Javier Fernández sabía que la de Pyeongchang era su gran oportunidad, quizás la última, y que no la podía dejar pasar. El patinador madrileño logró la medalla de bronce, ese metal que se le había escapado hace cuatro años cuando llegó a Sochi como gran favorito. Llegó a la final en el segundo puesto tras el programa corto, pero le superaron los japoneses Yuzuru Hanyu, su compañero de entrenamientos que ganó el oro con autoridad, y Shoma Uno, plata por unas pocas centésimas. Es la segunda presea para la delegación española en estos Juegos de Invierno tras el bronce que logró Regino Hernández en snowboard, lo cual supone un botín histórico y de un mérito indudable.

El propio Fernández, SuperJavi ya para lo que le quede de carrera deportiva, es un ejemplo de abrirse camino en una disciplina minoritaria para convertirse en un pionero y en una referencia como lo fueron en su día leyendas como Manolo Santana, Ángel Nieto, Seve Ballesteros o, hablando del deporte de la nieve, Paco Fernández Ochoa. Hace diez años que Javier Fernández abandonó su casa de Cuatro Vientos para dedicarse al patinaje en cuerpo y alma y con los medios que no encontraba en Madrid. Era un viaje hacia la perfección que se requiere en un deporte donde todo está medido y calculado y debe pasar por el exigente tamiz de la subjetividad de los jueces. Primero, se entrenó en Jaca, luego en Estados Unidos, a donde llegó sin saber inglés, y desde hace siete años lo hace en Toronto a las órdenes de Brian Orser y Tracy Wilson, dos de los mejores técnicos del mundo que han convertido a aquel niño inquieto al que solo contenía el hielo en un deportista de élite después de “entrenarme muchas veces hasta la extenuación, hasta no poder mantenerme en pie”.

La competencia con Hanyu ha elevado a los dos, como reconoció el doble campeón olímpico, y en el caso del madrileño ha supuesto culminar a los 26 años una trayectoria que empezó cuando se calzó unos patines por primera vez con siete años para acompañar a su hermana Laura y que cuenta ya con dos títulos mundiales y seis europeos. Todos menos uno de estos títulos llegaron después de los Juegos de Sochi en lo que Fernández sufrió una decepción de esas de las que pocos logran levantarse. Aquel cuarto puesto fue “un espina clavada que me he sacado ahora”. “Me ha quitado un peso de encima. Ya sé que no es un oro o una plata, pero a mí me vale igual porque es la recompensa a todo el trabajo que hemos hecho”, comentó después de lograr el mayor éxito de su carrera y sin dar importancia al “pequeño fallo” en un cuádruple Schallow que se quedó en doble y que quizás le costó subir un escalón más en el podio.

nervios y presión “Sabía que podían ser mis últimos Juegos Olímpicos y me lo tomé también como una última oportunidad de conseguir una medalla”, confesó el medallista de bronce, que admitió que “quizás por eso he estado más nervioso que en la víspera y he sentido más presión”. Pero, al final, todo acabó como se esperaba. Javier Fernández se declaró “superfeliz, pero no solo por la medalla, que también, pero sobre todo por algo personal, de liberar toda la presión que he tenido; y también por la alegría que me da el poder compartirlo con la familia, con los amigos y con toda la gente querida”.

El horizonte de la cita olímpica de Pekín 2022 se presenta muy lejano para Javier Fernández, que llegaría allí con 30 años, una edad elevada para un deporte en el que los jóvenes empiezan a hacerse valer. Por eso, SuperJavi planea para los próximos meses “hacer cositas con el patinaje alrededor de España, como en navidades hace un par de años, para llevar el deporte y la diversión y que todo el mundo pueda disfrutar con el patinaje”.