NUEVA YORK - A lo mejor, Serena Williams tiene razón en sus reivindicaciones y ha abierto un debate, pero se equivocó en el lugar y la forma de expresarlas. Su comportamiento en la final del US Open, en la que socavó la autoridad del juez de silla Carlos Ramos, ha generado un debate sobre cuestiones que nada tienen que ver con el hecho deportivo y ha provocado reproches y alabanzas a su actitud. Para empezar, a la estadounidense le ha costado una multa de 17.000 dólares por parte de la WTA por saltarse tres normas de conducta reflejadas en el reglamento. En este caso, el dinero es lo de menos, sino las acusaciones de machismo y sexismo hacia el juez y, por extensión, al mundo del tenis que lanzó Serena durante esos minutos en los que perdió los papeles porque mezcló cuestiones que no tocaban en ese momento y que, además, lograron hacer de menos a su rival Naomi Osaka e hicieron que la japonesa no pudiera disfrutar del mejor momento de su carrera. “Yo no soy una tramposa, tienes que pedirme perdón”. “Eres un ladrón y un mentiroso, me debes una disculpa”. “Tengo una hija y defiendo lo que creo justo”, lanzó a Ramos mientras le apuntaba con su dedo acusador. Luego, en la rueda de prensa la ganadora de 23 Grand Slams no retrocedió, ni siquiera cuando su propio entrenador Patrick Mouratoglou admitió que le había dado instrucciones “porque todos lo hacemos”. Puede ser cierto que Williams no viera esas indicaciones, que prefiera “perder a hacer trampas”, pero entró en el terreno de los agravios comparativos y se erigió en voz de todas sus compañeras. “He visto a otros hombres llamar a otros árbitros varias cosas. Estoy aquí luchando por los derechos de las mujeres y por la igualdad de las mujeres y por todo tipo de cosas. Creo que el quitarme un juego por ser mujer cuando le dije ‘ladrón’ es algo sexista. Nunca le quitó un juego a un hombre porque dijeron ‘ladrón’, argumentó la finalista.