Reggio Emilia - Juguetón, pendiente de la pantalla, el espejo que refleja las inquietudes del siglo XXI, Fernando Gaviria, hace muecas, eleva y bajas las cejas, sonríe, saca lumbre a su pendiente y se peina mientras acomoda las gafas blancas, a modo de diadema sobre su cabellera. Quiere verse guapo el colombiano, que ganó sin despeinarse en Reggio Emilia, la ciudad que huele a queso parmesano, uno de los tesoros de la despensa italiana, y se refresca el gaznate con Lambrusco, un vino espumoso, un champán de sobremesa rosado. El dorado lo descorchó por tercera vez Gaviria en el podio, cubierto por el morado de la maglia ciclamino. El velocista colombiano posó con tres dedos. La señal del triunfo enfatizada. Nadie esprinta mejor que Gaviria en el Giro del centenario, aunque él sugiere que Greipel, por jerarquía y currículo “es el mejor” velocista de la carrera. El respeto y la diplomacia de Gaviria contrastan con la realidad, que le concede al colombiano el título del más rápido en un Giro al que apenas le resta otro sprint antes de que asomen las grandes cumbres que dejan pequeños a los grandes velocistas. Fernando Gaviria fue Gulliver en Liliput. Gigantesco para el resto de opositores al triunfo, que no inquietaron al colombiano, lanzado su cohete por la mecha de Maximiliano Richeze, la última posta del Quick-Step, que le dejó a una pulgada de meta. Richeze, argentino, realizó tan concienzudamente su tarea, fue tan eficaz su pedaleo, que la inercia le colocó en el quinto puesto. Greipel, a pesar de la loa de Gaviria, fue octavo. El Gorila de Rostock no pudo salir de la jaula. Se quedó sin la jungla del sprint. King-Kong sin fuerza. Nada que ver con Fernando Gaviria, que se colocó en la orla del Giro con su tercer laurel. El colombiano ha venido para quedarse. Muy joven y más rápido. Un cometa.
un día histórico Poseedor de la maglia ciclamino, tan venerada por la tradición italiana, recuperada por la organización tras el destierro de los años modernos, Gaviria quiere alcanzar Milán de ese color, a pesar de la cadena de montañas picudas que se cierne. La tormenta perfecta de la semana definitiva. Será el peaje a pagar porque ayer pasó la barrera del triunfo sin necesidad de rascarse el bolsillo el día en el que el Giro se asomó por vez primera en su historia a una autopista en sus cien ediciones. Autostrada de Sole. Por ella pasaron destacados Maestri, Marcato y Firsanov antes de que acelera el bólido de La Ceja. Fugados en el día más largo del Giro (234 kilómetros), el pelotón los maduró hasta que florecieron los velocista en Reggio Emilia. Antes se desperezó la carrera en Forli, donde el Sunweb, el equipo del líder Dumoulin, se dejó en el hotel a Simon Geschke, como quien se olvidada un paraguas en un bar. No llovía en Forli, el día soleado, y el Sunweb rescató al alemán con un coche auxiliar. No le sobran peones a Dumoulin, que perdió a Wilco Kelderman en el incidente de la moto del domingo.
La de ayer era una etapa para los motoristas del pelotón, los esprinters, a los que se les escurren las opciones. Al Giro apenas les resta un sprint. Muchos velocistas se quitarán el dorsal antes de que les aplasten las moles. El infierno que les aguarda no les seduce lo más mínimo. Todos enfocados en el aquí y ahora, donde Gaviria posee la mejor pose. La vida de los velocistas se enmarca en el Carpe Diem, frase de cabecera de tantos tatuajes inspirados por eso de vivir al día y disfrutar del momento. Es uno de eso mensajes de la galletas de la suerte, pero con raíces latinas. A los esprinters la vida les pasa a cámara rápida. Deprisa. Acción, reacción. Siempre al límite. Nunca dejan de ser aquellos niños que corrían para ver quién era el más rápido del barrio, cuando el único sentido de andar bici era dar pedales e imaginar que uno era un campeón.
Gaviria creció en la escuela de ciclismo de su padre. De niño, a campeón. Allí aprendió a ser un velocista en el país de los escarabajos. Un ser único. Esa filosofía acompaña a Reggio Emilia, también conocida como la ciudad de los niños por el desarrollo de una experiencia educativa que nació en 1945. Es reconocida mundialmente como una de las mejores propuestas educativas para primera infancia. La idea partió de un alcalde que explicaba que la experiencia fascista les había enseñado que la gente que se conformaba y obedecía era peligrosa y que, en la construcción de una nueva sociedad, era imperativo guardar, comunicar y mantener la imagen de los niños como personas que pueden pensar y actuar por sí mismas. Algunos especialistas le llaman la pedagogía del asombro porque ofrece una nueva mirada sobre el niño. El niño Gaviria sigue asombrando. Se divierte en el Giro, su autopista.