que lo que nos metemos en el estómago sea lo más natural posible (cuidado con la palabra natural, que se la está apropiando la industria para otras cosas). Y si en ocasiones esto no es suficiente, o tenemos unas necesidades específicas en la práctica deportiva, ya tiraremos de otros productos con los que conseguir resultados: barritas, geles y batidos. Pero siempre que antes se hayan exprimido los recursos naturales y tradicionales.

Seamos un poco críticos y demos una oportunidad a lo que ha funcionado toda la vida. Comamos un poquito de todo lo bueno, y muy poquito de lo malo.