MÓNACO - En cada carrera que se consume de la temporada, se echa una palada de tierra sobre la historia reciente de la Fórmula 1, al monopolio que ha reinado durante las últimas tres temporadas con autoridad dictatorial. Dicen que cuando se da un fallecimiento, en algún lugar del mundo se da un nacimiento. Ley de vida. Relevos de la naturaleza. Supervivencia de las especies. En el deporte a esto se le conoce como ciclos. Se apaga el glorioso de unos y se enciende el de otros. Así se ha escrito la historia de la competición del motor. Actualmente se asiste a uno de esos funerales. Y el enterrador es Sebastian Vettel. Mercedes ya no es lo que era. Su imperio cede fronteras. Su poderío flaquea. Las sonrisas se esfuman porque se han mudado de garaje. A uno al que se asiste a un nacimiento. Cuyo bautismo recibe el nombre de Ferrari, el monoplaza más completo de la parrilla. Lo confirmó el Gran Premio de Mónaco. Un trazado completamente diferente al resto, donde la virtud que más rendimiento puede ofrecer es el ritmo de paso por las curvas lentas, el talón de Aquiles de Mercedes, que además padece problemas de sobrecalentamiento de frenos y acusa la mejorable gestión del consumo de los neumáticos. Si Vettel era capaz de liderar el Mundial antes de acudir al Principado, como es el caso, y se ha impuesto en el ratonero Montecarlo con semejante soltura, Ferrari lo tiene todo para volver a sumar títulos.

Un dato que acredita el funesto presente de Mercedes: es la segunda vez desde 2013 -antes del tricoronamiento- que, si no abandonan los dos coches de la marca alemana en carrera, no pisan el podio con uno de sus dos monoplazas. Ferrari y también Mónaco han propiciado la inusualidad. Mercedes, por relajación o desatino en el desarrollo del bólido, ha olvidado las ventajas de los tres últimos cursos. Las flechas plateadas tienen competencia en cualquier circuito. Ferrari. En el ratonero Montecarlo, las deficiencias ensanchan las diferencias. Es entonces cuando Ferrari, amén de la capacidad de paso por las curvas lentas, se convierte en el coche más eficaz. El síntoma del progreso de Ferrari se ve cuando uno apela a la memoria de la F-1. Su última victoria en Mónaco databa de 2001, obra de Michael Schumacher; el doblete más reciente de Ferrari estaba fechado en 2010. Éxitos que se han reverdecido.

Lewis Hamilton, adalid de Mercedes, salía además desde la 13ª pintura por un accidente que frenó su vuelta rápida en la tanda de calificación; Valtteri Bottas jamás había puntuado en Mónaco. Malos augurios en Mercedes para el episodio monegasco.

El poleman Kimi Raikkonen se disparó líder, secundado por Vettel como perrito faldero. Ferrari propuso este orden hasta la visita a los garajes, donde se primó al líder, Vettel, como también Red Bull benefició a Ricciardo en detrimento de Verstappen, que puso el juramento en el cielo con su genio. Básicamente estas fueron las dos decisiones que adulteraron las posiciones de la parrilla, porque en Mónaco lo de adelantar en cosa del pasado, cuando los coches corrían menos y eran más estrechos y los puntos de adelantamiento existían en un trazado que sobrevive en el calendario por su ingente cantidad de movimiento de dinero; lo que deportivamente oferta este es penoso. En el giro 39 de los 78 pactados Vettel completó la crucial parada. Y adiós. Ni un safety car a 12 vueltas para el final le hizo temblar. De hecho, no hubo ni un solo cambio en las primeras plazas de ahí hasta la conclusión, a pesar de verse reducidas las diferencias de tiempo; fe del nulo espectáculo que ofrece el arcaico circuito. Tercer triunfo del año para el alemán. Raikkonen fue segundo sin rechistar y Ricciardo, tercero tras dejar a su cola a Bottas, expulsado del podio por el juego de las certeras estrategias ajenas.