La selección española es la que más semifinales ha disputado en la historia de los Europeos de balonmano, que comenzaron a disputarse hace poco menos de tres décadas. Con la que superó el sábado contra Francia, ya son ocho en 13 ediciones. Semejante regularidad le ha permitido subir al podio hasta en seis ocasiones (que hoy serán siete): cuatro veces al segundo escalón y dos más al tercero. Pero nunca al primero. El oro es la medalla que le falta y, tras cuatro infructuosos intentos, a España ya le toca poner la guinda a su trayectoria histórica, en general, y a la que ha llevado en la presente edición del torneo, en particular.
Suecia es el último escollo, un equipo que va recuperando su estatus. Dominadores de la competición continental de selecciones entre 1994 y 2002, periodo en el que conquistaron cuatro títulos en cinco ediciones, los suecos parecen haber puesto fin a una travesía por el desierto en la que destinaron muchos recursos al trabajo de la cantera que ahora comienza a dar sus frutos. La mejor prueba, su media de edad, de 25,4 años, en contraste con los casi 29 del combinado español.
La juventud es una de las principales virtudes de Suecia, que ha cimentado su clasificación para la final del Europeo en un consistente 6/0 defensivo, una portería que aporta un 36% de efectividad -similar al 34% de la española- y ataques rápidos, cortos y riesgosos. España deberá responder como ante Francia, con un juego pausado, inteligente y sin pérdidas de balón, buscando ese pase de más que tanto ha reclamado Jordi Ribera durante todo el campeonato. En definitiva, el estilo vertical de los suecos contra la inteligencia táctica de España, una apuesta que ejemplifica como nadie el navarro Eduardo Gurbindo, el jugador más empleado por el seleccionador en lo que va de torneo con más de 30 minutos de ventaja con respecto a su más inmediato perseguidor.