Mi objetivo número uno para este año va a ser el Tour”, dijo Chris Froome. En su lista de deseos de 2019, a una brazada del comienzo de la campaña en Australia, sobresale el anhelo de la quinta victoria en el Tour de Francia. Territorio sagrado, solo conocido por Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Bernard Hinault y Miguel Indurain. El Sancta Sanctorum del ciclismo. “Estoy llegando a un punto en mi carrera en el que pienso qué tipo de legado quiero dejar y si puedo ganar el Tour de Francia por quinta vez sería increíble”, anunció el británico, el último gran regente de la carrera francesa. El gobierno de Froome, en cuatro ocasiones coronado en París, se acentúa si se amplía el foco: el Tour es tierra del Sky. Su parcela. Monocultivo. Después de Froome fue Geraint Thomas, el pasado año, y antes, en 2012, Bradley Wiggins. Entre medias, solo asomó la aleta del Tiburón, Vincenzo Nibali. Fue en 2014. Un hito por extraordinario e inusual. Una rareza. Froome se retiró por una caída. En julio, en Francia, es lo que dictamine y determine el Sky. Su dictadura emparenta con el dominio del U.S. Postal, otro equipo inabordable en la Grande Boucle. La carrera se ha convertido en los últimos años en el latifundio del Sky y un ser fantástico, próximo a un unicornio, para el resto de competidores.
Ante esa realidad tozuda y frente a unos recorridos que tampoco son capaces de desarticular el ciempiés británico, muy al contrario, el resto de oponentes ha optado por cultivar otras tierras y sembrar lejos de Francia, donde parece imposible que florezca nada que no sea otro campeón de la factoría inglesa. La victoria incontestable en 2018 de Geraint Thomas, la alternativa a Froome, toda vez que el británico se había coronado en el Giro y sobre él pesaba el pleito a cuenta del positivo de la Vuelta a España, -resuelto el caso en favor de Froome-, convenció del todo a sus rivales para virar el rumbo y cambiar de objetivos. Si el segundo de a bordo era capaz de hacerse con la carrera de las carreras, más de uno entendió que no había nada que hacer en la presente campaña. Tom Dumoulin, la alternativa más sólida que se conoce hasta la fecha, segundo en el Giro y segundo en el Tour, declinó estar en Francia. El holandés mira al Giro, una ronda que ya cuelga en su palmarés. El Tour, sin apenas contrarreloj, no convenció a Dumoulin sabedor de que la Grande Boucle es una parcela baldía.
El reclamo del Tour, -anestesiada la emoción por la monarquía absolutista que ejerce el Sky- no alcanza con su brillo histórico, con su museística vitrina y con un palmarés que valida un pasaporte a la eternidad para reunir a los mejores espadachines. Lo imposibilita el rodillo británico. Su tiranía. Al rebufo de Dumoulin, alejados de la llamada del Tour, se personarán en el Giro de Italia, -una carrera más abierta y compleja de gobernar por el mero hecho de un recorrido que permite mayor radio de acción- Primoz Roglic, Vincenzo Nibali, Simon Yates, Miguel Ángel López y el combativo Mikel Landa. Será la mejor nómina posible de candidatos. El Sky envidará con Egan Bernal, otro piedra preciosa de la joyería británica.
un giro al alza A día de hoy, el Giro se presenta como la carrera más atractiva de la tres grandes. Al Tour le sostiene la heráldica, pero la competición saluda con efusividad al Giro. La corsa rosa sonroja al Tour, al que las luminarias parecen rechazar. Entre quienes acuden a Italia estará Mikel Landa, un outsider, un ciclista al que le atraen los retos más complicados. El alavés doblará en ambos escenarios. Pero más allá Landa y la renuncia de Dumoulin, también llama la atención el repliegue de hombres como Primoz Roglic, cuarto en la pasada edición del Tour. El esloveno perdió el podio en la crono final. Que un corredor con su potencial como contrarrelojista y su capacidad en la montaña, además de su indudable calidad para seguir progresando, se aleje de la carrera con más eco merece una reflexión del significado que está colgando del Tour en los últimos años. Nibali, que se vio obligado a abandonar después de que un espectador le derribara en la ascensión a Alpe d’Huez, también se alistará al Giro. En ese bosque exuberante enraizará Simon Yates, ganador de la Vuelta y Miguel Ángel López, tercero en el Giro y en la Vuelta de 2018. El colombiano no mira a Francia.
El Tour y su mística darán la bienvenida a la marcha marcial del Sky, que acudirá con su general, Chris Froome, y su lugarteniente, Geraint Thomas en busca del Santo Grial. Froome intentará el asalto a su quinto Tour. Su principal rival, probablemente sea su compañero Thomas, que se estrenó en el memorándum de la prueba en 2018. Alrededor de ellos, se personará el incisivo Bardet, el constante Rigoberto Urán, el ambicioso Richie Porte, el hombre al que el Tour repele constantemente, y Nairo Quintana, en su enésimo intento por derrocar a Froome. Al julio francés también se enrolará Mikel Landa, al que no le asusta duplicar esfuerzos. La carrera francesa, con todo, pierde poder de convocatoria, algo impensable en tiempos pretéritos. El cordón sanitario impuesto por el ordeno y mando del Sky motiva una desbandada hacia otras latitudes más amables, lejos del claustrofóbico control que provoca el opresivo discurso del acorazado británico, que ha hecho del Tour un coto de caza exclusivo, ese que espanta a la competencia.