Vitoria - Alberto Zerain (Gasteiz, 1961) acaba de regresar a casa tras coronar, sin oxígeno artificial ni sherpas, su décimo ochomil: el Annapurna (8.091 metros). Se marchó acompañado tan solo por el vizcaíno Jonatan García, que nunca había escalado una montaña de la lista de las catorce más altas, pero finalmente acabó en una cordada de seis personas. Y es que primero se encontró con dos italianos, Nives Meroi y Romano Bennet, en el campo base; y después, en el C2, con dos chilenos: Juan Pablo Mohr y Sebastián Rojas). Toda una suerte para este transportista de profesión, ya que él mismo reconoce que, tal y como estaba el Annapurna y la ruta que querían seguir, “hubiera sido imposible que tan solo Jonatan y yo hubiéramos hecho cumbre”.
¿Ya le ha dado tiempo a digerir la experiencia en el Annapurna?
-Pues lo justo porque hemos llegado a casa una semana después de haber hecho cumbre. Además hay que contar que después tardamos un día en bajar al Campo 2 para alejarnos del peligro de la ruta que habíamos hecho, así que después de seis días estar aquí, se me ha pasado todo muy rápido.
Al llegar al aeropuerto de Bilbao dijo que el Annapurna les había sonreído. ¿A qué se refería?
-Teníamos la idea de subir a la cumbre, pero para ello teníamos que aceptar el tipo de ruta que teníamos que seguir, que no era la planificada. Esa ruta tiene fama de ser peligrosa, más que difícil y que además estaba muy cargada de nieve. El tiempo estaba muy revuelto y realmente llegar al éxito en esa ruta era muy complicado. Pero finalmente lo hicimos y salió bien.
Aguantaron una climatología cambiante, pero pudieron subir el último tramo del Annapurna con luna llena. ¿Cómo fue eso?
-Mágico. Yo iba incluso sin luz porque con la luna se veía perfectamente, de hecho, si la miraba fijamente, te hacía daño a los ojos. Fue especial ver que por fin el cielo estaba a nuestro favor, fue especial ver que no teníamos todo en contra. Pero bueno, la luna llena tampoco se encargó de quitarlos la nieve del camino.
¿Cómo definiría el Annapurna?
-Es una montaña que, si estás esperando a meterte, esperando a ver si te deja trabajar, hace que te empieces a comer el coco. Porque estar parado y pensando en qué momento meterte... te va mermando. Sobre todo cuando la climatología no es buena, porque sabe que va mal para la ruta. Así que al final tienes que meterte y buscar la mejor opción para avanzar. Ir dejando terreno atrás.
¿Qué ocurrió para que se marchara solo con Jonatan y acabara haciendo cima con otras cuatro personas?
-Eso son circunstancias de la montaña. Trabajar en la ruta tal y como está este año el Annapurna iba a ser demasiado para dos personas. Aun y todo lo fue para seis. Pero pocas veces se ve un ochomil sin gente, sobre todo tal y como se organizan ahora las expediciones, con muchos sherpas y material. Así que cuando nos encontramos a personas que iban como nosotros, personas solitarias sin ayudas externas ni artificiales, consolidamos la cordada de seis.
Al aterrizar comentó también que si se llegan a quedar Jonatan y usted solos, se hubieran tenido que volver a casa. ¿Por qué?
-Porque una vez que estás allí tienes que jugar con la realidad que tienes, así que si hubiéramos estado solos probablemente no hubiéramos hecho cumbre, pero hubiéramos buscado una actividad para hacer en el Annapurna. Pero es que la montaña funciona cuando te alías con lo que hay, con lo que te da. Nos aliamos con personas que llevaban nuestro estilo, pero si no las encuentras, te tienes que aliar con algún resquicio que te da la montaña para ir ganando metros.
Era el primer ochomil de Jonatan. ¿Cómo le ha visto?
-Ha aprendido mucho sobre la marcha. Lo bueno es que ha subido el Annapurna como su primer ochomil, es decir, que si quiere continuar con las catorce, no tiene que volver a esta montaña, ya la dejado atrás. Y eso es positivo porque las cifras de peligrosidad y muerte del Annapurna son muy altas. Además, ha hecho un curso intensivo de ochomilismo.
¿Ha sido buen profesor?
-Eso es algo que tiene que decirlo él.
¿Por qué deciden subir sin oxígeno y sin ayuda de sherpas?
-No es que lo decidiéramos, es para nosotros, no es una decisión. Vamos al estilo puro. Quiero decir, yo no presumo de no llevar nada, porque nunca lo llevo. Sino no voy al monte porque es mi forma de ver la montaña. No quiero llevar cosas que anulan la verdadera dimensión de lo que es la montaña. Es mi forma de entender el alpinismo y la forma que hay que dar a entender para que se vea el valor de lo que haces. Sin embargo, hay veces que tienes que decirlo porque es un estilo que está en desuso hoy en día.
Acaba de conseguir su décimo ochomil. ¿Y ahora qué?
-Ya había pensando en el siguiente objetivo antes de marchar a este. De hecho, quería hacer tres expediciones este año; y la próxima es el Nanga Parbat. Pero ahora estoy recién aterrizado así que vamos a ver si podemos, porque requiere papeleo y burocracia. Y eso lleva tiempo. Además, tengo otro problema porque la persona con la que iba a ir igual no puede. Y el trabajo que quería hacer allí es para dos personas, una sola no puede. Es muchísimo más peligroso, entonces todavía estoy viendo si sale o no sale.
¿Pero se encuentra con ganas?
-Sí, con muchas ganas.