La txapela es para la cabeza y se la caló Primoz Roglic (Lotto NL-Jumbo) a modo de corona tras su imperial Itzulia. Aterrizó en la gloria después de la tortura a la que le sometió Mikel Landa (Movistar) en Arrate. El líder tuvo que atender a las órdenes de su cerebro cuando sus columnas jónicas, lastimadas en una caída nada más encenderse la etapa, le temblaron por el terremoto que provocó Mikel Landa en Matsaria, el último cepo de una carrera repleta de trampantojos. “Lo más importante es controlar la mente”, dijo en la serenidad del triunfo el esloveno que nació en los saltos de esquí y brincó de alegría sobre la bicicleta. En una ascensión abrupta, salvaje, que emboca en la paz del Santuario de Arrate, Landa enloqueció de pasión. El instinto animal barniza al alavés, un verso libre. Prefiere Landa escuchar a su alma que a su cabeza, así que trató de obtener una quimera. Landa es eso. Un bohemio, un soñador, en el ciclismo del rasca y gana. Landa habla con sus piernas, atiende a su corazón. Su mejor defensa es un ataque y por eso empatiza tanto con la cuneta, que adora a un corredor que respira valentía.

Lo intentó hasta los estertores Landa, siempre candente, en constante ebullición. Su apuesta se quedó corta ante Roglic, conquistador de la Itzulia, y Enric Mas (Quick-Step), que se bañó en el mar de Arrate tras una escapada infinita. Segundo en la general y en la etapa, probablemente, Landa se embolsó una legión de seguidores. Otro puñado de aficionados para rendir pleitesía a su ciclismo de rompe y rasga. Mas, apenas 22 años, se ganó el futuro. El mismo lugar al que señala Primoz Roglic, que quiere un Tour. “Veremos qué pasa en el futuro”, estableció. A ese destino se encamina Mikel Landa, que engrandeció la Itzulia. En esa postal de grandeza, Ion Izagirre, otro dorsal del pelotón de los valientes, cerró el podio de una carrera magnífica.

El día que la Itzulia fue lo que es, una prueba en la que siempre se presenta la lluvia, Roglic, de amarillo sol, se trabó en una montonera en Trabakua. A partir de ahí, rodó a contrapié. Las bicis no se relacionan bien con el agua. Con el asfalto líquido, un espejo en el que mirarse, a Roglic se le quedó cara de susto con una caída que pinzó a varios ciclistas. El Grito de Munch y preocupación hasta que el esloveno, que se balanceó con una desventaja de cuarenta segundos, se colocó una tirita y pudo serenarse. La carrera iba encendida. Destellos en una etapa corta y dentuda, sin brackets. Sin tiempo para corregir la mordida. Después de mucho revuelo, se condesó la escapada tras descontar tres cotas de las ocho que se amontonaban hacia el Santuario de Arrate, la cumbre del ciclismo vasco.

Verona (Mitchelton), Geoghegan (Sky), Hansen (Astana), Mülhberger (Bora), Rojas (Movistar), Enric Mas (Quick-Step), Betancur (Movistar), De Gendt (Lotto-Soudal), Hamilton (Mitchelton) David López (Sky), Gorka Izagirre (Bahrain), Herrada (Cofidis), Madouas (Groupama) y Zakarin (Katusha) enfilaron por las rampas de Elgeta, el paso fronterizo entre Bizkaia y Gipuzkoa. Landa, gobernante del Movistar, con los alfiles por delante, gestionó a los peones, que deletreaban el plan del alavés, masticando el chicle de la ambición en cada pedalada. La lluvia convirtió a Landa en el caballero oscuro, encapotado por un chubasquero de color negro. El de Roglic, amarillo, se entretejía con el de Ion Izagirre. Landa ordenó el asalto una vez atravesada la puerta de Elgeta. En fila de a uno. Paso marcial.

El Trek tomó el testigo de los guardianes de Landa, cuando se descapotó el cielo y las nubes dejaron de llorar a moco tendido. Mollema, el hombre que siempre está, peleaba por su botín, tachar a Alaphilippe, desnutrido en el remate de la Itzulia, el sitio de su recreo al inicio. Mollema defendía su silla porque no todos pueden tener un trono. Roglic estaba encantado con la aparición del Trek. Una carroza para el monarca. De la Cruz rompió la pax romana en la planta noble. El Sky quería llevarse un mendrugo a la boca después de la retirada de Kwiatkowski. En Izua, Zakarin aligeró el paso entre los fugados y Landa encendió la mecha para buscar un imposible. La traca.

LANDA SE ENCIENDE Fue una explosión controlada. Roglic respondió con una palmada en la espalda de Landa, para que supiera que seguía allí, imperturbable. Izagirre pellizcó después. Nada. Roglic ni se inmutó. Quintana aceleró. Le secó Roglic, un pulpo que llegaba a todo. El líder se olvidó del colombiano cuando este se impulsó por segunda vez. Esperó al descenso de Izua. Roglic no tiene miedo. Le gustan los toboganes. Carácter de campeón, Roglic capturó a Quintana, con Landa e Izagirre compartiendo el vagón del podio. La estampa alteró el pasto de las ovejas, que se aproximaron a la cuneta para presenciar lo que les perturbaba el picnic. Landa, que no entiende de rendiciones, siempre en guardia, también lanzó un directo en el llano de Etxebarria. Roglic esquivó el golpe mientras Mas, Verona, Mülhberger y De Gendt, el eterno, boxeaban para evitar el K.O. en Urkaregi.

Se fajaron en las cuerdas y llegaron con el aire entrecortado a Usartza. Combate final. Sonó la campana. Ascensión al cielo a través del infierno de Matsaria y sus nueve herraduras, la última frontera de la Itzulia. Verona, Mülhberger y De Gendt se esfumaron entre robledales y hayedos. Enric Mas, al que Contador ha señalado para el porvenir, quería ser el presente. Quintana abrió camino mientras Roglic se grapaba a Landa. Ion Izagirre se pegaba al esloveno. Todo a media luz. Entonces estalló Landa. Desató la locura. Despojado de la camisa de fuerza. Landa en estado puro. Libre.

El LÍDER PADECE Roglic, herido, perdió la rueda de Landa, pero no la calma. Ion Izagirre también se despidió de él. El líder jugaba con el tiempo. Había arena en su reloj. Casi dos minutos sobre Landa. Algo más respecto a Ion Izagirre. Los ahorros de los días anteriores eran oro puro. Los reservaba Roglic para cuando vinieran mal dadas. Sufrió en las rampas el líder, trincado al suelo de cemento. El esloveno, empero, no entró en pánico. Pensó. Clavó el cálculo mental. Centrado en su respiración, en su ritmo, en modo zen. Mas quería más y miraba a Arrate. También Landa, al que le faltó desatarse antes. Esperó demasiado. La solidez del líder le atemperó durante el resto de puertos hasta que Landa se olvidó de la carrera y pensó en Arrate, el Santuario. En ese altar quería cincelar su nombre. Un lugar sagrado.

Landa, desencadenado, efervescente, abrió el champán, ese ciclismo chispeante que late en sus adentros, pero el brindis lo celebró Enric Mas, el delfín que emergió en Arrate, donde Landa, al que ama la cuneta por ese don suyo de no atender a nadie salvo a su corazón, sublimó su nombre, el de los grandes. La entrada de Landa, 12 segundos de Mas, anunció a Ion Izagirre, por tercera vez tercero en la Itzulia, la carrera que envolvió con pan de oro a Roglic, aunque el premio sea de lana negra. Llegó arrastrándose el esloveno, a casi cuarenta segundos de Landa, que le paseó por el dolor y dejó el rostro sin marco. Roglic apareció cojeando, agarrándose la pierna derecha cuando descabalgó y pisó la tierra de sus sueños. Sangre, sudor y lágrimas. Al líder le costó hasta subir los cuatro escalones que dan a la gloria. En ese gesto tan cotidiano, se subió a lo más alto. El hombre pájaro tocó el cielo en Arrate. El mejor salto de Roglic.