Le Castellet - Hasta estas alturas del Campeonato del Mundo de Fórmula 1, rebasado ayer el primer tercio del año, no ha entrado en juego la especulación; los pilotos se manejan como si no fueran a contemplar un nuevo amanecer, corren como asistiendo a la carrera que pone fin a una trayectoria deportiva. Desenfreno. Frenesí. Son hijos del riesgo.

Lewis Hamilton y Sebastian Vettel, ante una apasionante paridad mecánica, se intercambian golpes cual púgiles sin guardia. El alemán de Ferrari se alzó líder del Mundial durante las tres primeras pruebas; después el inglés de Mercedes asaltó la cumbre durante las tres siguientes; Vettel recuperó el trono en la séptima cita y Hamilton lo ocupa tras la octava. Vettel amasa tres victorias y semejantes ostenta Hamilton. El alemán solo se distingue con sus cuatro poles, por tres que firma el inglés. Guerra sin cuartel. En la mente, por ahora, solo viaja la victoria; sumar es de perdedores. Así obran los pilotos que acarician los volantes de las máquinas diseñadas por esos técnicos e ingenieros que propician el don de la diferencia. Los elegidos por la mecánica.

De esta osada filosofía impuesta en el tramo inicial del curso fue paradigma Vettel. En la escena del Gran Premio de Francia, octavo episodio de la serie de la F-1, ansiaba debate de gloria. Irracional por otra parte, celebrando en sábado la tercera plaza de la parrilla de salida. Pero insatisfecho el domingo, visceral e incontinente, desatado por la oportunidad que ofrece lo que resta de campaña, el alemán se disparó sin mesura. Como una Uzi escupe balas sin el criterio del tino.

En el primer ángulo del circuito Paul Ricard, solo superados unos palmos de la vuelta 1, Vettel se estampó con Bottas, que se catapultaba segundo a rueda del poleman Hamilton. ¡Crash! Coche de seguridad y a barrer desperdicios. Impresionante Vettel. Impropio de un líder cabal. Pero son las concesiones que se cobra el orgullo por estas tempranas fechas; aflora todavía la naturaleza del piloto ganador. Hay margen por delante y si además la fortuna acompaña, pues los daños no repercuten como pudieran. “No tenía dónde ir”, justificaría. Quiso abrirse camino por el interior de la curva como una desbrozadora, como un tanque penetra muros.

Tanto Vettel como Bottas sobrevivieron para reincorporarse a la carrera, no sin antes remozar los monoplazas en los boxes. Mientras tanto, Hamilton, vacío de competencia, ponía pies el polvorosa, secundado por un Max Verstappen que jamás intimidó, alejado Mad Max por entre 4 y 5 segundos del futuro ganador.

F-1: mundos paralelos Así, la emoción descendió a las catacumbas de la carrera, donde Vettel y Bottas buscaban fisuras para escapar. Y he ahí que se evidenció lo que es la presente F-1. Una categoría con subcategorías. La prueba albergaba 53 vueltas. En solamente 20 -15 prácticas porque durante 5 giros estuvo presente en pista el safety car-, Vettel, que terminaría quinto viéndose decimoséptimo tras el accidente, ya rodaba quinto. Así se quitó a la mediocridad de en medio, a escobazos. Para ahondar en la disparidad, lo hizo tras recibir 5 segundos de sanción por el choque y pasando dos veces por su garaje, una parada más que el resto de coches, con la salvedad de Bottas, que también completó dos visitas para liquidar en séptimo lugar habiendo ocupado la decimoctava plaza. Otra liga.

Solo Red Bull pisa el tejado sobre el que viven Mercedes y Ferrari, pero con consciencia de insuficiencia, a tenor del cambio de marca de propulsor para 2019: Honda como reemplazo de Renault, en la búsqueda del componente que equilibre la competencia. Si bien, con la unidad de potencia Renault, la marca alada instaló a Verstappen en el podio, segundo peldaño, y defendió el tercer escalón hasta la vuelta 47, cuando el Ferrari de Raikkonen proyectó las carencias del bólido de Ricciardo, cuarto detrás del finlandés. Ahogado en la orilla.

Soñar es libre y sin cadenas divagó Carlos Sainz hasta que asistió ese halo de gafe que contagia ya al heredero de la saga de los Sainz. El madrileño se lanzó en Paul Ricard desde la séptima pintura, y diestro y astuto para esquivar el porrazo de la curva 1, se descubrió en tercera posición. Pero compite para Renault, segunda división. Los Mercedes, los Ferrari y los Red Bull bebieron de sus anhelos. Todos clasificaron por delante. El coche de Sainz, cuando rodaba sexto a tres vueltas de ver la bandera ajedrezada, se arrugó quizás al atisbar la previsión de lluvia que nunca llegó, y perdió electrónica, 160 preciados caballos de potencia. Se desangró hasta caer al insípido octavo lugar.

Fernando Alonso, flamante ganador de las 24 Horas de Le Mans el pasado fin de semana, regresó ayer al amargor de la actualidad que saborea McLaren en la Fórmula 1. El piloto asturiano puntuó en las cinco primeras pruebas del año y ha abandonado en las tres últimas. Ayer dirigió su bólido al garaje antes del último paso por meta, pilotando decimosexto. “Venía con una rueda mirando a Cuenca”, explicó.

Hamilton cedió y ayer contraatacó. Aterrizó en Francia con 1 punto menos que el líder Vettel; sale aupado en la cima con 14 unidades de ventaja. Nada, si se tiene en cuenta los relevos en el liderato y que hubo en dos ocasiones hasta 17 puntos de diferencia entre Vettel y Hamilton.