Engasta el Giro en sus próximas tres etapas varias piezas de la más alta joyería en el collar de los Dolomitas, los montañas de diamante de la carrera rosa en su más rutilante escaparate. Puro lujo. Aguardan el juez supremo del Giro, con el mazo dispuesto desde el Pordoi, el primer puerto de la tremenda desembocadura de la carrera, que acumulará once cotas. Tres días para todo o nada a la espera del domingo de la crono definitiva que dará con el trono de Milán. En ese ecosistema de grandes puertos, se presenta la batalla decisiva entre los gerifaltes de la general: Dumoulin, Quintana y Nibali, atados en poco más de un minuto. Entre ellos pudo estar Mikel Landa, al que una moto camino del Blockhaus derribó de su sueño.
Redecorado su Giro, Landa se mostró en el Santuario de Oropa, donde fue tercero, y en Bormio, en una jornada épica que inscribió en el memorándum del Giro. Solo Nibali pudo con él. Landa es el rey de la montaña tras su exhibición a través del Mortirolo y el Stelvio. En su ecosistema predilecto, el de las cumbres agudas, Mikel Landa está dispuesto a encumbrarse en las tres llegadas que se amoldan a su naturaleza de escalador arrebatador. Su Giro se resume ahora a una apuesta cerrada. Tres días para la gloria. Cada etapa como si se tratara de una clásica. Plano a plano. “Los tres días empezando por mañana (por hoy); nos quedan tres etapas y las vamos a correr como si fuesen carreras de un día”, analizó el murgiarra, decidido a redondear su firma en el Giro, que le ha negado para la general. “Hay que intentar ganar una etapa y llevarnos aunque sea un pequeño premio”.