Le pasó la oportunidad por delante y no la aprovechó. Dicho así, parecen caer sobre él todas las culpas, por lo que convendría matizar la afirmación y repartirlas. Maduró tarde, tenía 24 años, y para entonces ya le habían tachado en la empresa con la que había firmado un preacuerdo. Cualquiera que lea esto ahora abrirá los ojos de manera exagerada, seguro, pues resulta que las empresas no paran de fichar veinteañeros que recién acaban de salir del cascarón, demasiado jóvenes, sin madurar la mayoría, para perderse luego sin dar de sí lo que apuntaban, perderse en la maraña, entre la silenciosa mayoría, sin disfrutar ni un poco de lo que significa la pelota aficionada. Hoy debutan cada mes. Entonces no era tan habitual. Quizá hoy Unai hubiera tenido chance. “Los directivos de Asegarce no me veían jugar partidos, sólo en los entrenamientos, donde me decían: arriesga, juégatela”, confiesa. Él, el que más arriesgaba -casi siempre demasiado-, que apenas aguantaba el peloteo sin jugársela, que abrumaba de tanta pelota como le quitaba al compañero. A él se lo decían. Pero claro, en los entrenamientos andaba con mesura, mientras que en los partidos, donde no le temblaba el pulso -“no me acojonaba”- arriesgaba tanto que fallaba más de la cuenta. Era su juego, tirar siempre para adelante, el riesgo, mientras que en las sesiones de entreno “vigilado” trataba de no fallar para no quedar mal. Ese tren pasó de largo o no llegó nunca. “No gocé de su confianza”, redunda, así, sin más. Como les ha pasado a otros tres o cuatro pelotaris alaveses que merecieron una oportunidad por delante de otros que sí la han tenido. “Nos hemos merecido una oportunidad”, cuenta, consciente de que nunca hubiera sido un primera -“la movía poco”, unos la mueven pero no rematan y quienes lo hacen casi no la mueven- pero sí un buen profesional con camino por recorrer y mucho que aprender. No fue el caso. Al poco de perder la final del GRAVNI ante Armendariz en 2011, a quien había ganado bien en la liguilla, en el único partido que “alguien de Asegarce me vio”, Beloki le llamó para comunicarle que no le renovaban el pre-contrato. Pero no se vino abajo y hasta se preparó mejor para años sucesivos. Se tomó en serio el entrenamiento, sobre todo fuera del frontón -“sólo disfrutaba en la cancha”- con Gorka Alegría de consejero, y se puso como un toro. Con Gorka ha discutido más que con ningún otro. “Es lo que tiene la amistad”, reconoce, que te dices de todo y todo se permite. En general, es “lo que me ha dado la pelota. Lo mejor. La amistad, los amigos y gente que merece la pena”, me dice, casi con añoranza por “lo poco que me queda”, mientras espera en el apeadero al último tren, con apenas 29 años y sin ilusión en el depósito. Mil anécdotas y muchas risas, pero “lo que pasa en Salamanca en Salamanca se queda”. ¡Que no se entere la rubia!

Salvando las distancias, Unai Alvarado Sevillano, nacido en Vitoria en febrero del 89, es como Irujo, un pelotari de ritmo alto y mucho juego de aire. El de Ibero y Mikel Goñi han sido sus favoritos. “Me faltaba fuerza, defensa y cabeza”, reconoce. Casi nada. Todo. Demasiado. Tiene chispa, va bien de aire, es atrevido?pero “me faltó trabajar un poco más y estrategia”, lo que tienen los que saben ganar. Y ha ganado mucho. Después de aquella derrota en el GRAVNI, llegaron dos txapelas, en 2014 ante Arrese en el Ogueta -“no tuve muchos problemas”- y ante Santxo en Miribilla un año después. Más difícil de ganar esta segunda. El amigo Gorka le puso a tono, “aunque no me gustaba entrenar” y apenas lo hacía de tantos partidos como llegó a jugar en seis años, los mejores seis años de su carrera. Disputaba 110 partidos al año, entre 15 y 20 cada mes de agosto, 60 entre junio y octubre, entrenaba a los chavales del club y los fines de semana tocaba campeonato, el que fuera, provinciales, privados, por federaciones. La mejor época. En cuanto asumió que no sería pelotari profesional emprendió la verdadera aventura. Ganó mucho, jugó más. Areta, Zaramaga, la Copa del Rey con Castilla León ante Cabrerizo. Mil fiestas en mil pueblos. Y ahora, hoy, tiene que ser Miriam quien le anime a seguir y Félix, el padre y María Luisa, la madre, “pues ya no disfruto, aunque me veo bien físicamente, pero sin velocidad ni confianza”. Así, desde que se lesionara en la clavícula en el Memorial Eugenio hace seis meses. Ha perdido la ilusión.

Cuando tenía siete años debió decidir entre el fútbol y la pelota. Félix le echó un capote, “él fue el culpable de mi afición”, y dejó el balompié. Toki Eder y Adurtza le compartieron en sus inicios, cuando el Kinki Andoni Markinez e Iker Legorburu comenzaron a modelarle. Era un alambre con patas cuando coincidió con Iker Gereñu, Ibai Jauregi, Aritz Monreal y los gemelos de Roitegi. No se perdía un partido por televisión ni una feria de La Blanca. A los 13 ya ganaba el escolar. Y a partir de ahí, un año él y el anterior Jauregi se lo repartían todo. Luego, claro, en los Escolares de Euskadi “veíamos dónde estábamos”, y recuerda cuando, junto a Berrueta, se las tuvieron tiesas con Iturrioz y Urrutikoetxea. Era otro nivel. Iturrioz, con quien hizo amistad -falleció hace unos años- era el mejor y Urruti, “espigado y delgado ya apuntaba”. Junto a Pérez se anotaba su primer Torneo Areta. Tenía 19 años. El anterior lo había perdido con Galarza. Lo ganaría de nuevo con Zabala y perdería otras tres finales.

Alvarado prefería el mano a mano. “Era demasiado egoísta”, reconoce. Tanto que siendo Mikel Rafael seleccionador le empujó a jugar solo “para no estropear la pareja”. No sabía jugar en equipo, aprendió más tarde. En el mano a mano ha protagonizado con Mikel más de un lustro. Ha sido un pique sano entre ambos, del que Unai salía casi siempre muy mal parado. Llegaba mejor a las finales y las comenzaba con ventaja, hasta que “la cabeza se me iba”. Se le empezaba a ir desde que, en vestuarios, la moral y el ánimo se le iban desvaneciendo. Ambos disfrutarían formando dúo en partidos serios, en el Provincial contra los favoritos Mendinueta y Pérez -“nos jugábamos el descenso de la pareja”- y en los menos serios, como en Salamanca contra Serrano y Plaza, donde intercambiaban posiciones al gusto, a veces por necesidad y otras porque Unai le soltaba “anda Mikel, ponte delante y acabamos antes” cuando Alvarado tenía uno de aquellos días donde no metía una.

Que no se de pelota me acusan muchos, el mismo Alvarado casi siempre. Lo dicen con razón. Pero así y todo me atrevo a decir que Unai es el mejor, el más espectacular, quien debió debutar de entre todos. El primero. Pero si aquel tren llegó a Yuma, con o sin Crowe en el vagón, el suyo ni llegó ni se le espera.