Si yo me considero aún un chico, a mis muy bien llevados -iba a decir excelentemente- 46 años, él, con sólo 31, resulta todavía un chavalín casi de teta. La misma sensación me suele ocurrir con otros muchos deportistas. Los llevas viendo toda la vida en la pequeña pantalla, en los diarios? te dicen que ya van siendo mayorcitos y resulta que sólo rozan la treintena. Y el menda les saca más de tres lustros... En ese momento me da por pensar que no soy tan chico, sino que me he convertido en un señor y que en cuatro telediarios algún mozalbete con buena intención me cederá su asiento en el urbano. Mecagüen los mozalbetes con buena intención que en breve me considerarán una persona mayor más cerca del Imserso que de la madurez. Mecagüen? A lo que iba. El chavalín de 31 años al que saco 15 logró el domingo su décimo título de Roland Garros. A algún gabacho la úlcera no le entra en el estómago? Sigue siendo un chavalín recién estrenada la treintena, pero merece llamársele señor, o mejor dicho, sir, sir Rafael Nadal, el mejor tenista en tierra, mar y aire, con permiso de otro sir, sir Rogerio Federer. Desde que en 2005 se tirará por primera vez al suelo de la pista Philippe Chatrier tras la final ante Mariano Puerta (poco nombre de tenista tenía éste), su halo de sir no ha hecho más que crecer. En las buenas y en las malas. Desde aquellos primeros éxitos de aquel niñato de 18 añitos, con su melena alborotada y aire de jovenzuelo medio heavy, vivaracho, de tez tostada al sol balear, siempre me llamó la atención, no tanto su extraordinario juego, sino su privilegiada mente. Yo también tuve anteayer 18 años y jugaba en frontones ‘abarrotados’ con 20 o 30 espectadores. Una barbaridad. Los nervios a flor de piel cuando disputaba alguna final, aunque fuera la de mi barrio? Mientras, sir Rafael Nadal, con el carnet de conducir recién sacado, comparecía en la final de Roland Garros, con 20.000 gabachos con sombrero en las gradas dispuestos a amedrentar a aquel cachorro español a las primeras de cambio. E iba el cachorro y se zampaba a la caperucita francesa? Sir Rafael Nadal se comportaba de forma impropia a la que indicaba su DNI. En la arcilla de París aunaba calidad, templanza, serenidad y sangre fría, un cóctel inusual para un chaval en edad más propia de un botellón que de una cita de alto copete. Los éxitos se multiplicaban al igual que las superficies. Aquella maravillosa obra maestra en la final de Wimbledon de 2008 ante sir Roger Federer fue como un orgasmo. Su pelo menguó, sus entradas aumentaron y sus títulos también. Su ritual con el saque, como el de los toreros antes de colocarse el paquete a la derecha. Bote de pelota, bote de pelota, secamiento de sudor, recogimiento de pelo tras la oreja derecha, recogimiento de pelo tras la oreja izquierda, extracción del calzoncillo de su zona expulsiva? Ritual. Saque a saque, partido a partido, título a título, calzoncillo a calzoncillo? Número uno del mundo mundial. Vaya genio. Pero Nadal no es Federer. No es inmensamente talentoso, sino gran talentoso. Y a ese gran talento se unía una capacidad física impresionante. Pero el físico comenzó a darle problemas y los reveses llegaron. Sir Rafael Nadal pasó por un calvario de lesiones, de falta de confianza, de falta de títulos? Y ocurrió lo que suele pasar en este país, que derribamos a los gigantes a las primeras de cambio. Ingrato país. Ingratos periodistas. Nadal sólo triunfaba cuando anunciaba por la pequeña pantalla los Hyundais con 7 años de garantía. Pero Nadal es un campeón, con gen con denominación de origen y supo resurgir de su propio abatimiento. En Australia rozó el larguero y en París la clavó por la escuadra. 10 de 10, como Macijauskas. Vuelve el hombre tenaz, el genio de Manacor, el deportista que supo superarse y reinventarse, el jovenzuelo que se convirtió en sir, el tenista de los rituales, que sigue recogiéndose el pelo detrás de ambas orejas y extrayéndose el calzoncillo de su zona expulsiva. El domingo volvió a morder su trofeo predilecto, para satisfacción del rey emérito, que entre carrera de coches y de motos echaba de menos acercarse alguna tarde de domingo estival a la central de París. Tropezar, caer y levantarse más fuerte. Ése es el secreto inquebrantable de Sir Rafael Nadal. Un jovenzuelo que se hizo sir.