Probablemente existan relatos de la Guerra Fría con menos literatura que la que acumula el escándalo del dopaje de Estado promovido por Rusia en los Juegos de Invierno de Sochi de 2014, donde la delegación rusa se bañó en oro merced al empleo sistemático de ayudas ilegales -mediante una mezcla de tres tipos de esteroides anabólicos con vermú para martinis denominado duquesa-, para la mejoría del rendimiento de sus atletas. En su último capítulo, que no final, el exdirector del laboratorio antidopaje de Moscú, Grigori Ródchenkov, que huyó de Rusia a Estados Unidos tras destapar la trama de dopaje de estado promovida por Rusia, aseguró que “naturalmente todo venía de lo más alto, del presidente, pues solo el presidente puede encomendarle a los servicios secretos una tarea de esa naturaleza”. Ródchenkov apuntó directamente a Vladimir Putin, el Zar que reina en Rusia, en un documental de la Primera Cadena de la Televisión Alemana (ARD).
Si bien antes de la disputa de los Juegos de Sochi el entramado de dopaje existía, fue en la cita rusa cuando este adquirió un mayor rango, tanto que hasta la FSB, la antigua KGB, fue parte indispensable de la trama para abrillantar el currículo deportivo ruso. “Antes de los Juegos Olímpicos de Pekín (2008) era muy fácil. Uno podía hacer lo que quisiera y todos los atletas del equipo ruso estaban dopados”, expuso Ródchenkov. Para esquivar los controles antidopaje se procedió a dar el cambiazo. Los atletas debían tener permanentemente a disposición orina congelada no contaminada para cada día de la competición. El método se fue perfeccionando. La trampa cada vez era mejor. “Entre Pekín 2008 y Londres 2012 cambiamos nuestra estrategia para disimular el dopaje y lo controlamos todos”, contó Ródchenkov.
En Sochi, el sistema de dopaje alcanzó cotas más elevadas. Una cuestión de Estado. Resultó perfecto. Para ello, Rusia ideó un mecanismo infalible: cambiar las muestras de orina de los recipientes en los que habían sido depositadas la muestra contaminadas de los atletas (dopados con la duquesa) una vez manipulados por expertos por muestras completamente limpias. Tras la competición, al caer la noche, los espías entraban en acción junto a expertos del antidopaje ruso.
Los lobos cuidando de los corderos. Desde una habitación contigua, perfectamente camuflada, accedían al deposito de las muestras y reemplazaban la orina de los atletas que se habían dopado por orina limpia recogida unos meses antes. A través de un agujero en la pared introducían las nuevas muestras para que fueran analizadas al día siguiente. En total cambiaron unas 100 muestras. También idearon un artilugio que conseguía burlar el cierre de los muestras sin quebrar el precinto que las sella. Se calcula que al menos 15 medallistas en Sochi se libraron de ser cazados gracias a ese sistema. “Estábamos totalmente equipados, teníamos los conocimientos, la experiencia y estábamos perfectamente preparados para Sochi como nunca antes. Todo funcionaba como un reloj suizo”, declaró Rodchenkov. En su día, Vitaly Mutko, ministro de Deportes ruso, calificó las acusaciones como “absurdas”. La Agencia Mundial Antidopaje no piensa lo mismo. Ródchenkov se ha convertido en un testigo clave para la AMA, que continúa investigando el método Putin.