San Julià de Loria - En la Gallina vencieron los más valientes. Ciclistas con cresta. Gallos de pelea con espolones afilados. Simon Yates, el líder que no espera, que ataca, que va al encuentro del triunfo, alma de campeón la suya, rubricó el laurel de la Vuelta a la espera de que en Madrid le impongan la corona. Yates fue el rey, el emperador de la carrera. El gallo entre los gallos. En La Gallina se presentó otro valiente, que asomó la cresta. El ambicioso Enric Mas, apenas 23 años, mordió la etapa reina en un mano a mano con Superman López. Colmillos con filo los suyos. El mallorquín, que enfermo a punto estuvo de abandonar la Vuelta, dio un respingo extraordinario para subirse al podio. El futuro ya esta aquí. Será el segundo en Madrid. Nadie antes presentó semejantes credenciales. A los dos le acompañará otro ciclista valeroso: Miguel Ángel López. Superman, otra vez rebelde, despegó para posarse en el cajón. Su segundo podio en una grande tras el del Giro de Italia. Un tipo gallardo. Otra vez en las alturas en una jornada gigantesca, corta en el trazado, pero que escaló hasta el cielo de Andorra, donde Valverde, el eterno, y Kruijswijk, el agonístico, empequeñecieron.
El paraíso se les escurrió ante el empuje de Yates, Mas y Superman, heroicos los tres en el cierre de la carrera. El líder, que pudo ser reservón y cicatero defendió su estatus atacando. Mas quiso más. Inconformista, se subió al teleférico del presente, que apunta hacia lo más alto. Allí se anudó Miguel Ángel López, un ciclista que porta el estandarte del asalto. Un valiente. Siempre hambriento. En un día pirata, ideal para el asalto, a Valverde y Kruijswijk les arrancaron del podio el vigor y la efervescencia de tres ciclistas que no esperaron. Escogieron su destino. Lo tomaron por la pechera. El deseo de Yates, Mas y Superman hiló una jornada maravillosa desde La Comella, el puerto precedente hasta La Gallina.
Fue después de mil y un movimientos, de la locura de un inicio apresurado, del ajedrez de Quintana, de la pausa del Mitchelton, de la torre de control de Adam Yates y el lanzallamas del Astana. La Vuelta adquirió otra dimensión con la dinamita del equipo kazajo. Siempre dispuesto a volar al calma. Miguel Ángel López, irreductible, hizo sonar su cañó después de que Fraile, Cataldo, Hirt y Pello Bilbao le encencieran la mecha. Superman se lió la capa a la cabeza y se lanzó a ganarse el Olimpo sin diplomacia. Quintana, dispuesto a sumarse a cualquier movimiento desestabilizador en favor del sueño de Valverde, se alió. Dos escarabajos montaña arriba. Por detrás, Simon Yates pasó revista. Mirada de general. Observó a la tropa. Vio a Valverde apagado y el gesto doliente de Kruijswijk. Arrodillados todos ante su dominio. El inglés se puso de pie y se agitó. Bamboleó su bici, acompasó los hombros y se erizó para sentenciar la Vuelta. Su aleteo de colibrí, despertó el instinto de Enric Mas, un ciclista con enorme personalidad y mayor proyección. “He visto a Yates arrancar y por suerte he tenido fuerzas, porque ha sido muy duro. Luego, como estoy en mi casa, conocía la bajada de La Comella. Hemos cazado a López y (Nairo) Quintana y los cuatro nos hemos entendido”, describió. El mallorquín ha venido para quedarse. “Soy joven, estoy disfrutando de la Vuelta y no tengo palabras”, apuntó. Mas se soldó a Yates para agarrar el podio.
a por todas Hermanados, se encolaron López y Quintana en el descens de La Comella antes de pilotar, kamikazes, hacia La Gallina, el último decorado de la carrera. No había cartón piedra. Valverde, Kryuijswijk, Pinot, Urán, Pello Bilbao y Carapaz recogían segundos en el zurrón. A Ion Izagirre se le llenó la mochila antes. El guipuzcoano padeció, descascarillado entre las montañas de Andorra en un día de alto voltaje. El cuarteto alumbraba el camino con muchos vatios ante un Valverde al que se le agotó la pila alcalina que le mueve. El trabajo de Carapaz no pudo aproximarle más. Tampoco la solidaridad de Quintana, que desconectó en las rampas inaugurales de La Gallina, donde Mas, López y Yates se entendían estupendamente. Superman quería volar más rápido. Mas le acompañó. El líder, con la carrera bien guardada en la caja fuerte, se relajó. Siguió a su ritmo para degustar una victoria sin mácula.
Despejó el fantasma que le perseguía, cuando el Giro le enseñó la fragilidad del ser humano. Derrotó aquel recuerdo y atendió a las órdenes del potenciómetro después de obedecer a su instinto, ese que le empuja a pedalear con muelles. Mas y López, inspiradísimos, continuaron con su relato corriente arriba. Salmones. Valverde izo la bandera blanca. Su epopeya por la Vuelta sonaba a la orquesta del Titanic. Quintana le estrechó la mano en el hundimiento. “No sé si ha sido un mal día o es que estoy vacío”, relató el Bala, sin pólvora. Kruijswijk, deshabitado, no tuvo quien le arropara en La Gallina. Urán y Pinot le abandonaron. El ciclismo y sus pliegues de crueldad. La derrota unió a Quintana y Valverde, que llegaron de la mano.
Mas y López se encararon en un vis a vis. El mallorquín que reside en Andorra, el país de los ciclistas, conocedor de cada recodo, venció como si fuera un ciclista viejo. Sabía cómo era la llegada e hizo un interior pegado a la valla, donde López perdió gas. El plato de Mas, con 53 dientes, fue la kriyptonita para e colombiano, más rápido, pero menos experto en Andorralogía y con un desarrollo con menos mordiente. Mas, el buceador, emergió con la dentadura abierta y los ojos inyectados en ambición para su mejor victoria: la del futuro que es presente. Superman tuvo que claudicar ante el afán Mas, que se quiere comer el mundo. “Miguel Ángel López ha estado impresionante. Ahora le voy a felicitar en el podio porque ha sido también tercero en la general”, discurrió el mallorquín tras un triunfo estupendo en La Gallina, donde la carrera se ordenó definitivamente y proclamó a Simon Yates, el más gallo de la Vuelta.