A Geraint Thomas (Cardiff, 1986) le encantaba la cerveza. Como buen galés, vaciaba pintas con la mirada, sonreía al camarero y pedía otra ronda. Cerraba bares y también los abría. Pero eso era antes, cuando era joven y el ciclismo en pista le permitía vicios que no le ralentizaban sobre el parqué. Por aquel maravilloso entonces, Thomas se convirtió en la sarcástica sonrisa que aparecía siempre junto al mítico Bradley Wiggins en los podios de los mundiales y en lo más alto de los Juegos Olímpicos. Pedalearon juntos en el equipo británico de persecución. Ese que logró el oro en Pekín 2008, sin embargo, para triunfar en carretera, donde se disputan las grandes vueltas y aparecen los premios más suculentos, el galés debía de someterse a varios cambios. Y uno de ellos era dejar la cerveza. Un caro peaje para un gran amante de la cebada. Pero necesario. Porque para el ciclismo en ruta, Thomas estaba sencillamente gordo.

Era una cuestión de potencia, el músculo de la pista es un lastre sobre el asfalto. Por lo que, tras volver a colgarse la medalla dorada en el parqué de los Juegos de Londres, se sometió a un plan dietético diseñado por David Brailsford, patrón del todopoderoso Sky, y Shane Sutton, su estrecho colaborador. Anteriormente, ambos habían forjado a sir Wiggins. Primero le llenaron de fuerza para gobernar en los velódromos y después lo afinaron para convertirlo en el primer ganador británico del Tour. Lo moldearon a su gusto para transformarle en el mejor. Así que Thomas se puso en sus manos, siguió el camino antes andado por el ciclista olímpico más laureado, el mismo tratamiento de choque, e imitó su éxito. De esta forma, ayer, con 32 años, el galés llegó a París de amarillo. De esta forma, desde ayer, a Thomas se le considera ya el nuevo Wiggins.

Son muchas las semejanzas que comparten ambos corredores. Sin embargo, también son muchas sus diferencias. Y es que Thomas no es un pionero, ni un líder natural. Es un Wiggins con matices. Porque el galés es un ciclista leal a sus compañeros, el mejor gregario para cualquier jefe de filas. De aquellos trabajadores que resisten a la criba de los mejores, siendo tan solo un mero lacayo. Acostumbrado a pedalear para alguien más, transformado por el Sky para ser el mejor plan B, Thomas es el único ciclista que continúa en la escuadra británica desde que esta naciera en 2010. Y por algo será. Ahora, con su humor ácido y su hablar cortante, el galés ha callado las bocas de los que le menospreciaban por venir de la pista. Aquellas mismas que se abrían de sorpresa cuando el espigado galés seguía con facilidad los ataques de los escaladores. Ahora, Thomas se ha convertido en el milagro de la factoría Sky. En el ejemplo perfecto de que el equipo de Froome, su teórico jefe de filas, tiene el molde perfecto para crear ganadores. El mismo Brailsford defiende su progresión: “Hemos visto a Geraint progresar en los últimos años en carretera, pero no hay una fórmula secreta. Es una evolución más lenta, es perder peso y entrenar duro para mantener tu poder físico”.

en el mismo colegio que bale Ya nadie duda de que, si Thomas es el ganador del Tour de Francia, lo es primero porque la estrategia del Sky así lo pedía y, segundo, porque el trabajo al que se ha sometido el galés desde que Brailsford se fijara en él cuando apenas era un crío, va mucho más allá del esfuerzo. De hecho, el pequeño Geraint surgió como ciclista en el patio trasero de su casa. Primero acudía al Whitchurch High School, un afamado colegio galés que dio estrellas como el futbolista Gareth Bale o el jugador de rugby Sam Warburton -compañero de pupitre del joven Thomas-; pero tras las clases, cogía su bicicleta y así comenzó a ganarse un nombre en la pista, quizá el único camino que se tiene en las islas para progresar en este deporte. Se empadronó en el velódromo y, como recompensa, la Academia británica le reclutó en 2005, cuando el Tour estaba todavía muy lejos para un galés. Luego llegó la primera medalla olímpica junto a su espejo Wiggins, que se llevó la ronda gala cuatro años después. Entonces, Thomas empezó a interesarse por la carretera más de lo esperado y comenzaron a darle dorsales en citas para que se probara. Le gustó. Tanto, que decidió dejar la pista a un lado. Ahora quería ganar en ruta. Pero en su primer Tour, en 2007, la realidad le golpeó en la cara. Y en las piernas. Y en las costillas. Quedó penúltimo.

“Estaba simplemente gordo. Era joven, bebía cervezas. Como buen galés, me encantan. Pero eso se acabó, hice muchos esfuerzos para adelgazar. En Pekín 2008 pesaba 75 kilos. Ahora, ando por 69”, dijo hace tres años, cuando pedaleaba a la sombra de Froome. Sin embargo, hasta el tetracampeón del Tour se rendía a las evidencias. Thomas apuntaba maneras y ese mismo año, cuando el galés consiguió colocarle en lo más alto del podio francés y, a la vez, finalizar él mismo quinto en la general, Froome avisó: “Geraint será el líder del Sky en una gran vuelta”. Porque el galés, entre cervezas, valía para la pista. Sin ellas, para todo. Incluso para ganar el Tour en el equipo del intocable Froome.