El Dakar es una de las grandes cimas del mundo del motor. Dureza extrema y un reto de superación para los muchos pilotos que acuden cada año a esta prueba. Para Óscar Romero (Langraiz Oka, 1974) el Dakar era eso, un objetivo a superar, una meta que tachar de una lista llena de proyectos. En su mente estaba acabarlo una vez y lanzarse a nuevas aventuras. Sin embargo, la fiebre de la carrera le invadió de lleno. Dejó de ser una más y se convirtió en obligación. Lo que iba para ser una anécdota puntual pasó a ser tradición. No pudo acabar en su primera participación y en la segunda finalizó el 48, aunque se quedó con el regusto amargo de no haber podido vivir al máximo la experiencia debido a problemas de fuera de carrera. Ahora, a la tercera quiere que sea la vencida. Cumplir en todas las facetas. Superar las expectativas deportivas finalizando en una buena posición y, sobre todo, pasárselo bien. Disfrutar de una carrera en la que el sufrimiento es parte de la diversión.

En la última edición, Romero consiguió lo que es un sueño para muchos pilotos. Acabó el Dakar. El alavés había cumplido un objetivo muy perseguido, pero no estaba satisfecho. La moto no funcionó y “a nivel de mecánica me dio muchos problemas”. Eso unido a la convivencia con un mecánico que contrataron que “no quería trabajar y si abandonábamos parecía que era mejor para él”, creó una situación tóxica en el día a día que no le dejó disfrutar de la prueba y le tuvo más pendiente de todo lo externo que de superar las exigentes etapas. “El objetivo primordial es pasármelo bien, me quiero quitar la espina. Fue una convivencia muy dura y por eso lo que quiero ahora es ir al Dakar y divertirme”, afirma Romero, que ya está camino a Perú, donde arranca el lunes la carrera y si todo va bien el día 17 cruzará la última meta con una amplia sonrisa en la cara.

Aunque en la mente del piloto no solo las sensaciones importan. Los números y las posiciones están presentes. Superarse a uno mismo no solo está en el día a día y en las conclusiones al acabar la prueba. El puesto también dice mucho y Romero tiene el 30 marcado entre ceja y ceja. “Este año se han alineado los astros y tenemos una moto oficial nueva, archiprobada y que es una réplica a las que ganan el Dakar. Creemos que nuestra posición tiene que estar entre los treinta primeros sin tener que arriesgar en exceso”, declara. Bajar de esa frontera es sinónimo de codearse con los mejores pilotos privados y convivir en carrera durante algún día con motos de equipos oficiales. El alavés es ambicioso, pero las pruebas realizadas, aunque pocas, le permiten ser optimista de cara a afrontar este Dakar con las miras puestas en esos puestos.

El piloto de Langraiz Oka tuvo claro que “si volvía al Dakar tenía que ser con una moto buena”, no estaba dispuesto a sufrir a cualquier precio. Los objetivos son disfrutar y acabar entre los treinta primeros y para eso era necesario llamar a la puerta de la marca más importante del momento, KTM. “Es la única moto que se fabrica para este tipo de carreras. El resto son modificaciones. Fue bastante difícil conseguir esta moto porque hacen muy pocas unidades para todo el mundo”, cuenta el alavés. Romero tuvo que preparar una fianza de 5.000 euros en el mes de marzo y mostrar su trayectoria anterior como aval. La esperanza no era muy alta, pero en junio les llegó la gran noticia, KTM estaba dispuesta a venderles una moto y en septiembre ya pudieron disfrutar de ella.

Estas negociaciones, aunque finalmente exitosas, retrasaron mucho la preparación de la moto. Los meses pasaban y los nervios comenzaban a surgir. Los tiempos para realizar las modificaciones oportunas de cara a una prueba como el Dakar cada vez eran menores y el miedo a no llegar a la hora, una posibilidad muy real. Pero cuando Romero empezó a rodar con la moto se dio cuenta de que la espera había merecido la pena. Era la máquina perfecta. Algo nunca probado por el langraiztarra. “Con esta moto te sientes piloto, la moto te lo hace todo muy fácil. Llegaron tarde, pero fuimos a entrenar una vez a Zaragoza y nos dimos cuenta de que no había que tocar nada. Es un avión de moto”, describe. Solo faltaba probarla en competición y para ello acudió a Portugal. Sin forzar demasiado y en una prueba más propicia para motos de enduro, Romero finalizó el décimo.

su baza, su capacidad física No todo ha sido perfecto en la preparación del alavés. Romero llega al Dakar con muy pocos kilómetros realizados encima de una moto. “Cuando lo cuento la gente no se lo cree, en moto habré andado cuatro o cinco veces. Cuando vine del Dakar empecé a preparar el Iron Man de Gasteiz y no me daba tiempo para andar en moto. Luego, estuvimos esperando a las motos hasta septiembre”, explica, aunque no se muestra excesivamente preocupado por ello: “Lo bueno hubiese sido bajar a Marruecos y hacer un poco de navegación. Por lo demás, baso mucho mi preparación en el físico. No tengo pensado ir a una velocidad terrible, no voy a ir a mi límite técnico y siempre voy con un margen de seguridad del veinte o el treinta por ciento. Lo que sí que da buenos tiempos es ir entero”.

Esa capacidad física será clave en un Dakar que apunta a estar marcado por la dureza. Perú monopoliza el recorrido y la arena será la gran protagonista. Los pilotos deberán enfrentarse a las complicadas dunas y a un calor abrasador que hará menguar a más de uno. “A mí Perú fue lo que más me gustó y creo que personalmente me beneficia. Cuando las cosas se ponen difíciles y se hace duro, ese punto de físico que me guardo bastante bien me permite no tirar la toalla e ir más cómodo para tirar para arriba”, reconoce. Romero tiene claro que su guion de carrera es ir de menos a más y sobre todo disfrutar desde el primer kilómetro hasta el último. Sin pensar en nada más que correr y en superarse a sí mismo para “echar la vista atrás y sin importar que haya acabado el 30 o el 100, tener esa satisfacción personal de haberlo conseguido a pesar de todos los problemas”.