ADavid Lama le conozco desde que era un niño y comenzó en la escuela. Desde que le vi supe que tenía algo distinto por cómo se movía, por su agilidad y esa habilidad innata que demostraba”, cuenta Peter Habeler (Mayrhofen, Austria, 1942). David tenía cinco años cuando llegó al abrigo del veterano, que recogió ayer el premio WOP a la defensa de los valores del alpinismo en el Bilbao Mendi Film Festival. En las pantallas, la Cara Norte del Eiger, la escalada mística suiza, en la que estableció un récord junto a Reinhold Messner en el 74, se transformó en el paso de la experiencia a la ilusión. Un testigo entre austríacos. La vía, donde el vivac de la muerte escribió parte de su historia, es la última de las gestas de Habeler. Un círculo. Antes, un retrovisor cargado. “Los catorce ochomiles nunca fueron mi objetivo”, destaca. Su punto de vista, rico en matices, se acerca a otros objetivos: hollar, sí; pero también regresar. El pellejo antes que la gloria. La supervivencia y el entendimiento de uno mismo. Tal y como desbroza, la sintonía entre los equipos y el conocimiento profundo es el que acerca el paso al horizonte. La familia marcó también la personalidad escaladora de Habeler.

El de Mayrhofen, como un pincel, con un físico ligero, sin dolores en las articulaciones a los 75 años, rompió el mundo del himalayismo junto a Messner en 1978. Fue cuando, sonrisa perenne, se unieron para coronar el Everest (8.848 metros) sin oxígeno. Era posible. “Veíamos que los sherpas se acercaban a los 8.000 metros sin bombonas suplementarias. Fueron tiempos fantásticos. Al principio, estuvimos con una cordada francesa. Tuvimos muy buena relación. Siempre tuvimos buenas sensaciones y fuimos capaces de llegar a la cima y no sufrimos demasiados daños cerebrales”, cuenta entre risas. Entre las claves que recita están realizar una buena aclimatación, la relación entre los alpinistas y la fe. “Hicimos un buen Campamento Base, comimos bien, pero la clave es tener un buen compañerismo. La relación con el compañero es importantísima. También creer en uno mismo. Además, es fundamental establecer Campos e ir ascendiendo poco a poco”, evoca Habeler. La cuestión es que, al no contar con bombonas de oxígeno, pudieron realizar una ascensión “ligera”, con menos peso. “Conocía a Messner muy bien y él a mí. Éramos consciente de lo que podíamos hacer”, remacha el austriaco.

Aunque es uno de los hitos en su carrera, no contempla que sea “la expedición más difícil”. “Me casé en el 75 y tuve un hijo. Fui en el 78 y tenía claro que iba a volver a casa. Eso es muy importante para mí. Sin duda, la cima era algo esencial, pero regresar lo era más. En cualquier caso, si no hubiera habido suerte, teníamos claro que había que ser capaces de volver”, advierte el veterano alpinista austriaco. Al mencionar pruebas más extremas, le vienen otro tipo de cimas. “Siempre me ha gustado ir en grupos pequeños, de dos o tres personas. La ascensión al Nanga Parbat tuvo dificultad, pero la del Kangchenjunga, junto a Martín Zabaleta -un grandísimo escalador- y Carlos Buhler, fue increíble. No hubo problemas. A pesar de que había condiciones duras, avalanchas y nevadas, fue la mejor de mi carrera”, relata Habeler. Esa cumbre, en 1988, le viene en ocasiones a la cabeza y piensa en la “suerte” que tuvieron por los aludes, que destruyen todo lo que pillan por delante.

En el guion alpinístico de Habeler, el regreso es fundamental. Es el instante en el que se saborea el triunfo. No antes. “Tienes que prepararte para ello. Todo el entrenamiento es para llegar lo más alto posible, pero no puedes pensar en que debes hacerlo. Siempre he dicho que la cima está ahí, pero que no quiero morir”, agrega. La vida es “el mayor objetivo”.

Asimismo, cuenta que los próximos objetivos residen en “las caras más dificultosas” de las montañas. “El invierno es muy frío. Es muy complicado. No he perdido nada -señala los dedos de las manos y de los pies-, pero se trata de algo muy peligroso”, añade.

La búsqueda de los catorce Uno de los mayores éxitos de Habeler residió en el Everest, a la estela de Messner, pero sus caminos se separaron. “En mi mente nunca han estado los catorce. Al volver, Reinhold me dijo que quería seguir. Sin ánimo de que suene negativo, yo nunca he sido un coleccionista de montañas para ir tachando los nombres de las cimas que he subido”, argumenta el premio WOP de este curso, quien destaca que “el galardón es algo muy bonito, porque se trata de un reconocimiento al trabajo realizado. El año pasado fue para Chris Bonington y el anterior para Josep Manuel Anglada. Es un honor”. En las salas, la escalada del veterano Habeler con su aprendiz Lama (Innsbruck, 1990) cierra el círculo. Le vio algo especial. Son dos fueras de serie.