El cómo era lo que más le importaba a Alberto Zerain y a Mariano Galván. Era un pilar de su forma de escalar y coronar cimas”, señala Iñaki Makazaga, periodista de montaña y amigo del escalador gasteiztarra. Ese era el leit-motiv del tándem formado por el montañero alavés y el argentino, fallecidos en el Nanga Parbat (8.126 metros) al intentar redescubrir el techo por la arista Mazeno, una empresa ambiciosa y “pasional”, solamente conseguida en una ocasión -en 2012 por los escoceses Rick Allen y Sandy Allan- y un objetivo entre ceja y ceja en el mundo del escalador vasco. Otra de las metas de Zerain era el Everest sin oxígeno, que no llegó a coronar a pesar de dos intentos. Tanto el alavés como el de Trelew gastaban una pose muy alejada a la de los coleccionistas de cumbres o de los focos del éxito. Siendo superdotados, optaban más por abrazar el pionerismo que por agarrarse al calor de las cifras en las enciclopedias. Montaña en vinilo. El idilio entre ambos comenzó en el Broad Peak (8.051 metros) en 2015. Aquel trofeo se lo cobró el argentino por la vía Carsolio, sin compañeros, oxígeno ni sherpas.

Cuenta Makazaga que la Mazeno era “un gran proyecto”. “Es uno de los más importantes del himalayismo junto al corredor Hornbein del Everest. Alberto tenía la idea de continuar con el esquema de Juanito Oiarzabal dentro del 2x14x8000, donde tenía que terminar las cuatro cumbres que le quedaban. Entre ellas, estaba el Nanga Parbat. La idea era hacerlo con Juanito, pero también existía la posibilidad de completar algo así con Mariano Galván”, sostiene el periodista, quien revela que “no era dos montañeros profesionales. Compaginaban sus ochomiles con el trabajo diario: Mariano era guía de montaña en la Patagonia y Zerain se desempeñaba como transportista en Gasteiz. El Nanga les ofrecía la oportunidad de realizar algo dentro del proyecto con Juanito, cuadrar agendas y aprovechar esta oportunidad con un escalador con el que compartía la idea de hacer ochomiles”.

Les unió el Broad Peak en 2015, pero fue el Daulaghiri (8.167), en mayo de 2016, el que les juntó para dos expediciones más: la del Manaslu (8.156) en octubre de 2016 y la del Nanga Parbat de este curso. En la segunda pactaron el ataque juntos. “Fue un flechazo. Desde el principio encajaron perfecto, hablaban el mismo idioma, disfrutaban de la misma manera el himalayismo”, desbroza el amigo de Zerain, quien concreta que “les unía una forma de hacer montaña similar, un físico parecido, de resistencia y rapidez, hablar el mismo idioma y poseer una forma de ser parecida”. Y es que, tal y como analiza Makazaga, “no eran de protagonismos excesivos, de ego. Mariano solo quería hacer montaña fuerte. La idea era formar una cordada rápida y ligera para hacer esta ruta. La meta era esa: atacar rápido sin hacer campos de altura. La vida de Alberto ha sido así hasta el final”.

Después del Dhaulagiri en primavera del curso pasado, Alberto Zerain y Mariano Galván formaron un tándem para intentar el Manaslu. “A nuestra manera”, dijeron al bajar, después de saborear el cielo. Lo vieron crudo, salieron cada uno por separado, tocaron pico, descendieron y no se encontraron por el camino. Galván, en un ataque non-stop; Zerain, con un estilo más contemporizador. “El Manaslu es representativo. Compartían una visión parecida, siendo Mariano más joven que Alberto, pero la montaña dejó patente que Galván arriesgaba mucho y que Zerain era más prudente. La experiencia de Zerain se notó. La juventud de Galván le hacía ser más impulsivo. Eso sí, eran muy fuertes y muy rápidos. En una montaña con pocas opciones, supieron esperar. Alberto tiró para arriba y Mariano salió después, tras haber vuelto al Campo Base de pasar unos días en altura. Los dos coronaron y no se encontraron. Es representativo del nivel que tenían, superior a la gente que hacía ochomiles”, manifiesta el especialista.

La cuestión era su buena sintonía y sus objetivos similares en altura: disfrutar de cada arista, de cada paso. Escribió el de Trelew que lo “importante” era el “camino”. La cima era una cosa secundaria para ambos alpinistas, que escucharán el silencio del Nanga Parbat para siempre. “Se inspiraban mucho uno al otro. A Alberto le motivaba estar con un argentino explosivo ya que a su edad no podía permitirse ir corriendo por la montaña. A su vez, a Mariano le daba confianza estar con un tipo como Zerain. Se dieron cuenta de que existía un espacio para hacer himalayismo para versos sueltos”, agrega Makazaga, quien apostilla que “formaban un tándem perfecto para este tipo de expediciones. Al compartir esta visión casaban muy bien. Siempre se lanzaban en ese estilo: haciendo cosas diferentes”. Más aún en unas fechas en las que es complicado echar mano de novedad en unas cumbres trilladas. “Lo que les movía a los dos era la pasión por vivir lo mismo que los pioneros: por rutas distintas a las habituales, sin cuerdas fijas, disfrutando de la soledad? Hoy por hoy, sin patrocinador, ahorrando dinero y tirando de vacaciones es complicado permitirte este tipo de aventuras. Tienes que estar currando todo el año para irte a realizar gestas que necesitan de tiempo y paciencia”, finaliza el amigo de Zerain.