en Düsseldorf, donde tuvo lugar el pistoletazo de salida de una nueva edición del Tour de Francia, todas las miradas apuntaban en una dirección: el Sky. Junto al autobús del conjunto británico, imponente, realizaba rodillo el gran favorito para la victoria final, un concentradísimo Chris Froome (Nairobi, Kenia, 20-V-1985) que calentaba las piernas antes de salir lanzado hacia los Campos Elíseos, donde conquistó su cuarto Tour. Deshizo el empate con Philippe Thijs, Louison Bobet y Greg LeMond, triples ganadores de la ronda gala, y está ya a solo un jersey amarillo de alcanzar al selecto club de los cinco que componen Jacques Anquetil (1957, 1961, 1962, 1963 y 1965), Eddy Merckx (1969, 1970, 1971, 1972 y 1974), Bernard Hinault (1978, 1979, 1981, 1982 y 1985) y Miguel Indurain (1991, 1992, 1993, 1994 y 1995). Froome está a las puertas del Olimpo ciclista que derribó el tramposo Lance Armstrong y a las que nadie ha conseguido si quiera acercarse desde hace dos décadas. Si no pasa nada raro, el keniata buscará hacerse un hueco en ese pequeño grupo el próximo año. “Vamos a por ello”, lanzó ayer.

Froome, un blanco entre negros que creció en medio del África negra, es hijo de una fisioterapeuta y de un operador turístico especializado en safaris. Se crió entre animales salvajes y en más de una ocasión ha desvelado que de niño se llevó algún que otro “susto de muerte”, como cuando se topó con un hipopótamo. Se libró subiéndose a un árbol. Nada comparado al dolor que le causó el divorcio de sus padres. Así lo relata el ciclista en su autobiografía Mi ascenso. “Crecer allí, en Kenia, era mágico. Pero de repente todo se paró”. Las continuas discusiones de sus progenitores le rompían el corazón. La familia, perteneciente a la alta burguesía, se arruinó. Su padre se marchó de casa y se quedó con su madre mientras sus dos hermanos, mayores que él, continuaban con sus estudios en Inglaterra.

De uno de ellos heredó una bicicleta, un hierro que poco o nada tiene que ver con la Pinarello, fina en diseño y ágil de peso, sobre la que camina todo el Sky. Con aquella pesada bici recorría incansable las calles de Nairobi. Ese era su principal entretenimiento, aunque también le gustaba jugar con sus dos grandes serpientes pitón. Su hobby terminaría dándole de comer años después, tras acercarse hacia el profesionalismo en Sudáfrica, a donde se mudó con 14 años. De allí dio el salto a Europa, a Italia concretamente. Se mudó a Bérgamo, cerca de Milán, donde vivía su novia. Lo dejaron al de unos meses y Froome, optimista, quiso buscarle el lado bueno a aquello: “Ahora me voy a centrar en mi carrera ciclista”. Entonces, en 2007, corría para el modesto equipo Continental Konica Minolta, su primer equipo profesional.

Aquel efímero paso por el equipo sudafricano fue una especie de trampolín en el que se impulsó para llegar, solo un año después, al Barloworld, con el que conoció el Tour, primero, y el Giro meses más tarde.

la muerte de su madre 2008, el año en el que se estrenó en la ronda gala, le marcó. Un cáncer se llevó la vida de su madre Jane mientras él disputaba la Euskal Bizikleta. No tomó la salida en la tercera etapa y voló de inmediato a África, donde se reencontró con sus hermanos. Semanas después recibió una llamada de Claudio Corti, el director del equipo, quien le confirmó que participaría en el Tour. Finalizó en una discreta 84ª posición y entonces nadie, o casi nadie, era capaz de imaginar una progresión como la que ha tenido.

Su presentación ante el gran público llegó en la Vuelta a España de 2011, en la que fue segundo a solo 13 segundos de Juanjo Cobo y quedó por delante de su jefe de filas Bradley Wiggins. Ese mismo año le diagnosticaron una enfermedad producida por un parásito, la esquistosomiasis o bilharzia, y que fue el motivo por el que su rendimiento no fue el óptimo entre 2009 y mediados de 2011. El tratamiento le ayudó a mejorar y el propio corredor desveló en diciembre de 2013 que se había curado de la enfermedad.

Fichado por el Sky en 2010, el año de su fundación, juntos han iniciado un camino plagado de éxitos. El trabajo para Wiggins, otra vez, le impidió ganar el Tour en 2012. Se desquitó en 2013, donde ni Nairo Quintana ni Purito fueron rivales para él. Una caída le impidió llegar a París un año después y desde entonces ha firmado un triplete. En 2015 el colombiano se quedó a solo 1:12 del primer peldaño del podio y volvió a comandar con puño de hierro en la edición del pasada temporada.

Ayer, reinó de nuevo en los Campos Elíseos. Su victoria más ajustada, sí, pues únicamente aventajó en 54 segundos a Rigoberto Urán y en 2:20 a Romain Bardet. Las apreturas del reloj, sin embargo, no reflejan fielmente la tranquilidad con la que ha vivido Froome su cuarta victoria en el Tour. Sin ir más lejos, ha sido Mikel Landa quien más apuros le ha causado toda vez que ni Urán ni Bardet le han atacado.