Es fácil, tremendamente fácil, encontrarse a Richard Virenque por la calle. En julio de 1998, las portadas de los periódicos mojaron al mundo con las lágrimas del escalador francés, rey de la montaña, que fue expulsado del Tour por el consumo de sustancias prohibidas. Pero hoy, la sonrisa del ciclista galo está en todos los lados. Se la ve en las paradas de autobús, en los Corte Inglés, en las fachadas en obras y en los tranvías. Se la ve hasta en la tele. Porque Virenque es, paradojas de la vida, una de las imágenes publicitarias de los relojes Festina. Sin embargo, mientras que el excorredor parece haber salido del infierno del dopaje, una marca indeleble en este deporte, dando carpetazo por fin al capítulo más oscuro de la serie negra del ciclismo; desde 2017 ya se promociona una nueva temporada. Y con Chris Froome como estrella protagonista. El británico intentará el asalto a su quinto Tour después de que se resolviera su caso favorablemente para sus intereses. Si bien ha sido exonerado por la UCI por el asunto del salbutamol, la sombra de las sospecha planea sobre Chris Froome, que el Tour estaba dispuesto a vetar hasta que la UCI determinó su inocencia. Así pues, el receloso huracán que se ha levantado antes de la ronda gala alrededor del Sky, el poderoso y millonario equipo favorito a todo, devuelve a los aficionados más veteranos a la edición de 1998, cuando el caso Festina golpeó al ciclismo en el hígado y le dejó desangrándose contra las cuerdas.
Hace 20 años, justo un día antes de que comenzara el Tour del escándalo, la policía de aduanas paró en la frontera franco-belga a un automóvil de apariencia normal para lo que parecía ser un control rutinario. Pero nada más lejos de la realidad. Los dos agentes hicieron bajar al conductor y, sin la necesidad de mirar su documentación, le llamaron por su nombre: “Willy Voet”. Un masajista del equipo Festina que, en cuanto pisó asfalto, se supo ya condenado. Porque Voet conducía un coche dopado y, por eso, ni fingió una cara de asombro cuando del maletero surgieron docenas de cajas de testosterona, cien dosis de anabolizantes y 250 de EPO, la reina de la sustancias por aquel entonces, casi indetectable. “Es para consumo personal”, atinó a decir el masajista mientras le esposaban. Pero ningún juez le creyó así que, para salvarse, Voet empezó a tirar de la manta. Era la víspera del Tour y el ciclismo comenzó a deshilacharse.
Mientras que el pelotón correteaba primero por Irlanda -ese año la Grand Bouclé comenzó en Dublín- y después por Francia, las comisarías galas comenzaron a llenarse de ciclistas, directores, doctores y auxiliares del Festina. El equipo entero encerrado en los calabozos. Interrogados como narcotraficantes, tratados como tramposos. El médico, Ryckaert, y Roussel, el director, fueron oficialmente detenidos el 15 de julio, cuando la carrera ya serpenteaba por los Alpes; y dos días después, nueve ciclistas del Festina, entre ellos Virenque, su jefe de filas, fueron expulsados por la dirección del Tour. Zulle, Dufaux, Brochard, Hervé, Stephens, Moreau, Rous y Meier le acompañaron a la salida. Y para la mañana del 25, aunque la estrella gala no cantó; los demás entonaron hasta La Traviata. Sin embargo, el show debía continuar, así que la carrera seguía quemando etapas mientras se sucedían los registros y las acusaciones. El pelotón dijo basta. Primero amenazó con no salir, luego se sacudió los dorsales y, después, se plantó en mitad de la carretera. Los equipos españoles -Banesto, Once, Vitalicio y Kelme-, el italiano Riso Scotti y el belga TVM abandonaron la ronda. Regresaron a casa. Quedaron solo 86 corredores y Marco Pantani reinó sobre ellos.
Ahora, veinte años después, Virenya admitió su consumo de sustancias prohibidas. Y no le va mal. Es la imagen de Festina y comentarista de grandes carreras en Eurosport. Se ha reconciliado con su equipo y su deporte porque una confesión sincera siempre es el primer paso para la rehabilitación.