Fidel Gómez (@gloriosonet) lanzó el domingo en Twitter una encuesta. ¿Verías bien que el Alavés comprase una plaza en Segunda B para el filial? 305 personas votaron y el 78% contestó que sí. Que estaban a favor de que el Alavés hiciera con dinero y en los despachos lo que no pudo hacer en el campo. Que se aprovechara de los problemas financieros de otros y de su boyante situación económica para crecer. El capitalismo en su máxima expresión. Los resultados de la encuesta me sorprendieron mucho viniendo de unos aficionados que se han significado claramente en contra del llamado fútbol moderno, ese que ha permitido la proliferación de una oligarquía nacional y europea y que ha ensanchado la brecha entre los ricos y los pobres más que nunca.
Mi primera reflexión va dirigida a los hinchas que estarían a favor de esta decisión. No sé si lo han pensado bien, pero les voy a explicar lo que significa auspiciar ideológicamente la compra de esta plaza. Que apoyes subir por pasta quiere decir que ves bien que tu club se comporte como lo que dices odiar. Si estás a favor ya no te puedes quejar de que no exista una liga de filiales y los equipos B de los grandes empiecen a copar la Segunda División. Porque ese, además, será el siguiente paso. Significa, por encima de todo, que ves bien pisotear una serie de valores, cocinados durante mucho tiempo y con mucho esfuerzo, que hacen al Alavés especial. Del “odio eterno al fútbol moderno” tendrías que pasar al “larga vida al fútbol moderno”.
Y al club, al que agradezco que me lea todos los martes, también le voy a decir una cosa. Al lado del mural de La Paca, de Compañón, de los once de Dortmund, ¿pondríais uno de Querejeta pagando 133.000 pavos en la RFEF para subir al filial a Segunda B? Sobre todo en los últimos años, el Alavés, junto con su afición, ha creado una identidad a la que da gusto sumarse. El último lema es Si ganamos lloramos, si perdemos cantamos. Y joder, vista la reacción de la afición en el Calderón, ¡es verdad! Gracias a ese trabajo de años, desde la base hasta la cúspide, se han creado una serie de valores que trascienden a ganar o perder un partido o una final. Hay otro lema en las puertas de Mendi que dice que “el esfuerzo es la clave del éxito”. ¿Cómo entronca con todo esto comprar con dinero lo que no te has ganado en el campo?
Vivimos una coyuntura en la que muchas identidades se crean a base de contraprogramar hasta la exageración lo que más rechazo te produce de tu competencia. Es un momento en el que algunos se han atrevido unilateralmente a trazar la línea de la pulcritud, la frontera de lo que separa lo bueno y lo malo, lo noble de lo ruin, lo que es libertad de expresión y lo que es un atentado contra la libertad de expresión. El problema viene cuando los que han dibujado esta línea se ven del lado contrario. Y ya la cuestión no es tanto si te estás tomando una Coca-Cola, si no has dado de alta a tu empleado doméstico en la Seguridad Social o si tienes que borrar de tu página web un código interno. La cuestión es que los pilares sobre los que has construido tu identidad de marca se resquebrajan y quedas expuesto a una cruda realidad: que todo lo anterior había sido una coreografía. Que eran eslóganes publicitarios disfrazados de principios. Que eran campañas de marketing teñidas de sentimientos.
En las semifinales de la Champions, el Atlético y su afición acabaron celebrando lo diferentes que son respecto al imperialista Madrid. Con 400 millones de presupuesto, y Vitolo y Costa en la recámara, tiene gracia explicarles sus particularidades proletarias a otros diecisiete equipos de Primera. A día de hoy, el Alavés es pobre comparado con Barcelona o Madrid, pero sigue siendo una de las quince instituciones deportivas más ricas de España. Y 133.000 euros no es dinero. Pero con todo lo que ha costado diferenciar al Alavés y hacer que arraigue en Vitoria, lo de comprar la plaza implica sutilmente una dicotomía. Tomar un atajo y empezar a aproximarte a una identidad social efectista que solo se acabe sosteniendo en comparación con el Barcelona y el Madrid. O seguir consecuentes al camino que nos ha hecho creer que ser del Alavés es verdaderamente más grande que la categoría en la que juegue o que gane más o menos. Las grandes traiciones a uno mismo casi siempre empiezan por una pequeña.