Coll de la Rabassa (Andorra) - En la guerra psicológica por la Vuelta, cuando el maillot rojo era más un engorro que un deseo, dijo Valverde que al Mitchelton, el equipo de Simon Yates, le gustaba correr de “gratis”. Venía a decir que los australianos prefieren que otros trabajen mientras ellos hacen caja pegados al sudor de los demás. Simon Yates, el líder de la Vuelta, desautorizó a Valverde en La Rabassa, donde el inglés enlazó la Vuelta con un ataque formidable que desencajó al murciano, al que se le vieron las costuras. Yates, sensacional, cobró una renta estupenda y puso el champán a enfriar. Desde la cumbre andorrana, el inglés ve Madrid. Para ello, arrastró una montaña. Yates se subió a hombros La Rabassa y aplastó a Valverde, “apajarado” el murciano ante el arrebato del británico, que se defendió atacando. “No planifiqué nada, todo es cuestión de mentalidad, y me dedico a atacar, tenía poca ventaja y me gusta atacar”, explicó el líder. Mentalidad de campeón. Sin edulcorantes.
“Cuando ha arrancado Yates me he quedado con Carapaz para ver si era posible que Richard cerrase ese primer grupo, pero se nos ha hecho cuesta arriba a los dos y al final, pese a la ayuda de Nairo, he terminado un poco apajarado”, describió Valverde. El líder, que vive el presente sin dar pábulo al mañana, subrayó con rojo La Rabassa, donde metió más de un minuto a Valverde, que le mira con prismáticos, a 1:38 a falta de la traca final andorrana, el todo o nada de la carrera. Una jornada de apenas 98 kilómetros tachonada de puertos. “Está claro que ahora está más difícil aspirar a ese maillot rojo de lo que lo estaba esta mañana, pero no debemos darnos por vencidos”, apuntó el Bala.
A ese milagro de etapa exprés por los Pirineos y a una catástrofe de Yates se aferra el murciano, al que le faltó chispa para no ceder ante el líder, que atado a Pinot y Kruijswijk, -el holandés empujó fuera del podio a Enric Mas y acecha a Valverde-, dominó una ascensión que recibió a Pinot con confeti. El francés, ganador en los Lagos de Covadonga, luminoso entre la niebla aquel día, se bañó en el sol de la cima andorrana. En esa atalaya creció dos palmos el menudo Yates, que tomó la iniciativa para desarticular a Valverde y avejentar al joven Mas. “Las piernas no han respondido como esperaba”, argumentó el mallorquín. El líder, apurado kilómetros antes, cuando el Movistar sacó la navaja afilada para provocar una abanico que no prosperó antes de llegar al puerto, gobernó la subida, larga (17 kilómetros) pero chata, con suficiencia. No se alteró cuando Nairo Quintana, en su canto de cisne, quiso dejar la huella del orgullo en La Rabassa, donde claudicó el esfuerzo de Castroviejo y Thomas. El colombiano se destacó hasta que le visitaron Bennett y Kruijswijk, otra vez dispuesto para el combate. El holandés tiró los dados para sacar a Mas de plano. El mallorquín se dejó 52 segundos en la cumbre. El podio le queda a 17 segundos.
ataque del líder Pinot, alma libre la suya, no mira la calculadora. Su ciclismo es más pasional. Sacudido el malditismo, no se lo pensó. El francés, aliviado tras su triunfo en Lagos, alcanzó a Kruijswijk y Quintana. En esas, Simon Yates, desencadenado, se largó del grupo de favoritos. Vino a decir aquello de: el que pueda, que me siga. Nadie pudo. Yates, pizpireto, se montó en un cohete. El alegre pedaleo de Valverde cayó en la melancolía, deprimido. “Por desgracia, el cuerpo no siempre responde igual”, dijo el murciano. Ni el esfuerzo de Richard Carapaz para cicatrizar el hueco pudo anudar a Simon Yates, sin ancla. Apenas giraron la vista Kruijswijk, Quintana y Pinot y el líder se unió a su cháchara mientras Adam, su gemelo, vigilaba el latido de Mas, Miguel Ángel López, Pello Bilbao -otra vez sensacional-, Rigoberto Urán, Valverde y Kelderman.
A Valverde, alejado de su mejor perfil, no le sobraba ni un gramo de fuerza. En el Movistar ordenaron a Quintana parar para remontar al murciano. Yates, Kruijswijk y Pinot se habían ido al medio minuto de renta. Pello Bilbao trató de aproximar a Miguel Ángel López, pero al colombiano las piernas le chirriaban. Había ruido de óxido. En el trío cabecero todo era fluido. Tres en uno. Espíritu mosquetero. Pinot pensaba en llevarse la etapa, Yates en reforzar el liderato y Kruijswijk en coserse al podio. Planetas alineados. Solidarios, crecieron a través de una montaña en la que pedalear, nada que ver con las rampas de garaje que tanto retuercen pero que impiden el avance y obtener segundos.
El trío era una banda de rock: guitarra, bajo y batería. Frenesí, ambición y alma guerrera. Al grupo perseguidor le faltaba melodía y ritmo. Carecía de estribillo. Vidas cruzadas. Mientras Valverde tarareaba jadeos en la pérdida, Yates silbaba a una brazada de la cumbre. En el desenlace, Simon Yates se agitó, pero el reprís de Thibaut Pinot, enérgico, le concedió la segunda celebración de la Vuelta. “Está siendo una Vuelta de ensueño. No venía a la Vuelta pensando en la general, venía sin presión y he conseguido dos victorias de etapa. No se puede pedir más”, dibujó el francés, feliz en la meta. Tras él, Yates sonrió su conquista, que le sirvió para encarrilar la Vuelta a falta del capítulo decisivo por los dientes de sierra que llevará al pelotón hasta el col de la Gallina. El gallo que canta es Simon Yates, que agarra la Vuelta por el cuello y aprieta. El líder no espera a nadie.