Un expediente X, sin resolver, se agolpa en el escritorio de Contador, que desconoce el motivo por el que se quedó deshabitado, vacío de contenido, en Andorra. El madrileño ingirió la misma comida que el resto de sus compañeros el lunes, pero él no lo asimiló bien. Aunque no vomitó, se le evaporó el alimento. Todavía no ha encontrado la causa de aquel abismo. Sin fuerza, solo habitado por el eco del silencio, el madrileño fue un espectro en La Comella, un náufrago en Andorra. “Estaba muerto, pude perder 10 ó 12 minutos”, analizó en Sagunt, -se impuso Macrzynsky ante Poljanski y Enric Mas-, con una sonrisa dirigiéndole el discurso. La dicha tras fintar a un epitafio. Contador obró el milagro de la resurrección en la ermita de Santa Lucía. En el Garbí, un puerto corto y nervudo, fue Lázaro. Levántate y anda. Contador se puso en pie, apretó la mandíbula e izó su coraje, la bandera de su ciclismo pirotécnico y corajudo. Mascletá. Atacó porque no sabe hacer otra cosa. Es su forma de vida. “Lo he intentado porque el Garbí es un puerto corto pero con algún tramo bastante duro y se ha formado un grupo interesante”. Froome, al que todavía le duele la Vuelta del año pasado, donde un ataque de Contador determinó el triunfo de Quintana, no se fía del madrileño. “Contador ha estado impresionante. Todavía queda una larga carrera por delante y estoy convencido que será alguien que lo seguirá intentando”, intervino el británico.

El líder de la Vuelta, que pasea piernas de Tour, le clavó la mirada. Observó el baile de Contador. Ese tic nervioso que le delata. Froome interpretó de inmediato a Contador. No necesita a nadie que le traduzca al madrileño. La danza guerrera, con sus hombros bamboleantes y los incisivos en forma de crampones para impulsarse son demasiado evidentes. Apartó Froome a Wouter Poels, su mejor aliado en una día exigente, para rastrearle. “La etapa más dura en lo que va de Vuelta”, describió Froome sobre una jornada alocada, con espíritu pirata. El británico se ató al madrileño. Froome, Van Garderen y Betacur fueron los únicos que resistieron la apuesta de Contador, una palanca para mover el mundo. Chaves, Aru, Nibali y Bardet boqueaban, incapaces de soportar el estirón de Contador, que no dispone de la dinamita de antaño pero le sobra entusiasmo y empeño en el polvorín. Quema Contador sus últimos cartuchos en la Vuelta y quiere hacer ruido. Se detonó el madrileño en una subida que conocía, en la que había entrenado. Lejos de la improvisación, Contador seleccionó el lugar de su revuelta. Rebelde, quiso el madrileño una revolución que diera vuelta de campana a la Vuelta, que vive bajo el yugo de Froome y su Sky. “Sabía que muchos no iban a poder responder, como máximo 3 ó 4, no más”.

Entre ellos no estaban notables como Chaves, con caries en la sonrisa, Aru, doliente su marcha y bloqueado Nibali. A Bardet le fue peor. El francés, el caballo blanco del Tour, se fundió a negro. Se dejó 6:52 en meta tras marchitarse en el Garbí, donde Contador silbaba felicidad. Froome resopló. Olvidó el potenciómetro y abandonó su postura en el sillín para elevarse sobre los pedales. Ese perfil suele ser el neón de un ataque, pero en el Garbí lo incorporó para atajar el estallido de Contador, que insistió. Don erre que erre. El madrileño daba la matraca y Froome le respondía. Van Garderen y Betancur viajaban en la misma maleta. En el equipaje faltaban un buen puñado de jerarcas, presos de los jadeos y las piernas de madera. Se retorcían ante la efervescencia de Contador. El Garbí, que habían coronado Mas, Macrzynsky y Poljanski en su huida hacia Sagunt, limitó a Contador.

sin premio El puerto, escueto, impidió que el madrileño realizará el jaque mate que pretendía. Froome, el rey del tablero, no descuidó sus flancos. El cuarteto coronó la cumbre con un puñado de segundos sobre el resto de nobles. Un poco de aire. Insuficiente cuando esperaba el viento de cara, un descenso y un plano en los más de 30 kilómetros que llevaban a las playas de Sagunt, donde llegaron juntos. “En días como estos se pueden hacer más diferencias que en etapas como la del Angliru”, subrayó Contador, que deseaba el premio gordo y le tocó dinero atrás. En el descenso, que eliminó a Van Garderen, una desdicha sobre la bicicleta -se pegó un golpetazo, pinchó y volvió a caerse- y Betancur por sendas caídas, se reunieron los rezagados con el grupo de Froome y Contador, aunque De la Cruz se quedó aislado por una caída cuando Contador inició su asalto en el Garbí. Esa fue su cruz.

Sofocada la rebelión, a Contador le quedó la emoción y las pancartas de ánimo que le festonean la retirada. También el lamento. “Pensaba que iba a haber más colaboración, había equipos que eran beneficiados, corredores con su líder? Quizá más adelante echen de menos aprovechar esta oportunidad de distanciar a otros. Se podían haber metido más diferencias”. Recuperado para el tuétano de la Vuelta, la carrera continuó su relato con la disputa del triunfo entre el joven Enric Mas, una de las irrupciones más esperanzadoras, y los polacos Macrzynsky y Poljanski. Se impuso con nitidez Macrzynsky, que tiene problemas con la comida. El polaco padece intolerancia al gluten. Al madrileño también le hace daño la comida, que estuvo a punto de borrarle en Andorra. Ahora se alimenta con bocados de orgullo.