oiz - El sol que golpeaba con crudeza en la salida de Getxo, junto al puerto deportivo, concurrido como nunca, se escondió detrás de una densa niebla en lo alto del monte Oiz, preámbulo del zafarrancho anunciado en sus rampas casi imposibles. Una escena que bien podría haber estado sacada de una película de terror que dejó casi en blanco y negro los metros finales de una etapa novedosa, diseñada con mimo -hasta el punto de que los arreglos en la calzada acabaron hace apenas una semana- y que fue un éxito, a tenor de la afluencia de público y el espectáculo brindado por sus principales actores, con el canadiense Michael Woods y su emotiva historia de superación personal a la cabeza. Su grito, pura rabia contenida, alcanzó el cielo impulsado por los vítores de Juanma Garate desde el coche.

El rosa que luce en su maillot, el del Education First, uno de los equipos que sufrió las iras de aquellos que no deseaban que la Vuelta pase por Euskal Herria mientras buena parte de su población se echó a la calle para disfrutar con uno de los pocos deportes que aún permite un acercamiento total con sus protagonistas, fue una especie de faro para el resto del pelotón. Entre la niebla, que apenas permitió que se intuyeran las siluetas de los enormes molinos de viento que dibujan la orografía de la montaña vizcaína, foco ayer del ciclismo mundial, irrumpió vencedor Woods, sufridor como nadie, mientras Dylan Teuns madelcía no haber tenido algún gramo más de fuerza para alcanzar a su rival. Un grito interno, de lamento, que retumbó casi tanto como los ánimos que recibió tras cruzar, casi exhausto, la línea de meta.

Los más privilegiados, quienes aguardaron durante horas al paso de la Vuelta junto a la meta, escucharon el grito que emitió el cambio de Alejandro Valverde cuando este bajó un piñón para lanzarse hacia la línea de meta, donde arañó ocho segundos a Simon Yates en la pelea por el maillot de líder de la carrera.

Poco más se pudo ver en esos metros finales, donde acabó el infierno, frío ayer en lo alto del Oiz, cubierto por una niebla inesperada por cómo amaneció el día, con un sol radiante, aunque habitual por esos lares. Ya lo avisó Omar Fraile en la salida, cosido a una sonrisa mientras recibía el cariño de los suyos. Santurtzi y Mungia, sus dos pueblos, donde creció y donde reside en la actualidad, le hicieron emocionarse mientras daba pedales sobre la bicicleta en una fuga que alcanzó tras recibir el visto bueno de su director. En ella rodó también Jonathan Castroviejo, homenajeado en la salida de Getxo, su casa, y donde se dio un baño de masas. Ambos, los mejores vascos del día en meta, décimo tercero el getxotarra, décimo noveno el santurtziarra, se fundieron con los gritos del respetable mientras se retorcían de dolor tratando de avanzar el máximo número de metros posibles.

Gritó también el Euskadi-Murias, de puertas para adentro, por no haber colado a uno de sus hombres fuertes para la montaña en la fuga del día en una fecha marcada en rojo tiempo atrás. Pese al lamento, en el seno del equipo aún resuena el grito de alegría con el que Óscar Rodríguez festejó su triunfo del pasado viernes en La Camperona; y grabado a fuego quedará para siempre el cariño recibido por todo el público.

Desde la tranquilidad de los autobuses, con las pulsaciones relajadas, un puñado de corredores utilizaron el altavoz de las redes sociales para gritar por todo lo alto su agradecimiento a la afición vasca. Así lo hicieron el asturiano Iván García Cortina, el andaluz Luis Ángel Maté, el belga Maxime Monfort o el estadounidense Joey Rosskopf. Gritos entre la niebla.