no mucho antes del descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492, cuando perduraba el debate sobre la curvatura o planicie de la Tierra, los exploradores, desasistidos de orientaciones que no fueran las heredadas o las señales transmitidas por la Madre Naturaleza, como las estrellas, los vientos, el comportamiento de las mareas, etcétera, no contaban con precisas guías que describieran la geografía del planeta. Las decisiones se fundamentaban en experiencias ajenas o en la intuición basada en la lectura de los comportamientos de la naturaleza, algunas de ellas erróneas. En muchos casos, la fe debía ser ciega. Más adelante, cuando los cartógrafos acumularon conocimientos y los fueron aunando en precisos mapas, navegar dejó de ser una empresa guiada por el instinto del ser humano. En la Fórmula 1 no hay mapas a los que aferrarse para dar rumbo a las carreras deportivas. No hay verdades preestablecidas, absolutas, sobre las que sustentar las decisiones que uno adopta. Estas se basan en muchos casos en creencias. Cuando un piloto se decide por uno u otro equipo, si su condición le concede la posibilidad de elegir, lo hace jugando a ser agorero, como los antiguos exploradores.
La carrera deportiva de Fernando Alonso, igual que la de todos, ha dependido de sus decisiones. Solo que las de este son más cuestionadas. Y precisamente si son debatibles es porque se le considera mejor piloto que lo que acreditan sus resultados.
La primera gran decisión la adoptó en 2001, cuando recibió la llamada de Flavio Briattore. El magnate italiano apostó por el asturiano para su proyecto en Renault. El acuerdo se cerró. Aunque Alonso fue cedido a Minardi para debutar en la F-1. Las sensaciones transmitidas al volante del coche más modesto de la parrilla le hicieron en 2002 integrarse en la escudería Renault, pero como piloto probador, lo que lamentaría de por vida al considerar que perdió un año de competición. Pero fueron las cláusulas que rubricó en su contrato. Aunque, como se pudo ver más adelante, podría catalogarse como un paso atrás para coger impulso, dado que en 2003 fue nombrado piloto titular de la marca francesa, la que le reportaría los réditos más destacados de su currículo. Ese mismo curso, en el Gran Premio de Hungría, se convirtió a sus 22 años en el piloto más joven en ganar una carrera. Después, en 2005 y 2006, se alzó campeón mundial. Las expectativas sobre su futuro enfocaban hacia las leyendas del automovilismo. Además, Alonso se anticipó a una época de decrépito de Renault y cambió de aires para, a priori, gozar de una máquina más competitiva.
En 2007, cuando Alonso era el piloto de referencia en el paddock, se embarcó en el proyecto más ambicioso y poderoso de la parrilla: fichó por McLaren. La decisión parecía lógica, pero no contaba Alonso con la figura emergente de Lewis Hamilton, piloto británico como lo es la escudería, que favoreció a este último cuando el campeonato se debatía entre sus dos pilotos. De hecho, McLaren consiguió que ambos llegaran a la última y decisiva carrera del año en primero (Hamilton) y segundo lugar (Alonso). Pero no subordinar a uno hizo que ambos perdieran el título, y lo hicieran por un solo punto. “Hamilton estaba muy protegido por McLaren. Desde que era joven fue parte del programa del equipo, y era muy rápido... y es británico”, diría Alonso tiempo después. Lo que no recuerda son los fallos de pilotaje que cometió y por los que perdió puntos que serían determinantes (Barcelona, Canadá, Bahréin o Francia, aunque para los conspiradores pudo ser algo orquestado), y el caso de espionaje en el que se vio envuelto con Ferrari. El trato distintivo hacia el novato, por ejemplo trasvasando datos de telemetría o primando en tandas de calificación, condujo a Alonso a fuertes disputas con el jefe del equipo, Ron Dennis, e invitó al asturiano a hacer las maletas. ¿Una decisión prematura? Hamilton resultaría campeón en 2008 a volante del McLaren, arrebatando a Alonso el récord de precocidad de un campeón. Dennis admitiría años más tarde que gestionó mal la situación, por lo que algo de razón también tendría el asturiano, que buscó nuevos aires.
el retorno a Renault Sorprendentemente Alonso regresó a Renault, que no era ni una sombra de lo que fue. Su estancia se antojaba un pasatiempo a la espera de otra jugosa oportunidad. De hecho, estuvo alejado de la disputa por el título y ganó dos carreras en dos años, una de ellas, el G. P. de Singapur 2008, gracias a que su compañero Nelson Piquet Junior estrelló su coche para propiciarlo. Así, Alonso sumó otros dos desesperantes años antes de concretar una nueva decisión. No obstante, su edad seguía avanzando.
Desde 2010 hasta 2014, Alonso trabajó para Ferrari, cumpliendo así el sueño de cualquier piloto. Si en un referente de la parrilla como era McLaren no logró su tercera corona, el asturiano decidió embarcarse en el proyecto de Ferrari, el equipo paradigma del éxito en la F-1. Aunque la escudería no lograba un cetro desde 2007, aquel con Kimi Raikkonen y beneficiado por el cisma de McLaren, y, a pesar de que Alonso no supiera anticiparlo, así seguiría la Scuderia, inmersa en una de sus mayores crisis deportivas. Sin embargo, 2010 amaneció con un doblete de Ferrari en la primera carrera. Las falsas esperanzas se dispararon. Nada más alejado de la realidad. El coche en ningún momento fue adalid de la competitividad; reinaba con mano de hierro Red Bull. A pesar de ello, Alonso perdió el título de 2010 por cuatro puntos y en 2012 se le escapó por tres unidades. Estos años fue subcampeón, como en 2013, pero aquella vez la diferencia fue abultada, de 155 puntos respecto al aplastante campeón Sebastian Vettel, que aprovechó la aridez que vivía la competencia para sumar cuatro entorchados.
mcLaren peor que Minardi Cansado de ser un segundón, Alonso se lanzó a por su apuesta de mayor riesgo, entre otras cosas porque a su edad pocas oportunidades más le brindará la F-1. En 2015 se embarcó en el naciente proyecto McLaren-Honda, que partía desde cero en el diseño de un coche. El contrato elevó sus ingresos exponencialmente, pero en lo deportivo Alonso se ha sumido en la decadencia. El primer año puntuó en dos carreras y tardó nueve en materializarlo; en 2016 lo hizo en nueve pruebas, pero cuando la razón de ser del vínculo McLaren-Honda era aspirar al título, se trata de resultados más que pobres. Y ya en 2017, con cuatro carreras disputadas y ninguna terminada, Alonso sueña despierto con su peor pesadilla. El asturiano no culminó en Ferrari, pero en McLaren presenta peores resultados que en Minardi. Cierto es que la jerarquía en el mundo del motor es cíclica, pero Alonso no se ha subido a la ola buena desde que estuvo en su primera etapa en Renault, hace ya once temporadas. Una virtud, por ejemplo, es conocer tu propia atmósfera, la situación contractual de los demás pilotos, para tomar decisiones acertadas en el marco temporal, y no verse obligado a correr allí donde queda un hueco. Manejar los tiempos es fundamental en una trayectoria deportiva. Alonso ha ido a contrapié.
Hay quien habla de suerte. La fortuna o la falta de ella puede ser un reparto divino o, pragmáticamente hablando, todo aquello que trasciende de la incidencia directa de un piloto, como la elección de una marca de motores, de un tipo de chasis o del diseño aerodinámico. Alonso ha tenido mala suerte, sea por cuestión del reparto que le tenía deparado el destino o porque la casualidad le ha hecho coincidir con épocas de escasez de las escuderías en las que ha estado, cuestiones alejadas de sus manos. Pero cuando un piloto de su talento lleva once años sin proclamarse campeón y desde 2013 sin vencer una prueba, cuando brota el debate sobre sus elecciones deportivas, no se puede afirmar que todo es cuestión de buena o mala suerte. Por ejemplo, Niki Lauda asegura que Alonso se equivocó recalando en McLaren, porque “los problemas de Honda se sabían”. Si es verdad que era de conocimiento en la parrilla, Alonso no se informó lo suficiente o simplemente se dejó tentar por el dinero -es el piloto mejor pagado de la F-1: casi 40 millones de euros, cerca de 10 más que el segundo, Hamilton-. El caso es que suya fue la elección de estar en McLaren. Y desde luego, las decisiones, decantarse por un equipo u otro, traen consigo consecuencias. Las de Alonso han sido nefastas. Por eso existe la sensación de lo que pudo haber sido y no fue. Aunque es cierto que en la Fórmula 1 no hay mapas orientativos, ni hojas de ruta que guíen al éxito.